El bolsillo puso resistencia al ser desgarrado pero lo consiguió con rapidez, también arrancó dos botones. Era un buen saco y era una lástima tener que arruinarlo pero servía a su propósito. Se dio prisa a salir de la desocupada oficina de Genevieve Oh, no habría podido explicarle a César su intrusión.
En su propia bolsa un cuadernillo propiedad de la detective, con su caligrafía y nombre, la prueba que pondría a marchar su plan.
Debía afinar detalles, afortunadamente Dahlia y Eliseius le habían dado espacio, estaban ocupados atendiendo otros asuntos, al parecer algo en Londres se había complicado pero no le habían dicho mucho, algo de un cinturón se había colado a su oído pero carecía de significado para ella. Las cosas a su alrededor estaban en una inusual calma y silencio, incluso esa inquietante paz había alcanzado a su adorada y su pastelería.
Cuando cruzaba el umbral del negocio pronto recibía la mirada de Yrene, pero en ella algo había mutado, aquellos ojos grises sufrieron una metamorfosis, de nubes llenas de agua y esperanza se tornaron en glaciares, la sonrisa se había tornado en una mascara y detrás de la gentileza podía encontrar repulsión, o así lo definía a falta de una palabra mejor.
La acuciaba, no había hecho nada para merecer aquella falsa cordialidad ni el desprecio que ocultaba debajo. Sin embargo no había demasiado por hacer sólo seguir su plan, ya tenía a la mujer que le serviría de ayuda, era fascinante lo que las personas estaban dispuestas a hacer por dinero pero para solidificar su artimaña necesitaba el objeto recién robado y la prenda dañada.
Genevieve caería por sus crímenes.
―Jill, es muy temprano para que se encuentre aquí ―La voz de César la atrajo y lo miró, en definitiva lo era pero era la única hora en la que podría entrar a la oficina de Genevieve.
―Lo sé, me preguntaba si querría desayunar conmigo antes de empezar su día.
Vio a César vacilar.
―Me encuentro ocupado esta mañana, espero no la disguste que no pueda acompañarla en esta ocasión ―contestó él, su negativa parecía incomodarlo pero no debía, ella lo podía comprender.
―Nos veremos después y nos pondremos al día, hay mucho que me encantaría compartirle, César ―respondió, quería hablar con honestidad respecto a lo sucedido en Londres, no podía comentar nada de Dahlia pero si que podría verbalizar sus sentimientos en cuanto a su compromiso―. De verdad espero su trabajo sea llevadero el día de hoy, me despido para no tomar más de su preciado tiempo.
―Lamento mucho lo del compromiso ―comentó, luciendo apenado y sin saber como traer el tema a la conversación.
―Yo también, ¿qué tal si lo conversamos mañana en la tarde con una taza de té en mi casa? ―preguntó.
―¿Le parece bien que sea a las seis de la tarde? ―cuestionó él con una sonrisa tenue.
―Por supuesto ―respondió, había esperado que el detective sugiriera otro lugar por cortesía pero al parecer ya sentía la confianza como para aceptar ir a su hogar. Se reprendió por tan temeraria invitación.