Iulius XXXIV

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La muerte siempre lo hacía pensar en el pasado, una punzada de culpa en su pecho

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La muerte siempre lo hacía pensar en el pasado, una punzada de culpa en su pecho. No debería recordar cosas con Yì Rén sino con Krystal, quien acababa de ser asesinada pero no tenía mucho que rememorar, cuando la conoció no se habían agradado demasiado y convivió mucho más con su hija, quien lloró amargamente la pérdida. Habían convivido, lo suficiente para sufrir por ella, no lo suficiente para sentir un dolor apaleante.

Pensaba en concreto en el año mil novecientos noventa y nueve, antes de adoptar a Nilsa, antes de conocer a Krys o Sienna. Antes de sentir que realmente tenía un sitio en el mundo pero justo el año en el que supo que había encontrado a la persona con la que quería pasar su vida.

«Se sentía cansado, el sudor aún le empapaba la nuca y la frente pero también se sentía profundamente complacido. Se acomodó sobre uno de sus costados y observó a Yrene, quien le daba la espalda.

—¿Puedo abrazarte?

—Puedes hacerlo, Iulius, quiero que me abraces —respondió, virandose ligeramente para verlo.

Ipso facto la abrazó y la atrajo hacia sí. La piel desnuda de la mujer era suave y tersa aún en las zonas entre cicatrices y marcas, que eran más de las que él habría imaginando que ella podía poseer. Había una en particular que parecía haber sido grave, iba desde su omóplato izquierdo hasta su cadera derecha. Con sus dedos la recorrió delicadamente y finalmente la abrazó por la cintura, se preguntó si a ella le habrían molestado sus manos ásperas.

—Voy a preguntarte algo, desde luego eres libre de no responder, Iulius Mærsse —dijo ella en voz baja—. ¿Alguna vez tuviste sentimientos románticos hacia Lárus Hoffman?

Quiso reír, tal vez sonrió.

—Si —respondió y comenzó a acariciarle el abdomen en círculos—. Los sentimientos de un niño, sin embargo.

Soltó un suspiro, aquello le parecía casi un sueño febril y distante.

—Ahora yo te preguntaré algo, Yrene Adler.

Iulius llevó su mano al brazo de la mujer y acarició su antebrazo, enfatizando con uno de sus dedos el trayecto de una cicatriz de la que ya no quedaba textura, solo el tono blanquecino que dejan las marcas muy antiguas.

—¿Qué te pasó aquí? —inquirió en voz suave.

Yrene soltó aire y se giró en la cama para darle la cara. Habría podido verla todos los días, sin embargo su expresión era seria.

—¿Me excedí? —cuestionó.

Ella negó y soltó otra bocanada de aire, parecía luchar en su interior pero no para recordar sino para poner en palabras.

—Como sabes, nací en Harbin, China, en una época un poco compleja gracias a las guerras de sucesión de la dinastía Zhao —respondió—. Lo que no sabes es que mis padres biológicos murieron gracias a la fiebre rosa y yo terminé en un orfanato en el que a veces comíamos y a veces no...

La dulzura que te cubreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora