El timbre llamó su atención y se aproximó con presteza a la puerta, al abrirla se encontró con el rostro afable del cartero que le entregó su correspondencia, ella a cambió le dio unas cuantas monedas como propina.
Se dirigió a su estudio con las diversas cartas en sus manos, repasó una tras otra, cuentas, invitaciones y alguna publicidad. Ninguna tenía el mayor interés para ella, Dahlia se hacía cargo de todas aquellas trivialidades. Deslizó una a una entre sus dedos. Hasta la última, cuando sus dedos se encontraron una textura ajena: un sedoso papel blanco con sello de la nueva nación Islandesa.
Sintió su corazón detenerse y omitir un latido. Existían dos remitentes que podían estarle escribiendo desde aquella tierra que ella consideraba un congelador sin encanto, ninguno de los dos era bueno.
Abrió el sobre y se encontró un fino papel membretado con cuatro iniciales doradas: Y. R. A. M.
Yì Rén Adler Mærsse.
De repente hacía frío en pleno verano y el cielo se ennegrecía. Un escalofrío quería escalar por su cuerpo y ella quería mantenerlo a raya, casi inevitable, pues su piel se erizaba y su calor corporal amenazaba con abandonarla. Ya en el estudió peleó por mantenerse en pie y dejó caer el resto de irrelevantes misivas.
Se rindió.
Se sentó, trató de recuperar la compostura y aunque lo intentó con ahínco, sus ojos no fueron capaces de enfocar ni una sola palabra. Sentía la habitación volverse pequeña y sus pulmones negarse a funcionar. Frío, tenía frío aunque los rayos del sol habrían podido quemar incluso a través del cristal.
Luchó por la respiración, por aire, por vida y cuando al fin su cuerpo se llenó de oxígeno y su corazón abandonó la arritmia, sujetó la carta entre sus dedos.
«Dulce Jill De Rais:
Ainsi bas la vida, mon chérie. Nos vimos forzadas a separar nuestros caminos por un amargo tiempo, está aun fuera de mi conocimiento si estaremos alejadas durante más meses, años o dolorosos siglos. Sin embargo, quería mostrarte que vayas a donde vayas, mis palabras lograrán acariciarte; sé que pensarás en mi, que las nubes de la tormenta harán que recuerdes mis ojos y mi mirada, que pensarás en mi cabello y mis pestañas cuando la oscuridad de la noche te abrace.
Yo pensaré en ti cada día que permanezcamos distantes, te veré en las pinturas de Emilia Goya, en la oscuridad de los bosques y en la naturaleza muerta en las galerías.
Voy a darte mi corazón sangrante en esta misiva, no, ni por un instante te sientas mal. Ahórrate la compasión. Tu alcanzaste un lugar en mi corazón que pensé que no podía ser tocado y me recordaste de mi humanidad pero también me hiciste rememorar a esa parte que muchos creyeron conocer y que no pudieron siquiera vislumbrar.
Con tu dulzura toxica, tus palabras envenenadas y tu mano delicada reviviste al monstruo.
Pasé días a tu lado, mirándote. Mientras tu mirabas a la fantasía yo te veía a ti. Me preguntaba si podía extirpar la oscuridad en ti, si podía exorcizar los fantasmas en tu interior.