Yrene VIII

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«¿Qué es lo que escondes, Jill De Rais? ¿Qué hay bajo esa máscara de amabilidad y encanto?» Se preguntó Yrene, mirando a la otra mujer al volante

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«¿Qué es lo que escondes, Jill De Rais? ¿Qué hay bajo esa máscara de amabilidad y encanto?» Se preguntó Yrene, mirando a la otra mujer al volante.
Sus mejillas redondeadas, su nariz alta y ligeramente desviada, sus ojos grandes y sus labios carnosos hacían un buen juego. Jill era bonita pero había algo más, en su mirada había oscuridad e Yì Rén se preguntó si esa oscuridad podría ser extirpada.

—Me miras como si me estuvieras diseccionando —bromeó Jill.

«Oh, lo hago, Jill de Rais, lo hago. » Respondió en su mente.

—Me gusta mirar cosas lindas —dijo—. Personas lindas y tu, tu eres la más linda que he visto últimamente.

Se corrigió aunque no fuese necesario, también se recriminó esa mentira.

—Gracias, aunque no soy tan bonita como tu —Jill aceptó el cumplido y lo regresó—. Y gracias por permitirme pagar la cuenta.

—No es nada, me sorprendió que quisieras hacerlo aunque yo elegí el lugar —Yrene dejó escapar aquella otra mentira—, pero la próxima cita la pagaré yo, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —Yì Rén observó la sonrisa de Jill, demasiados dientes para ser natural. Tampoco parecía falsa, ensayada quizá.

—¿Sucede algo, Jill de Rais?

—No estoy acostumbrada a que me paguen las cosas —admitió—. Me gusta usar mi propio dinero, me cuesta aceptar regalos y detalles, aún más el que me inviten.

—Te comprendo, aún así, tendrás que permitirme el mimarte —Yrene habría sonreído para aligerar su frase pero no lo hizo. Distraída por las personas en su entrada.

—¿Quiénes son? —cuestionó Jill, acercando el auto a la acera. Estaban finalmente frente a su hogar.

Yì Rén sintió la pregunta entrometida pero prefirió no hacerlo saber.

—Ah, son César Taylor y mi hermana, Sienna —El automóvil se detuvo y Jill la miró dubitativa, Yì Rén no había mencionado familia durante la cena.

Yrene sabía que sólo Dahlia era su hermana —porqué era hija de sus padres—, Sienna y Krystal eran vin maleficis, hermanas en poder pero no en sangre.

—¿Tu y el oficial son amigos? —inquirió Jill. Más intromisión.

—Lo éramos —respondió mientras Jill aparcaba—. ¿Puedo abrir mi obsequio ahora?

Jill asintió y se estiró para alcanzar la caja del asiento trasero además del ramo y se los entregó. Yì Rén se sentía ansiosa, había recibido diversos presentes de Jill, desde joyas que había declinado de la manera más cortés hasta finos abrigos y capas bordadas que si había aceptado.

Abrió la caja y se encontró con un cuadro de naturaleza muerta, había diversas flores: lirios blancos, dalias y camelias. Era exquisito y elegante, ya estaba pensando en dónde lo colgaría. Tenía un delgado marco dorado, sencillo pero pesado y el cristal era grueso; quedaría precioso en su sala de estar.

La dulzura que te cubreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora