Genevieve VI

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«Todos sus cadáveres se parecen»

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«Todos sus cadáveres se parecen».

Recordó y se dedicó a dispersar las fotografías de las víctimas sobre el escritorio, como si las imágenes le fuesen a contar una historia diferente a la que conocía.

Era cierto que tenían similitudes pero más allá del parecido físico, no tenían demasiado en común. Genevieve no podía hablar de crímenes de odio ya que no todas compartían ni profesión ni etnia. Podría hablar de misoginia, pero nada más, ni siquiera podía estar segura de que estuviese buscando a un hombre, el culpable bien podría ser una mujer alta y fuerte.

—¿Qué no estoy viendo? —Se preguntó en voz alta y solo obtuvo silencio. Nadie podía escucharla en su oficina a las cuatro de la mañana.

Tomó el expediente de la primera víctima: Aura Belcourt, prostituta. Veintiocho años, un hijo.
Las mutilaciones en su cuerpo fueron más severas, los cortes sucios y no fue estrangulada con una soga sino con un alambre. Tampoco fue vestida por completo antes de ser arrojada al río y sus heridas no habían sido cosidas.

El asesino se estaba refinando. O no había tenido suficiente tiempo.

—Aura, él no quería matarte ¿o si? —preguntó al aire—. ¿Dónde está?

Genevieve buscó en un libro con múltiples marcas. Internamente agradeció que Yrene le hubiese puesto separadores en los fragmentos que creyó podrían serle útiles. Encontró pronto lo que buscaba, algo respecto a que el arreglar los cuerpos y la escena es usualmente una muestra de arrepentimiento.

—¿Quiere parar? —cuestionó—. Si se arrepiente debe saber que lo que hace está mal.

Debía estar buscando a alguien con problemas mentales, un paciente dado de alta, alguien que ya cometió crímenes. Se dijo que tendría que buscar casos similares que hubiesen sucedido en los últimos cinco o diez años.

—¿Quién eres? —Genevieve tomó distancia, con el libro aún entre sus manos—. ¿Que clase de monstruo eres, Jack?

Su mirada fue otra vez a las fotografías, deseaba que César cruzara la puerta para ayudarla, pero eso no pasaría pronto, su compañero debía seguir durmiendo en los brazos de su esposa.
Se preguntó como sería despertar con alguien por la mañana.

—No, no iré ahí, tengo mucho trabajo —Se dijo—. Necesito un café.

Se dirigió a la cocina con los pies descalzos y el cansancio en cada parte de su cuerpo, no había sido capaz de dormir. Apenas si podía pensar con coherencia pero ya no tenía posibilidad de perder el tiempo.

Después de preparar su café, regresó a su oficina con la taza en la mano.

—¿Que clase de enfermo mental le saca el útero a una mujer?

Le habían dicho que los asesinos de esa clase suelen cazar en su grupo étnico: las víctimas eran de diferentes orígenes raciales.

Le habían muchas cosas en las que ella no podía encasillar a «Jack, el destripador». Tenía la sensación de estar armando un rompecabezas al que le faltaban piezas. 

La dulzura que te cubreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora