三十九 Capítulo 39: Inbō no jikan

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La oscuridad alrededor de Kuro era total.

Ni siquiera podía distinguir sus propias manos, incluso colocándolas a centímetros de su rostro. La sensación de ceguera absoluta, lejos de fortalecer el resto de sus sentidos, lo imbuía de una pesada angustia que se hacía más abrumadora a cada segundo. Sin contar su entrecortada respiración, lo único que llegaba a percibir en aquel espacio "vacío" eran los acelerados latidos de su corazón haciendo eco dentro de su cabeza.

Aunque, con un poco de esfuerzo, también era capaz de apreciar algo más: los ojos color carmesí de Kukuri.

Contaba con el apoyo de dos conejas negras, apostadas por separado en cada uno de sus hombros, a las cuales apenas podía "observar" de reojo. El opaco fulgor rojizo que emitían, sin embargo, no llegaba a representar en lo más mínimo una verdadera fuente de iluminación. De todas formas, la simple presencia de la oscura entidad bastaba para brindarle algo de confianza.

Y eso era lo que más necesitaba en aquellos momentos.

―No dependas de tus sentidos mundanos, Kuroshi ―le recomendó la voz de Kamiya, sin provenir de un punto en concreto―. No intentes "ver" ni "escuchar". Utiliza las tinieblas para recoger información del entorno. Sincroniza tu espíritu con la oscuridad, sométela y transfórmala en tu fuerza.

Sin tener mucha idea de cómo seguir tan vagas instrucciones, Kuro tomó un gran trago de aire mientras intentaba concentrarse. Cerró los ojos, aunque daba igual tenerlos abiertos o no, y dejó escapar una profunda exhalación. Durante varios minutos estuvo en ese afán, respirando a ritmo lento y constante, pero no logró sentir ningún cambio dentro de sí o en los alrededores.

―No te encierres en tu propio ser ―volvió a pronunciar la voz incorpórea de Kamiya―. La oscuridad que te rodea debe convertirse en una extensión de tu cuerpo, en una manifestación de tu mente, en la voluntad de tu alma. ―Se produjo una breve pausa seguida de un burbujeo―. Kukuri te ayudará a superar la barrera inicial, pero el papel principal lo tiene tu raíz espiritual. Solo con una férrea voluntad podrás despertar el poder que yace en ti como descendiente del Mar de Sombras.

―Como si fuera fácil... ―musitó Kuro, un poco exasperado.

No obstante, sabía bien que no tenía ningún derecho a quejarse. Había sido él quien le había pedido a Kamiya que lo entrenase, tanto para matar el aburrimiento como para aumentar sus capacidades de combate. El Yaminokami no había puesto ningún reparo en compartir con él sus conocimientos sobre el siniestro arte de manipular la oscuridad, ya que de todas formas esa había sido su intención desde un inicio.

Por sentido común, Kuro asumió que empezarían tratando la teoría básica y luego recién pasarían a la aplicación práctica, pero su abuelo prefirió apostar por un método más directo. A fin de cuentas, Kamiya había atestiguado, por medio de Kukuri, el combate que su nieto y las gemelas Hametsu habían entablado contra Tsukuyomi. De forma más concreta, había visto a la deidad lunar caer derrotada por un único contraataque improvisado de Kuro. Dado que, según su lógica, semejante resultado reflejaba el gran talento innato del muchacho, no deseaba perder el tiempo brindándole instrucción básica.

Durante los últimos días o, mejor dicho, noches, Kuro había atravesado diversos tipos de pruebas que bien hubieran podido calificarse de exámenes finales. No eran ejercicios precisamente peligrosos, ya que la idea era evaluar distintas facetas de un combate simulado, aunque la intensidad espartana del entrenamiento siempre lo dejaba fatigado a nivel físico y psicológico. Resultaba probable que, de no haber contado con el constante apoyo de Hakuma y Megami, le hubiese resultado imposible mantener la fuerza de voluntad necesaria para continuar en pie de lucha.

Repentinamente, un escalofrío lo obligó a desprenderse de sus cavilaciones. Al escuchar que la coneja que tenía en su hombro izquierdo dejaba escapar un chillido, dirigió su mirada en esa dirección sin perder un segundo. En medio del penumbroso "horizonte", creyó distinguir tres fulgores rojizos en disposición triangular que se acercaban a una velocidad demencial. También consiguió escuchar un suave e intermitente chapotear, tal como el producido por un animal corriendo sobre charcos de agua, que se hacía más intenso conforme la distancia que lo separaba de aquella cosa se reducía.

HametsuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora