Bebió de su copa y se recargó en el sillón, en la pequeña sala aún podía escuchar el bullicio y la música del evento que organizó. La comitiva islandesa parecía divertirse, sus invitados británicos estaban cómodos y socializando y al fin había entregado a Jill de Rais un anillo de compromiso, todo marchaba de maravilla.
Sin embargo necesitaba un momento a solas, se había cansado de las sonrisas y felicitaciones, de las conversaciones superficiales y el ambiente festivo. No se sentía con ánimo de celebrar nada, había mujeres muertas y ninguna respuesta, nada, solo la vaga esperanza de que la pequeña reunión sirviera como trampa para su asesina. Habían asistido César Taylor y los hermanos Hulme para vigilar a sus sospechosas. No había nada interesante.
—Para una mujer recién comprometida te veo con un ánimo demasiado sombrío.
—He tenido días agotadores, Iulius Mærsse. —afirmó pero no se movió para mirarlo—. Siéntate junto a mi.
Escuchó los pasos y él finalmente tomó asiento junto a ella. Él llevaba una camisa que ella le había obsequiado, de seda roja y bordados dorados. Le parecía un bello detalle que se la hubiera puesto para verla después de tanto tiempo, pensó brevemente en lo peculiar del asunto, ella misma había optado por un qipao de colores idénticos, como si en la distancia pudieran tener las mismas ideas.
—Esa camisa te sienta muy bien. —afirmó—. Me sorprende que aún la tengas.
—La mandaste a hacer especialmente para mi en China. Es un regalo invaluable, Yì Rén. —contestó—. ¿Me contarás sobre lo que te aflige?
—Nada en lo absoluto, te lo he dicho, estoy cansada, he trabajado mucho.
—Seguro así es, es una reunión elegante y refinada, además tú estás tan deslumbrante como siempre —contestó—. Un poco atrevido y revelador ese qipao, en mi opinión.
—Tenía que usar algo especial, pedí matrimonio hoy. —Fue inevitable sonreír.
—¿Puedo expresar mi opinión?
—Lo harás aunque me niegue pero aprecio que tuvieras la inútil cortesía de preguntar. —respondió—. Así que habla.
—Te apresuras, siempre que te encuentras bajo presión empiezas a acelerar cosas y a tomar decisiones sin pensarlas demasiado.
Era cierto. Pero no consideraba que fuese una mala decisión.
—No puedo argumentar contra ti, estás en lo cierto, es una decisión apresurada pero no una tomada a la ligera.
Iulius apretó los labios, más que tratando de quedarse callado, pensando.
—No es sólo tu premura lo que critico, también el hecho de que no sientes amor por ella.
—No pero creo que podría llegar a hacerlo con el tiempo y la convivencia. —respondió—. Ella me gusta y es adecuada.
—Lo es, es bonita y educada, sabe sonreír y ser cortés, te aburrirá hasta la demencia.