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— ¿Para qué me querías? Estaba en medio de un gran negocio — Exclama Jez una vez dentro de la habitación.

— Si para ti una irken de ciento cincuenta centímetros es un gran negocio, debemos reconsiderar nuestra amistad — Visualizó a través de una persiana la ciudad en total calma, algo raro considerando que era de tarde.

— ¿Lo es para ti si te digo que es la mejor amiga de tu contrincante?

Rojo se volteó, sorprendido. Rio

— ¿Ahora qué? ¿Eres mi cruel espía rompe corazones? ¿No te molesta hacerla perder su tiempo?

— Claro que ella me gusta, pero, si te puede servir, yo estoy dispuesto a darte todo a tu favor, señorón. Soy el ser más fiel a tu causa.

— No creo que me sirva de algo, pero gracias, diviértete cuánto como quieras con ella, o tómala tan en serio como quieras. Pero ahora te necesito para que me ayudes. ¿Cuál es la disciplina en la que más me especializo?

— ¿Tú? Pues, diría que en crear cuentos. — Rojo lo volteó a ver sonrojado, contrario a su semblante enojado.

— Hablo en serio, algo más tangible, ocupo hallar en dónde ganarle a Púrpura.

— ¿Tú crees que él también es un gran escritor? — Rojo sonrió, ruborizado sútilmente.

Ya eran un par de premios los que recibía al crear dramáticos cuentos de guerra, escribiendo para sus más sumisos sentidos unas cuantas poesías, talento que siempre le había avergonzado de cierta manera, le solían hacer burla con ello.

— ¿No destaco en nada más?

— ¿Uhm? ¡Claro que sí! Sólo estoy bromeando. Sabes disparar muy bien, ¿qué tal un duelo? — Rojo lo miró y gruñó, ocultando su rostro. — ¿Qué pasa?

— Él me lo propuso, yo me negué rotundamente.

— ¿Por qué? ¿Temes perder?

— No tengo intenciones de tener la mínima posibilidad de morir. — Acarició sus sienes — Y él tampoco debería de morir, sólo no lo veo necesario. ¡Además! ¿Eso cómo comprobará que soy el mejor? Es ridículo

— ¡El mejor disparando!

— Ah, es ridículo. — Repitió y, antes de que Jez dejara una nueva opinión, la puerta fue tocada, extrañando al dúo.

El de colores carbonizados se levantó a abrir, topándose con los ojos intensos de Púrpura, sonrojado.

— Oh... Hola. ¿Está...? — Jez asintió y rápidamente llamó a Rojo, quien estaba tan inmerso en su mente que apenas notó de quién se trataba hasta que lo tuvo en frente. — Hola. — Soltó simple, avergonzado.

—... Hola. — Se recargó en el marco, despreocupado.

— Oye — Sacudió su cabeza levemente, acomodando sus pensamientos — Te quería pedir disculpas.

— ¿Qué?

— Sí, sé que, tal vez, me excedí con mis palabras hace rato, más bien, ni las pensé. Tienes razón, es ridículo pensar en un duelo. — Rojo desvió la mirada, justo cuando lo estaba considerando. — Y claro que debí pensar mejor cada maldita palabra que dije. Y... Oye, sé que voy a perder. — Exclamó, captando la atención del bermejo — Pero tampoco es mi intención dejarme ganar. Tú pon las condiciones — Extendió los brazos, dejando ver su veracidad — Y haré lo posible por ganarte. — Sonrió pícaro, recargando su brazo en el marco, dejando a Rojo abajo de él por las posiciones.

Rojo se ruborizó con levedad, retomando su compostura en breve.

— Sí... Oye, ¿qué planeas?

—... ¿Qué?

— Sí, hoy me juraste matarme y ahora me dices que harás lo que te dije que hicieras, ¿qué planeas?

Púrpura, a pesar de ser parcialmente descubierto, no bajó su seguridad, solamente viéndose extrañado.

— Bien, pues, tú sabes, planeo casarme contigo. — Confesó, de tal forma que parecía mentira.

— Sí... Creo que te prefería tratando de matarme.

— ¿Uhm? ¡Puedo volver a hacerlo!

Sus mejillas se volvieron a pintar de rojo, totalmente desconcertado.

— ¿Qué? ¿Hablas en serio?

— Sí, oye, mis amigos me dijeron que hiciera esto lento pero... — Se reacomodó, dejando su falacia. — Prefiero ir al punto, sí me quiero casar contigo. Me parece que es una buena forma de conseguir todos lo que queremos.

—... ¿Qué? ¡Oye!... ¿Qué? — Tartamudeó — ¿Cómo se supone que yo gano?

— Estoy seguro que quieres algo de emoción en tu vida — Posicionó uno de sus dedos entre sus ojos, haciéndolo fruncir el ceño — Y yo te la puedo dar, Rojo. — Volvió a sonreírle con coqueteo

—... No, no me urge. Gracias. — Se disponía a cerrar la puerta.

— ¡Oye! — Lo detuvo — ¿Quisieras pasar el resto de tu vida con alguien que no es tan alto como tú?

— Quisiera... pasar el resto de mi vida con alguien que sea tanto como yo. Y tú, Púrpura, no creo que lo seas. — Habló tratando de pasar a través de la rendija de la puerta, intentando tener tacto, era lo más cercano a una confesión de amor que había tenido en su vida.

— ¡Pero... oye! — Rojo le cerró la puerta definitivamente.

Para cuando volvió a la habitación, Jez lo miraba expectante, deseoso de saber qué tanto habían hablado. Especialmente enterarse del rubor de su amigo.

— ¿Qué pasó?

— Se me... ¡No! Eso no fue, una declaración.

— ¡¿Qué?! ¡Pero si apenas se conocen! ¡Y... se odian, ¿no?!

— ¡No fue una declaración! Me, ¿propuso? ¿Un trato? No sé, pero, me dijo que se quiere casar conmigo.  — Se sentó, tomando un licor dulce en una copa triangular. 

La puerta fue tocada enérgicamente, insistente. Ambos optaron por ignorarlo, al tiempo se fue.

— ¿Y... tú no quisieras?

— ¡¿Por qué habría dé?!

— Todos sabemos que mientras más alta sea tu pareja, mejor, y serían la pareja ideal, Rojo, un par de Altos.

Se levantó, prefiriendo abrir las cortinas.

— ¿Crees que sería un ganar-ganar?

— ¿Uhm? Pues no ganas algo exactamente, pero, ¿por qué no? No te cuesta nada tener a un divertido esposo.

— Ni siquiera sé si me gusta.

— Deberías conocerlo, darle una oportunidad. Que dé su lucha. — Expresó — ¿Por qué no? Así acabarías rápido con esto, pueden casarse, ¿no?

— Casarnos significa más que un papel, nos harán coincidir, demostrar que podemos llevar una relación. Y yo, hasta donde sé, y como tú dijiste, me cae mal.

— ¡Pero es sólo porque era tu contrincante! — Rojo lo miró confundido, enojado, una rara combinación de emociones — Considéralo.

Rojo le dirigió una mirada arqueada, ahora tenía una nueva alternativa.

Nuestro buen matrimonio improvisadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora