三十八 Capítulo 38: Jinsei to Yami

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Kuro reaccionó al instante plantándose frente a Hakuma con los brazos extendidos, tal como lo haría un guardameta ante un penalti. Incapaz de frenar a tiempo, la chica se estrelló de bruces contra el inesperado obstáculo y casi terminó clavándole el filo de su puñal tantō en el estómago debido a la sorpresa. El golpe accidental que el muchacho recibió en el vientre lo dejó sin aliento por un segundo, pero logró asir a la recién llegada de los hombros para evitar que la fuerza del impacto los tirara a ambos al suelo.

La acometida de Hakuma, lejos de ser un sinsentido, había perseguido un objetivo claro: neutralizar al misterioso hombre vestido de negro que se encontraba al otro lado de la sala, sentado ante una mesa baja de madera. A pesar de la actitud relajada con la que bebía de una taza de té, aquel barbudo poseía una raíz espiritual sumamente poderosa y amenazante. Para la chica era obvio que debía tratarse del dueño de esa madriguera espiritual, en especial al notar a los dos zorros de ojos rojos que se hallaban posicionados detrás de él a modo de guardaespaldas.

―¿Qué estás haciendo, Shi-kun? ―preguntó Hakuma, con una mezcla de alegría por haberlo encontrado y desconcierto por su ilógica obstrucción―. ¡Estamos en peligro!

―Tranquilízate, Hametsu-san...―pidió Kuro, jadeante―. Puede que sea difícil de creer, incluso para mí lo es, pero se supone que este viejo ―señaló con un pulgar al barbudo, quien no había alterado su expresión de irritado sosiego― es mi abuelo.

Sin reducir la fuerza con la que empuñaba su tantō, la chica observó al sujeto en cuestión con una mezcla de estupefacción y desconfianza. Lo único que tenía en común con Kuro era su cabello color negro noche, aunque eso no representaba una prueba contundente al tratarse de una característica típica en Japón. Por lo demás, desde sus rasgos occidentales, el matiz escarlata de sus ojos marchitos y la pesada carga espiritual que emanaba, no parecía existir nada en concreto que lo asociase a la familia Usagi.

―¡Me ha atacado! ―aseguró Hakuma, dando media vuelta para que Kuro pudiese ver su espalda. Si bien su ropa estaba desgarrada y manchada de sangre seca, sobre su piel no quedaba ni una pequeña cicatriz gracias a su acelerada regeneración―. Es peligroso... ―Su mirada inquieta barrió la habitación hasta dar con otra persona allí presente, cerca de una esquina―. ¡Megu-chan!

Shironi, quien hasta el momento había estado tiritando sobre un hombro de Hakuma, pegó un salto hacia Kuro para usarlo de plataforma y así alcanzar a Megami. Ella atrapó a la liebre en pleno vuelo y luego la acomodó con mucho cuidado sobre su cabeza. Acto seguido, su atención se posó en su hermana.

―Pienso igual, Hakunee. Incluso si nuestro amable anfitrión es quien dice ser, hasta el momento no ha demostrado tener buenas intenciones...

―Has acertado, Hermana Divina de la Ruina ―intervino el hombre barbudo, luego de dar el último sorbo a su taza―. No tengo buenas ni malas intenciones, aunque considero haber actuado de manera racional. ―Miró a las Hametsu de manera intercalada con cierto aire de desdén―. ¿O creen que hay mejores formas de lidiar con dos personas que irrumpen en una casa sin ser invitadas?

―Eso fue... ―Hakuma frunció el ceño y le apuntó con su tantō―. ¡Solo estábamos buscando a Shi-kun!

―Por favor, cálmate, Hametsu-san ―volvió a pedir Kuro, tomando la mano de la chica para obligarla a bajar el arma.

Ella abrió la boca para discutir, pero al notar la seriedad del muchacho prefirió asentir en silencio mientras guardaba el puñal bajo su ropa. Ya sin más interrupciones, Kuro dirigió su mirada al dueño del lugar para proseguir con la conversación en la que habían estado inmersos antes de la llegada de Hakuma. El hombre se mantuvo en completo silencio durante un tiempo considerable, como si estuviera rumiando amargas memorias pasadas, hasta finalmente dignarse a hablar:

HametsuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora