Como ya venía siendo habitual desde su mudanza, Kuro despertó con todo el cuerpo agarrotado. Por si fuera poco, también era presa de una fatiga insoportable que lo obligó a luchar por un buen rato contra el poderoso deseo de seguir durmiendo. Incluso tras reunir la fuerza de voluntad necesaria para sentarse, no fue capaz de abrir los ojos durante un minuto adicional que se le hizo eterno. Tuvo que frotarse los párpados una y otra vez con tal de reactivar su sentido de la vista, aunque de todas formas no había mucho que apreciar en aquella habitación.
Se encontraba sobre un futón ubicado en el centro exacto de la estancia, de cara a la puerta y de espaldas a una amplia ventana cubierta por cortinas oscuras. Cerca de una de las paredes, bien encajado entre una cómoda baja y un pequeño estante de libros, se hallaba un escritorio simple con su respectiva silla. La pared del otro costado estaba ocupada en parte por la puerta corrediza del armario oshiire, cuya blanca superficie reflejaba la luz difusa que se colaba desde el exterior. Esos eran los únicos enseres, sin contar la infinidad de cuchillos clavados por aquí y por allá a modo de indeseada decoración.
Mientras se ponía de pie, Kuro dejó escapar un gruñido de irritación al sentir lo entumecidas que estaban sus extremidades. Había sido muy ingenuo al creer que usar un futón iba a ser sencillo solo por tratarse de un elemento característico de su cultura. Por alguna razón, antes de mudarse se había convencido a sí mismo de que, como todo buen japonés, no tardaría mucho en acostumbrarse sin ningún problema.
Nada más lejos de la realidad.
Ya fuese debido a su ascendencia italiana o simplemente por haber usado una cama de estilo occidental durante toda su vida, cada noche se convencía más de que dormir en el suelo no era lo suyo. Bajo semejante tortura diaria, no estaba seguro de lo que se quebraría antes: su cordura o su espalda. Si bien traer la cama que había dejado en la casa de sus padres podría solucionar el problema de inmediato, no parecía una opción viable dada la crisis económica que andaba pisándole los talones.
Intentó suspirar para calmarse, pero fue interrumpido por un potente bostezo que casi lo hizo atragantarse con su propia saliva. Luego de recuperar el aliento y estirarse un poco, observó el futón desordenado con el ceño fruncido. En teoría, aquel día tocaba ponerlo a orear en la ventana, pero la pereza le susurró con malicia que ya tendría tiempo y energías en otro momento. Estaba demasiado agotado como para resistir la tentación, así que abrió la puerta del oshiire y, tras retirar un par de espadas tsurugi incrustadas en el interior, empujó dentro el futón sin importarle cómo quedara. Era consciente de que haría lo mismo al día siguiente, y también al subsiguiente...
Chasqueó la lengua.
Para sacarse de encima los restos de sueño, se acercó a la ventana y cometió la torpeza de descorrer la cortina por completo. Se arrepintió de inmediato al recibir un aluvión de luz solar que lo golpeó en pleno rostro con la fuerza suficiente para hacerlo trastabillar. Kuro maldijo entre dientes, seguro de que había perdido gran parte del día por despertar tan tarde. Tuvo que tragarse tal certeza al revisar su celular y descubrir que recién eran las seis de la mañana. O el reloj mentía o el clima se había vuelto loco.
Haciendo pantalla con una mano, se atrevió a observar ese cielo tan despejado y esplendoroso.
—Va a ser un buen día, ¿eh? —musitó, con una expresión de hastío.
Barajó la opción de echarse a continuar durmiendo, pero se desanimó al considerar que antes tendría que sacar el futón del oshiire. Decidió abandonar su habitación antes de que la flojera lo venciera, aunque no tenía mucha idea de lo que podría hacer para matar el tiempo hasta la hora del desayuno. En cualquier otro caso, no le hubiese molestado salir a comprar un aperitivo en una tienda de conveniencia, o dar un pequeño paseo por los alrededores mientras buscaba algún yōkai débil al cual intimidar. Lamentablemente, las cosas con Hakuma habían estado cargadas de tensión desde la noche en la que había intentado hacer contacto con los kitsune. Irse a vagar en solitario era casi como retar a la susodicha a un duelo a muerte con cuchillos, así que no le quedó más que descartarlo.
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Hametsu
HorrorKuroshi Usagi nunca imaginó que su vida cambiaría tanto tras iniciar una relación romántica con Hakuma Hametsu, una encantadora pero extraña chica que parece guardar singulares misterios. A pesar de la emoción inicial, Kuro pronto descubrirá que su...