二十三 Capítulo 23: Tsuki no owari

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Kurokami y Shironi fueron capaces de sincronizar sus ataques para acaparar toda la atención de Tsukuyomi, sin darle oportunidad de plantear una contraofensiva ni de reposicionarse fuera de su alcance. Cada vez que la deidad lunar amplificaba la luminosidad de su orbe plateado con la intención de debilitar a la marabunta de conejos negros, Shironi saltaba en su dirección para golpear la esfera con toda la fuerza de sus patas traseras. Y cuando Tsukuyomi reducía la emisión de energía lunar para contrarrestar el ataque de la liebre demoniaca, Kurokami se dedicaba a edificar torres vivientes en el afán de llegar hasta la manifestación corporal del kami.

―Realmente parece que Kurokami y Shironi tienen todas las de ganar... ¿No resulta un poco anticlimático? ―Kuro observó a su alrededor y distinguió las manchas de sangre que se perdían en la penumbra circundante―. Creo que lo mejor será asegurarnos de que Ryoushi se encuentre en buen estado. Si le pasara algo a ese gato monstruoso, Rini me mataría ―agregó, ocultando la sincera preocupación que le generaba la condición de su fiel bakeneko.

―Permaneceré aquí para asegurarme de que Tsukuyomi sea derrotado —indicó Megami, secándose el sudor de su frente con un brazo―. Lo obligaré a responder algunas preguntas, si acaso sigue con "vida" tras el combate.

―Yo también me quedaré ―afirmó Hakuma―. No creo que haya más enemigos cerca, así que no tendrás problemas tú solo, Shi-kun.

El aludido tragó saliva y se forzó a asentir. Le hacía muy poca gracia tener que adentrarse en la insondable penumbra en solitario, pero no contaba con la opción de quejarse dada la situación. Se limitó a suspirar sin ánimos a modo de despedida y partió con su linterna de mano como única fuente de luz, rogando por no llegar a toparse con ninguna monstruosidad en el camino. No le tomó mucho tiempo terminar envuelto casi por completo en las tinieblas, que tenían la capacidad de bloquear la luminosidad emitida por el orbe de Tsukuyomi conforme la distancia se acrecentaba.

El chico mantuvo el haz de su linterna apuntando al tatami para no perder de vista el reguero de sangre que lo guiaba. Luego de recorrer un trecho considerable, notó que el rastro daba paso a una amplia mancha rojiza para luego proseguir en la forma de marcas irregulares, como si el bakeneko hubiese empezado a caminar por su cuenta tras recuperarse del impacto. Pudo confirmarlo al ver que, en efecto, había multitud de huellas sanguinolentas grabadas en el suelo, lo que le inspiró a apurar el paso para encontrarse con Ryoushi cuanto antes. Que el gato hubiese sido capaz de ponerse de pie tras el fatal ataque era buena señal, pero necesitaba asegurarse de que su condición fuera estable.

Tras avanzar durante un buen rato, Kuro se topó con un impedimento que rompía el patrón de absoluto vacío que había imperado en aquella sala infinita hasta el momento. Se trataba de una muralla conformada por tablones de madera sin ningún detalle llamativo, salvo que ni con ayuda de la linterna pudo distinguir cuán alta o extensa era. Si bien aquel inesperado obstáculo le cortaba el paso por completo, pudo distinguir que las huellas de sangre cambiaban de dirección en sentido paralelo al muro, de modo que sólo tuvo que virar a la derecha para proseguir sin problemas.

Al cabo de unos minutos, su búsqueda rindió frutos al atisbar una gran figura cuadrúpeda a la distancia. Tras acercarse lo suficiente para que la luz de la linterna lo iluminara a detalle, Kuro pudo asegurarse sin duda alguna de que se trataba de Ryoushi. A pesar de que el maltrecho bakeneko tenía una pata trasera destrozada y cuatro de sus colas dislocadas, además de una postura menoscabada que apenas le permitía mantenerse erguido, no daba señales de encontrarse en riesgo de muerte.

―¡Ryoushi! ―exclamó Kuro, acariciando el enorme hocico del gato que le llegaba casi al cuello―. Me alegra verte... mejor de lo que esperaba, amigo. ―Iluminó los alrededores, sin encontrar nada digno de mención en un primer vistazo―. ¿Por qué viniste hasta este lugar?

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