Pareja del siglo

15 3 4
                                    

Buscar a Jez era un constante martirio, debía averiguar dónde estaba su enamorada para poder conciliar su paradero. Tampoco sabía dónde se hospedaba Púrpura, una vez que lo pensó le pareció curioso. Sabía que en esa misma torre, era cierto, pero el cuarto exacto, quién sabe. 

Finalmente se rindió en recepción, viendo cómo Lina acomodaba todo a su alrededor, se colocaba lápiz labial rosado y acomodaba su falda, a simple vista le parecía lista y ordenada, todo lo que Púrpura no era, pero aún así, no se podía quitar a este irken de la cabeza, ¿qué acababa de hacer? ¿Besarlo y prometerle que haría lo posible por él? ¿Lo convencieron con un beso? ¿En serio? 

— ¿Le acongoja algo, señor? — Pregunta la dulce chica, a sabiendas que hacía una hora y media se había ido con Púrpura a conversar, ahora se le veía muy angustiado.

Levantó la mirada, hallando esos ojos cálidos rosados, pero él no necesitaba de su energía, quería ahogarse en sus propios pensamientos.

— ... ¿No eres la recepcionista? — Ella entendió el punto que le decía, él era un posible Alto y ella la recepcionista.

— Sí, pero, como... Lo vi mal, no puedo permitirlo.

— ¿Te crees consejera? — Pregunta sin darle mucho interés, sin verla.

— ... Dicen que soy buena. — Agrega finalmente, volviendo a su asunto.

Rojo chasquea la lengua y pregunta a la chica por su amigo, ella ofrece llamar a su cuarto para buscarlo. 

— ¡Sí! Y el de una tal Dina. 

Marcan a ambas habitaciones, pero ninguna contesta. 

Tal vez porque ya están explorando los rincones más incógnitos de la recámara en busca de un buen ángulo.

— Nada, señor. Pero tampoco los he visto salir.

— Ah... seguro se lanzaron por la ventana. — Bromea sin gracia, se levanta y vuelve al ascensor, sin agradecerle, subiendo nuevamente.

A Lina le pareció un poco menos amigable que Púrpura, a fin de cuentas, una persona alta.

Rojo se quejaba entre dientes, con el ceño fruncido, dirigiéndose a la habitación de su amigo sin reparo, tocando la puerta con decisión.

Adentro, la pareja, uno encima del otro, se ven sudorosos, ignorando el ruido que Rojo producía, a sabiendas que era él.

— Ja... No le voy a abrir. — Susurra Jez a su amante, ella ríe y lo toma del rostro, meciéndose para sentirlo mejor. Él emite un quejido, deseoso de continuar. — Pero temo que tire la puerta. — Burla al oír cómo sus golpes se intensifican. 

— Uhm... — Siente aquél órgano dentro de ella, quieto. — Pensé que Púrpura se encargaría.

— Yo también, pero, no tenía mucha fé, mi amigo no es de dejarse llevar.

— Seguro quiere hablar contigo sobre lo que hablaron. — Voltea a la entrada, sin ser golpeada durante un lapso de tiempo. — Seguro sigue ahí.

— ... ¿Quieres parar? — Ella se queja, suspirando.

— Mi candidato también me debe de estar buscando, vámonos. — Se dan un último beso y se separan.

Al otro lado, un Rojo sentado y abrazando sus rodillas, completamente desconcertado.

No podía dar crédito a su blando corazón, él era un soldado, no una chica enamorada que pinta sus uñas mientras habla por teléfono con sus amigas del chico que ama. Él era una persona seria, por Irk.

Púrpura pasó por donde él, parecía buscar a alguien. Pero lo encontró a él, y con eso estaba satisfecho.

— ¡Oye! ¿Por qué te fuiste así? — Pregunta, dejando a la pareja detrás de la puerta estupefacta, estaban ansiosos por escuchar lo que se decían.

— Púrpura, ahora no. Ocupo a mi equipo de apoyo.

— Y yo no ocupo al mío, necesito que me digas qué pasó. Pensé que estabámos concretando un negocio. 

— Sí, un negocio. — Ocultó su rostro entre sus manos, se emocionaba con tan poco y sólo Púrpura parecía entender lo que pasaba. — Y como todo negocio, debo considerarlo mejor. No puedo basar mi primera relación en sólo un trato frío.

— ¡Yo te voy a dar todo el calor que quieras! ¿Qué más ocupas? — Abre los brazos, evidenciando su parte de ese contrato.

— Quiero que sea genuino. — Maldice entre dientes, susurrando, con un fuego en su pecho, es ridículo abrirse con él.

— Pues... sería difícil, pero claro que puedo. — Rojo lo ve incrédulo, confundido.

— No puedes fingir eso. 

— Puedo generarlo.

— Me ves a mí como un insensible por gestionar las relaciones, y tú crees poder generar am... aprecio, ¿por simplemente desearlo? Vete a la mierda, Púrpura. Sé que el que me hayas besado fue sólo por tu conveniencia, no vengas a mí queriendo decir que me puedes amar sólo con desearlo, es todo lo que pido, y tú no puedes dármelo.

Sentencia, dispuesto a irse, momento en que Jez decide salir para, como quería él, ser su apoyo, pero Púrpura alcanza a Rojo a unos cuantos pasos de la puerta, sin notar que ésta se había abierto, tomándolo del brazo, estampándole un beso, haciendo que tanto Jez como Dina vuelvan rápidamente a la habitación, sin cerrar la puerta para no hacer ruido. 

Rojo lo aparta y lo abofetea, molesto, suspira y quiere irse de nuevo, pero él lo frena.

— Si tan solo me dejaras conocerte, deja de ser un maldito pretencioso y déjame ver si me gustas, ya veré yo si te amo o no, te lo dije, si me gustas, nos casamos, sino, cumplo tu maldita prueba de aptitudes y nos olvidamos de esto, pero por favor, déjame hacer mi intento, mi posibilidad de... aunque suene raro, de hacerte feliz. Tú serás el Alto realmente, yo seré tu lindo esposo, yo soy quien te debe rendir cuentas. — Expone, haciendo que Rojo baje la guardia, pensaba que habría olvidado ese acuerdo y se iría sólo por el "dame un lugar en la monarquía".

Púrpura lo toma de las manos, sonriéndole amigable, tan dulce que Rojo duda que sea el mismo irken que le prometió matarlo.

— Si me abro contigo... y no funciona, me sentiré como un completo idiota.

— Haz que funcione entonces. — Lo arrinconó a la pared y Rojo dejó que esos ojos morados lo inundaran una vez más. — Hagamos que funcione. — Corrigió, dándole una descarga eléctrica por todo su cuerpo, ese irken sabía cómo hacer sentir a alguien bien.

Aunque fuera una mera ilusión.

Se besaron en pleno pasillo. 

Dina y Jez al salir quedaron boquiabiertos, pero ella infló sus mejillas y se sonrojó, riendo tan fuerte que distrajo a la pareja, haciéndolos parar, avergonzados.

— ¡De eso hablaba Púrpura! ¡Vamos chicos, seamos las parejas del siglo! — Se llevó a Jez de la mano, corriendo hacia el ascensor.

Jez miró a Rojo, sin saber qué decirle, retrocediendo de a poco para alcanzar a su chica. Le señaló y levantó sus pulgares, Rojo por el contrario alzó el dedo medio mientras era abrazado por Púrpura.

Nuestro buen matrimonio improvisadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora