El domingo y el lunes habían pasado perezosamente en la pastelería de Yrene Adler, los gatos se recostaban en el suelo, buscando el calor y la luz que se colaba por los cristales.
Así que, siendo martes por la la mañana Yrene no tenía más entretenimiento que mirarles y esperar a que Sienna volviera de su paseo matutino.
Si algo odiaba era el aburrimiento y el silencio, las personas la entretenían, acomodar sus galletas o rebanadas de pastel, escribir algún cumplido a sus vecinos en las pequeñas cajas y verlos marcharse a sus vidas.
La campanilla de la puerta.
Y la última persona que habría deseado ver.
—Oficial Oh, ¿en qué le puedo ayudar?
—Solo quiero un café y hablar contigo —respondió.
Yrene la observó, las ojeras, los párpados hinchados, el cabello grasiento y su piel pálida. La mirada suplicante, como si aún estuvieran juntas y Genevieve hubiese ido a un lugar seguro.
En silencio preparó el café y se lo sirvió, cargado y sin azúcar. Si en algo estaban de acuerdo era en qué el café se bebía sin acompañamientos.
Suspiró.
—Dígame lo que sucede, oficial.
—¿Puedes dejarlo, por favor? —Genevieve se recargó en el mostrador y ocultó el rostro con sus manos—. Por cinco minutos deja de tratarme como si no me conocieras.
Yrene habría querido decirle que, de hecho, no la conocía. Pero aquel cansancio y derrota en Genevieve la desalentó. Soltó aire y asintió.
—¿Qué es lo que necesitas de mi, Genevieve? —preguntó—. ¿Necesitas que te escuche, consejo o que simplemente me quede aquí a tu lado en silencio?
—Sacamos otra y aunque parezca imposible, es peor que las anteriores —dijo, pasándose las manos por la cabeza—. Y también más joven, quizá catorce o quince, sin duda no llegaba a los dieciséis años y mi jefe quiere mi cabeza.
—Todo Lone Iland quiere tu cabeza pero ya lo resolverás.
—Tu y yo sabemos que eso no es verdad, estamos trabajando diligentemente y no tenemos nada —dio un sorbo a su café.
—¿Eso significa que la hipótesis de César se ha ido a la basura? —cuestionó.
—No del todo aunque yo prefiero creer que esto no tiene que ver contigo —admitió Ginny.
—¿Después de cuatro años aún no me superas? —El tono de la pregunta le salió más a modo de burla que de genuina duda, pero a la oficial no pareció molestarle.
—Entonces, Jill de Rais.
—¿Que hay con ella? —Yì Rén resistió la sonrisa, Genevieve era pésima en lo que a la sutilidad concernía.