Telas y botones

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Las visitas nocturnas se hicieron recurrentes, durante dos semanas sin falta Púrpura iba y tocaba la puerta de Rojo más o menos a las dos de la mañana, acostumbrándolo, comenzando entonces a ser feliz desde la una. Registraba sus avances y pensamientos en su UCI, pero sólo fue cuestión de un par de noches para que lo dejara de lado y hablara de esto mismo con Púrpura, ya no estaba solo. Algunas veces encendía el robot y lo volvía a apagar en la brevedad porque llegaba su compañero, dejándolo encendido otras ocasiones en secreto, o por mero olvido, si le gustaba la conversación la guardaba, sino, la desechaba. Nunca la desechó.

Fue una semana de pláticas, besos, juegos, caricias, mimos, de formar la relación.

Mandaron a traer juegos de mesa y de baraja, confesándose una noche: a ambos les encantaban las marionetas.

— Deberíamos hacer unas propias. — Emite Púrpura, acostados en el piso, con sus cuerpos en direcciones contrarias pero con las cabezas juntas.

— Hay que buscar muchas cosas. Podemos pedir que nos la traigan.

Púrpura se sienta, viéndolo desde arriba, sonriente, relajado.

— ¿Por qué no vamos mañana a buscar? 

Rojo se sorprende, ¿a qué se refiere? Empero no se ve reacio.

— ¿Dices ir a las calles? ¿A buscar telas, hilos y botones?

Púrpura asiente, siente cierta inconformidad de Rojo, pero se ve entreabierta una esperanza a que acepte.

— ¿Como... una cita?

Púrpura se ríe levemente, da vuelta a sus ojos lentamente y ríe más, se desploma en el suelo nuevamente, abrazándolo, le da un beso en la mejilla y dice "Sí" repetidamente.

Rojo se separa algo incómodo.

— ¿Quieres salir en público? — Dice Rojo inseguro, no sabe si es la mejor idea.

Su opuesto se muestra algo molesto, decide no explotar, pero sí mostrar su descontento.

— ¿Hay algo de malo?

— No lo sé, hasta ahora sólo nos habíamos encontrado en la privacidad de esta habitación, nos... van a ver juntos, en una cita. Si esto no resulta y comprometemos nuestra imagen...

— ¿Es lo que te molesta? ¿Qué si eres Más Alto tú solo se quede grabado la idea de que saliste conmigo?

— Siento que nos compromete.

— Podríamos sólo ser amigos y salir de todas formas, por favor, Rojo, no seas tan pretencioso. ¿A quién le importa tu imagen? Si de todas formas sabemos que el que tiene el lugar asegurado eres tú. — Queja, le irrita mucho esa constante desconfianza.

— ¿Y si uno de los abogados nos ve?

— ¡Qué más te da! — Se sienta sobre sus rodillas, exasperado. — ¡Debíamos convivir de todas formas! ¡¿Qué más importa?! Y yo quiero salir, si sólo te conozco entre cuatro paredes, ¿qué chiste tiene?

Rojo reconoce su propia insistencia, las razones de Púrpura y nuevamente, su inseguridad, retomando lo aprendido, suspira.

— Bien, salgamos, vayamos por telas y botones. — Se levanta, dirigiéndose a la puerta. — ¿Sabes cocer? 

— ¿Ahora? — Pregunta extrañado

— Claro, quiero esas marionetas lo más pronto posible. 

Púrpura pensó que querría esperar hasta la mañana, por mera vergüenza, pero tal iniciativa lo hizo sonreír y lanzarse a darle un beso, abrazándolo por la cintura, saliendo de la torre con un tímido lazo entre sus manos, pidiendo una nave para ambos, se dirigieron a una zona comercial de la capital, a un local donde había metros de telas de todo tipo, mismo lugar donde vendían listones, los botones e hilos. 

Tomaron una canasta y con su gran altura quitaban a todos del camino, eligiendo ellos primero

— Creo que estos son de tu color. — Comenta Rojo sacando unos botones púrpuras brillantes, sonriéndole de regreso.

— ¿Te gusta esta tela?

— Es perfecta. — Emite apacible y sin pensar, sonrojándose posteriormente, Púrpura nota esto y se resiste de darle un beso amoroso en la mejilla, no había que presionarlo.

Pidieron los productos y pasaron a caja, siendo el total más elevado de lo esperado, pero al reconocerlos como los candidatos a Más Altos los dejaron llevarse las cosas completamente gratis.

Salieron y la nave los esperaba, subiendo muy risueños a revisar las variadas bolsas que llevaban.

— ¿Para qué quieres este moño? — Cuestiona Rojo, sacando un muy pequeño moño negro.

— Para hacerle su traje de boda. — Rojo se incómoda un poco, era como si Púrpura ya reclamara un puesto que aún no le daban, pero no dejó que su desconcierto lo gobernara, al contrario, le siguió el juego.

— Debimos traer dos entonces. 

Púrpura metió la mano a la bolsa y sacó otro exactamente igual, creando risas entre ellos.

— Eso es tierno. — Susurró, tomando de su mano durante el viaje.

Llegaron y fueron tomados aún hasta el piso de arriba, en el ascensor, lanzándose Púrpura hacia el rostro contrario llenándolo de besos, Rojo no podía con el sonrojo, le correspondía a cómo podía, sintiendo el salto en su cuerpo cuando tomaron de una de sus piernas y la subieron hasta la altura de su cadera, acariciando su muslo aún por encima de la tela, él no lo dejaba de besar, no le permitió escandalizarse y empujarlo, sonriéndole con algo de incomodidad, le gustaba, pero no tenía aún la suficiente confianza para permitir esto.

Arribaron a la habitación de Rojo entre saliva y amores, esto les gustaba mucho. Abrieron la puerta y Púrpura tomó con decisión las bolsas y las lanzó lejos, comenzando a extrañar a su contrario, ¿no iban a hacer marionetas?

Púrpura lo volvió a agarrar de la cintura y le dio la vuelta para recibirlo con sus besos nuevamente, sin dejarle preguntar nada, colando con timidez su lengua, siendo recibido muy confusamente, Rojo se había alejado pero abierto la boca, suficiente para pensar que era un sí. Lo empujó con atrevimiento a la cama, encerrándolo con sus brazos y piernas, haciéndole saber finalmente sus intenciones, Rojo abrió los ojos en grande y no podía controlar su sonrojo, su inconformidad, nada parecía parar la iniciativa de Púrpura, excepto él mismo. Se detuvo, viéndolo a los ojos por fin, pidiendo el permiso que debió solicitar desde un principio.

Rojo le decía todo con esa mirada, le pedía, suplicaba, que parara.

Púrpura se confundió, separándose.

— ¿Tú no...?

— ¡No! — Gritó desde lo profundo de su garganta, enfurecido.

Lo quitó de encima y se dirigió a la puerta, abriéndola para él.

— Fuera.

— Pero Rojo, sólo pensé...

— ¡Pensaste mal! ¡No me voy a acostar contigo! ¡Fuera! — Ordena escandalizado, sin verlo, miraba al suelo, podía temblar del enojo.

— ¿Por qué...? — Tartamudea, podía comprender su error, él mismo se había dicho que no lo presionaría.

— ¡Porque no! — Lo mira con seguridad, pero de fondo esta esa desconfianza que motiva a su relación.

Rojo estaba convencido de que Púrpura sólo lo había intentado para engatusarlo, tratar de convencerlo de dar el sí definitivo, era demasiado apresurado, ¿qué otra razón podía haber? Sólo quería atarlo con la excusa de "tuvimos sexo". Y eso le encolerizaba. Era capaz de mantenerle a mirada, irritado, tragó saliva después de verlo unos segundos, Púrpura le imploraba con sus ojos que le dejara dar una explicación, pero él era inatacable en su decisión, se exasperó, señalando el exterior como si de un pobre perro se tratara.

Púrpura suspiró y salió con las antenas bajas, sin poder darle una última vista, la vergüenza lo estaba matando.


Nuestro buen matrimonio improvisadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora