二十五 Capítulo 25: Kemono ni esa o yaru jikandesu

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Sin poder contener un gran bostezo, Kuroshi Usagi se reclinó en el espaldar del sillón mientras restregaba sus fatigados ojos con la punta de sus dedos. Intentó ponerse de pie para evitar que el sueño terminara por vencerlo, pero como tenía a Ryoushi desparramado sobre su regazo le resultó imposible moverse siquiera un poco. Si bien consideró la idea de sacarse al gato de encima antes de que se le entumecieran las piernas, prefirió dejarlo en paz como signo de buena voluntad. A fin de cuentas, pronto tendría que pedirle un favor muy importante.

Imbuido por una mezcla de impaciencia y letargo, se dedicó a observar a su alrededor para apreciar cada uno de los detalles que destacaban en aquella sala. Era el mismo escenario hogareño que había presenciado a lo largo de toda su vida, pero nunca antes había disfrutado tanto de las variadas memorias allí contenidas. Transcurridos unos segundos, su atención se posó en una mochila apoyada a los pies de la mesa de centro y, casi al mismo tiempo, a Ryoushi se le ocurrió pegar un salto hacia el suelo que acabó con la paz del momento. Ya libre del pesado bakeneko, Kuro tomó las correas de la mochila con una mano y la atrajo hacia sí, poniendo algo de esfuerzo por el peso de los libros que llevaba en el interior. Estaba en plena faena cuando en eso escuchó el ruido de pasos provenientes del pasillo contiguo a la sala.

—¿Dónde está tu padre, Kuro? —preguntó una voz femenina al cabo de un rato—. Pensé que lo encontraría obligándote a escuchar una de sus extrañas y poco prácticas lecciones de vida.

El muchacho respondió con una mezcla de risa y suspiro al notar la inconfundible figura de su madre, Beatriz Usagi, en la entrada de la sala. Incluso a mitad de sus cuarenta, aquella mujer conservaba cierta gracia juvenil que la dotaba de un atractivo inmune al paso del tiempo. En parte se debía a que, dada su ascendencia italiana por línea materna, destacaba con facilidad del arquetipo japonés por su cabello castaño claro y por sus grandes ojos turquesas. Su personalidad vivaz también le jugaba a favor, por no mencionar su talento para siempre encontrar el lado positivo incluso en los elementos más cotidianos del día a día.

—Hablo en serio —prosiguió ella con fingida solemnidad, tras sentarse en un sofá cercano—. Incluso podríamos escribir un libro con todas las cosas raras que le gusta narrar durante la cena.

—Su editor nos demandaría por derechos de autor, kaa-chan—respondió Kuro, intentando ocultar su agotamiento bajo una sonrisa—. La verdad es que hasta hace un rato sí estaba intentando darme lecciones de vida, pero de la nada me pidió que lo esperara y se fue a su estudio. Dijo que tiene un regalo para mí, o algo por el estilo.

—¿En serio? Qué extraño, no recuerdo haber escuchado nada sobre eso.

Beatriz se sumió en sus pensamientos, intentando adivinar qué podría estar tramando su esposo. Por su parte, la mirada somnolienta de Kuro volvió a embarcarse en un recorrido por cada uno de los muebles, las paredes, el piso y hasta por el techo. Parecía ser un comportamiento de lo más insólito, mas para él resultaba necesario guardar una imagen vívida de lo que, hasta hace poco, había sido su hogar.

—¡Cómo pasa el tiempo! —comentó Beatriz de improviso, causando que el muchacho pegara un ligero sobresalto—. Sabía que este momento llegaría algún día, pero todavía me cuesta creer que realmente te hayas mudado...

—Así es la vida, kaa-chan —Kuro se apresuró a idear algún tipo de broma para evitar que el nudo en su garganta se hiciera más fuerte—. Como bien dicen, hasta los conejos tienen que abandonar su madriguera tarde o temprano...

Prefirió callar al ver que su madre había esbozado una sonrisa cargada de melancolía. Ella se percató de que su expresión había oscurecido el ambiente, así que se aclaró la garganta tras apartar unos mechones castaños de su rostro.

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