三 Capítulo 3: Neko to ningyō

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Kuro y Hakuma regresaron a la ciudad en la mañana del día siguiente al altercado con las serpientes blancas de Benzaiten. Lo único que el desdichado chico quería en aquel momento era dormir todo el día y tal vez el siguiente también. Aún sentía el pavor impregnado a su piel tanto por saber que había estado cerca de convertirse en la cena de cuatro reptiles pálidos, así como por enterarse de la existencia del misterioso Conejo Insensato.

Sin embargo, para consternación suya, Hakuma le pidió amable pero autoritariamente que la acompañara a su casa. Kuro, incapaz de negarse, se limitó a aguantar la fatiga que lo invadía y aceptó la tétrica invitación. De esa forma, por segunda vez, se vio ante la casa abandonada donde la pesadilla había comenzado.

―Así que realmente vives en este lugar... ―murmuró, sin sorprenderse en lo más mínimo.

Cuando ingresaron, Kuro supuso que irían al cuarto piso para ver el aterrador museo de las cabezas cortadas, pero en lugar de eso Hakuma lo llevó hasta unas escaleras que descendían a las entrañas de la tierra. A diferencia del resto de la casa, que estaba iluminada por la luz solar que se filtraba por las rendijas y roturas del techo y las paredes, aquellos escalones se sumergían en la más profunda oscuridad.

Hakuma, quien aún vestía el yukata que había recibido en Benzaiten, utilizó la linterna de su celular para iluminar las escaleras y comenzó a descender. Kuro se vio tentado a dar media vuelta y huir, pero al final se resignó a seguir a su novia. Ella llevaba la mochila de Kuro colgada de un hombro, ya que la estaba utilizando como contenedor de las cuatro cabezas de serpiente que había conseguido. Aquellos macabros trofeos habían reducido su tamaño misteriosamente y no parecían sangrar en lo más mínimo, por lo que no habían tenido problemas para esconderlos de miradas indiscretas durante su viaje de regreso.

Llegaron al escalón final, el cual daba a un lóbrego y amplio sótano que no llegaba a ser iluminado completamente por el celular de Hakuma. Kuro arrugó la nariz al percibir un desagradable olor amargo y dulzón, lo que lo llevó a suponer que aquel lugar debía contener cadáveres en algún lado. Sospechar eso, junto a la profunda oscuridad, le generó un creciente nerviosismo que lo instaba a largarse cuanto antes.

―Muchas gracias por acompañarme, Shi-kun ―dijo Hakuma, extrayendo las cabezas de serpiente para devolverle la mochila a Kuro.

―Sí, bueno...

―Yo me encargaré de lo demás. Debes estar cansado, nos vemos luego.

Sin más que decir, la chica se sumergió en la penumbra, con su celular como única fuente de luz. Kuro, confundido por el anti climático desenlace, prendió su propio móvil y lo usó para regresar al primer piso, dispuesto a salir de allí sin perder más tiempo.

...

El día prosiguió sin mayores complicaciones, gracias a que Kuro pudo evadir astutamente las preguntas de sus padres y de su hermana menor aduciendo que estaba muy cansado. Sabía que no podía seguir ocultando su nefasta relación con Hakuma por mucho más tiempo, pero resultaba conveniente mantener al margen a su familia de momento.

Despertó al atardecer, con el estómago rugiéndole por el hambre. Sin embargo, lo que realmente había interrumpido su pesado sueño había sido el constante pitido que emitía su celular. El chico, temiendo que se tratara de una llamada de Hakuma, se apresuró a contestar.

―Hola, Kuro ―dijo una voz masculina al otro lado de la línea.

―¿Qué...? ―Kuro se demoró unos instantes en despertar por completo―. Ah... Taro, qué sorpresa.

―Llamé antes, pero no respondiste. ―La voz de su amigo se escuchaba inesperadamente seria―. ¿Podemos hablar en persona? Tengo algo que decirte.

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