𝟑° 𝐏𝐑𝐄𝐋𝐔𝐃𝐈𝐎

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«Hace muchísimo tiempo, cuando el Todo aún era joven y estaba cargado de efímeras esperanzas, unos peculiares seres germinaron de los más profundos Mares de Sombra. Ninguna otra entidad distinta a ellos tenía en claro qué o quiénes eran, ni tampoco se sabía a ciencia cierta cuáles eran sus motivaciones u objetivos. Vagaban sin rumbo definido por los confines caóticos del Universo, reduciendo lo que antes había sido "algo" a la más simple "nada" en su afán de devorar todo lo que hallaban a su paso. Por tal motivo, entablar comunicación directa o indirecta con alguno era una tarea inverosímil que bien podía ser considerada una misión suicida, y así lo corroboraron los numerosos insensatos que terminaron consumidos por la penumbra al intentarlo.

No había quien no los odiara.

Eran pocos los que no les temían.

Aunque ellos, los seres nacidos de la oscuridad primigenia, poca importancia le daban a la opinión de las consciencias ajenas a su especie, conducta que los hacía parecer fenómenos naturales de escala cósmica en lugar de criaturas racionales. Actuaban casi siempre en solitario, con una postura neutral frente a todo, concentrados en consumir la energía vital de los seres que tenían la desgracia de caer en su rango de influencia. En ese sentido, su llegada anunciaba inminente catástrofe para cualquiera que se atravesase en su camino, sin importar si se trataba de ejércitos, civilizaciones, planetas, estrellas o galaxias. Incluso las falsas deidades y los demonios embusteros preferían evitar toda confrontación directa con aquellos heraldos de las sombras.

Se convirtieron en el sinónimo de la aniquilación total.

Dada su misteriosa naturaleza, comenzaron a surgir diversas teorías que intentaban otorgarles un lugar dentro de la lógica del cosmos. Según la más sólida, se les podía considerar como una parte esencial de la Creación: un método natural de exterminio imprescindible para asegurar el equilibrio del Todo con respecto a la Nada. En base a dicha línea de pensamiento, muchos creían que los hijos de los Mares de Sombra habrían de existir por toda la eternidad, siempre solitarios, siempre silenciosos, devorando y digiriendo energías ajenas mientras atisbaban al infinito con sus glóbulos oculares color escarlata.

Pero, cuando todos menos lo pensaban, estalló la Interguerra, seguida casi de inmediato de la Intraguerra.

Siguiendo su naturaleza imperturbable, los descendientes de la oscuridad ancestral mantuvieron una postura completamente neutral ante ambos conflictos. Masacraban sin reparos la totalidad de las fuerzas que se les interponían, fuesen propias del Concepto del Mal o del Concepto del Bien, y posteriormente hicieron lo mismo con las deidades y los demonios que se resistieron a ser devorados. Entonces, por pura casualidad y de forma involuntaria, los heraldos de los Mares de Sombra revelaron poseer una particularidad que, si bien parecía ser sumamente conveniente para ellos, también representó el inicio de su inevitable extinción...

Al parecer, eran inmunes a la Corrupción en cualquiera de sus fases.

En otras palabras, el Mal no era capaz de influenciarlos, manipularlos ni doblegarlos de forma alguna. Aquel era un hecho inaudito, ni siquiera los más fieles siervos del Bien habían demostrado poseer una capacidad de esa índole. Que los nacidos de la penumbra infinita pudiesen conservar sus raíces espirituales libres de todo Mal, a pesar de que la gran mayoría de seres oscuros se sometían a tal concepto, era algo que rompía con la lógica impuesta desde los inicios de la Creación.

Para su infortunio, el Mal también actuaba como un fenómeno semirracional, de modo que no tardó en dar con una conclusión muy simple: lo que no podía ser controlado, tenía que ser destruido. En base a tal decreto, se dio inicio a una cruenta cacería de escala masiva, teniendo a los heraldos de las sombras como único objetivo. Era la primera vez en la historia universal que se producía un evento de tal calibre: nunca antes alguien o algo había siquiera pensado en enfrentar de manera voluntaria a los frutos de la oscuridad. Ellos siempre habían sido los imbatibles depredadores, ni en las situaciones hipotéticas más bizarras se les hubiera podido imaginar como las presas.

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