Nini no había deseado partir, incluso se había molestado un poco por acelerar su vuelta a París pero sabía que la perdonaría con el tiempo. Apenas era día dieciseis pero se sentía como si hubiese pasado una eternidad, al ir hacia el puerto vio lo que debía ser el cortejo funebre de Krystal.
Esa mujer no merecía tanta dignidad en su entierro.
Trataba de no pensar en ello, ni en la furia de Yrene ni en la desconfianza que sentía hacia Dahlia. También en la intriga que le provocaba Eliseius, quien Dahlia había enviado a Lone Iland para seguir los pasos de Yrene y tener conocimiento de sus actividades y poder tenerle algo de ventaja.
¿Ventaja para que? Probablemente para el tema de su herencia, lo encontaraba ligeramente ridiculo. ¿Cómo podría heredar algo de padres que no morirían jamás por la mano de la naturaleza? No estaba en posición de discutir con Dahlia, era quien tenía la mano guía en la situación, no había pedido nada de ella aún e incluso aquella tarde irían a mostrar algunas de sus piezas listas para la venta, esperando deshacerse de varias.
Sabía que poner distancia era la mejor solución por el momento, sin embargo, se sentía incorrecto pero tampoco quería dar tiempo a que descubrieran los productos de sus malos impulsos.
Manejó desde el puerto hasta el departamento donde vivían Dahlia y Eliseius en ocasiones según sabía, aun no estaba segura de que tipo de relación tenían ellos dos ni que clases de cosas escondían pero esperaba pronto tener algo que le permitiera equilibrar un poco la balanza.
Tocó el timbre y Dahlia bajó a recibirla y a ayudarla a bajar los multiples cuadros del auto. Eran tan sólo nueve piezas, primero tratarían de ofrecerlas a los vecinos y después ofrecerlas en galerías o museos.
―Jill, mi cocinera acaba de preparar la comida, comeremos antes de pasar a los negocios ―indicó Dahlia, cargando cuatro piezas juntas, ella subió cinco, no eran pesadas y no le apetecía bajar varias veces.
En el departamento no se encontraba Eliseius, sólo Dahlia y la criada que también fungía como cocinera. Dejaron las piezas y se dirigieron al comedor, dónde ya se encontraba lista la mesa.
―Quiero saber, Jill, ¿Cómo fue que conociste a mi amada hermana? ―inquirió mientras tomaba su lugar en la mesa.
―Me volví clienta habitual de su pastelería cuando llegué de Jersey ―contestó y tomó un lugar también.
―¿Y quedaste flechada en cuanto la viste o cuando probaste sus deliciosas galletas? ―Preguntó Dahlia, sus ojos verdes brillaban con intriga y algo más, algo que no podía identificar.
―Creo que fue cuando la vi en el parque, ella estaba comiendo un helado y un niño se cayó a unos metros, ella se levantó y lo ayudó y consoló, eso me atrapó ―confesó―. Siempre me había parecido muy hermosa pero muy distante y no pensé que fuera tan maternal y tan dulce.