Yrene había vuelto a Lone Iland para revisar el cuidado que se le estaba dando a sus gatos, a recoger cualquier correo que le fuese de utilidad y algo que quizá pronto tendría que usar, la muerte de Krys le hizo entender que ya no podía mantenerlo entre sus pertenencias personales sin usar y en espera de un momento adecuado.
El último rostro que habría esperado o deseado ver en la mañana era el de Jill de Rais pero ahí estaba ella, dejando en su puerta rosas blancas y deslizando bajo la puerta una carta.
―Jill de Rais ―La llamó―. ¿Qué haces aquí?
―Vine a darte el pesame pero vi tu pastelería cerrada ―murmuró con la cabeza baja―. Lamento tu pérdida, también vine a devolver esto.
Jill llevó su mano al bolsillo de su abrigo oscuro, vestía de negro con sencillez, austeridad incluso, como si la muerte de Krys también le hubiese tocado el alma, sacó entonces el anillo y se lo tendió.
―Lo compré para ti, Jill de Rais, te pertenece ―Le dijo con cortesía y no intentó recibirlo.
―Gracias, te dejé una carta, espero puedas leerla ―respondió y le dio una sonrisa tenue y leve―. Sabes que aún estoy para ti.
No tenía nada que responderle, algo en su docilidad la disgustaba y también le encendía algo de culpa, quizá había sido demasiado severa con ella. Asintió e introdujo la llave en su cerradura mientras Jill se retiraba, al abrir se encontró con la carta de su anterior prometida y la levantó.
Al entrar la recibió canela, pasándose entre sus piernas y pronto se unieron otros de sus animales. Los había extrañado, levantó a Pimienta, una bella gata carey y la estrujó entre sus brazos, eran un enorme consuelo.
―¡Elise! ―Llamó y escuchó los pasos apresurados bajar las escaleras.
―¡Señorita Adler! ―contestó y pronto llegó a su lado―. Pensé que no volvería hasta mañana.
―Quería ver que todo estaba en orden, gracias por cuidar de ellos ―respondió―. Vine por otra ropa y a darte un dinero extra por quedarte.
De su bolsillo sacó el dinero y se lo entregó para despues subir por sus escaleras con pesadez, no había tenido demasiado descanso ni sueño, pero no lo tendría hasta encontrar al asesino de su hermana. Ya ni siquiera le interesaba demasiado la destripadora.
―Licorice ―musitó al ver a un gato rojizo encaramado en la escalera y que sólo le maulló en retorno―. ¿Estás listo para viajar en barco?
Otro maullido, un mes más y partiría para seguramente no volver jamás, tenía que llevarlos consigo, a Nilsa le gustaban mucho los gatos y sus perros estaban acostumbrados a ellos así que no sería problema. Sólo quedaba hacer los últimos arreglos.
Cuando al fin alcanzó su habitación observó a Ázucar sentada sobre un largo mueble de puertas corredizas que contenía muchas de sus joyas y accesorios sin usar.