«Pesaba.
Pesaba más que las anteriores, al menos.
Era un poco más gruesa y alta pero tenía un rostro adorable, mejillas rellenas y sonrosadas, espesas pestañas negras y grandes ojos redondeados, abiertos habían sido del azul del cielo.
Habría deseado despedirse de ella más tarde pero las patrullas vecinales comenzaban a rondar a eso de las tres de la mañana, también habría querido obsequiarle un vestido, le parecía inadecuado y casi irrespetuoso arrojarla con su uniforme de mesera.
A esta no la había poseído, ni siquiera llegó a verla desnuda, tampoco lo necesitaba, con su bello rostro alcanzaba.
Su doncella cayó y se hundió por un instante en las aguas, Jill suspiró y subió a su vehículo.
—¡Caballero!
Escuchó una voz de mujer, animada y cometió el error de virarse, dando tumbos se acercaba una dama evidentemente ebria. Se dijo que lo mejor sería deshacerse de ella pero sus pies y manos tomaron una decisión diferente, cerrando la puerta del auto y arrancando a toda velocidad.
No la vio.
Pensó que era un hombre.
No podría reconocerla.
Nadie le creería, estaba demasiado ebria.»
Se tranquilizó ante el recuerdo pero las manos no habían dejado de temblarle y apenas había logrado concentrarse en manejar pero consiguió regresar sin contratiempos a la fiesta y después a su hogar, al entrar y dirigirse a su estancia observó el retrato de su madre, aún podía sentir sus ojos azules acusadores sobre ella y podía oír sus palabras perniciosas, juzgándola por su debilidad.
—Yo no soy un monstruo, madre. —susurró—. Tengo algo que mostrarte.
Alzó el brazo, mostrando su mano, como si el retrato pudiese verla. En su dedo brillaba el anillo de promesa, un delicado aro de plata con pequeños diamantes blancos enmarcando un diamante amarillo de mayor tamaño.
Era exquisito y la felicidad de recibir la promesa de matrimonio de parte de su adorada le nubló el juicio por un instante. Eso hasta que la realidad la golpeó. Había escuchado una discreta conversación entre Yrene e Iulius que la llevó al borde de la cólera.
«—Te estás apresurando.—dijo él—. No sientes amor por ella.
—No, pero creo que podría con el tiempo, me gusta mucho —respondió ella.
No es que Jill desconociera aquello, sabía que Yrene no la amaba aún pero escucharlo la hirió al punto de sentirse físicamente enferma, con nauseas y un enorme deseo de destruir todo a su paso. Y lo que se cruzó en su camino fue una preciosa empleada de la fiesta.»
Estaba agradecida de que Nini hubiese decidido no asistir, le habría complicado todo.
Yrene les había enviado el almuerzo y fue espléndido, cuando terminaron, su sobrina la miraba con atención.
—¿Me lo contará, tía? —le preguntó, dando una mirada descarada al anillo—. Quiero cada detalle si desea compartirlo conmigo.
Su dulce niña, siempre tan correcta, tan prudente. Le sonrió. ¿Cómo podría negarle algo a su princesa? Le tomó las manos y haló de ella hasta la sala de estar, donde se pusieron cómodas.
—En realidad me sorprendió mucho. Bailamos un par de piezas juntas y luego hizo parar la música, yo pensé que sería para brindar por Iulius Maersse y su comitiva —Las manos le sudaban—. Y así fue pero al final también brindó por mi y me hizo pasar al centro del salón bajo los candelabros de cristal y me dio el anillo, todos aplaudieron y nos felicitaron, nos desearon cosas preciosas y felicidad, sentí que me desmayaría.
Era cierto, después de recibir la promesa de boda sentía que sus piernas eran débiles y que se le nublaba la visión.
—Nunca te había visto tan feliz, eso me alegra. —dijo—. Y, ¿que tal los islandeses? ¿Es cierto que Iulius Maersse está desfigurado?
—No seas tan morbosa, Liu Ning —reprendió y su sobrina bajó el rostro—. Y no, tiene el lado derecho del rostro marcado y lleva un parche en ese ojo pero no es un hombre desfigurado, incluso tiene cierto atractivo. También es muy agradable y elocuente, es de esas personas que notas cuando entra en un lugar aunque no lo anuncien. Su hija tiene tu edad.
—¿Y como es ella?
—Callada pero muy educada al responder y tiene modales impecables, creo que podrían ser amigas, lo que me lleva a algo importante. —dijo—. Yrene no me ha dicho nada y quizá hago mal en anticiparme pero si la negociación de Londres no resulta bien, tendremos que irnos del país.
—¿A Islandia?
—No, a alguna parte de Abya Yala.
Vio a Liu Ning vacilar, su pequeña deseaba protestar, preguntar por su escuela, amistades y futuro pero cualquier objeción murió en su garganta.
—He oído maravillas del triple imperio y de todo el continente en general, seguro sería fascinante conocerlo —respondió—. También dicen que las escuelas allá son mucho mejores que cualquiera del viejo continente.
—Mi niña —Jill se levantó y la abrazó—. Gracias.
A Jill le aterraba la posibilidad de tener que salir huyendo pero debía estar prevenida para el futuro y la aliviaba tener el respaldo de su única familia.