𝟏° 𝐏𝐑𝐄𝐋𝐔𝐃𝐈𝐎

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«Y cuando la primera humanidad era joven y salvaje, las deidades y los demonios consideraron sensato hacerles un regalo. Unieron sus poderes y utilizaron sus particularidades para engendrar dos criaturas que equilibraran el Orden y el Caos por separado. De tal forma, la oscuridad y la luz, la cordura y la locura, la autoridad y el desenfreno, la ira y la euforia, así como todos los conceptos que regulaban la vida y la muerte en el planeta fueron concentrados en tales entidades. Ellas fueron llamadas Hametsu no Shimai, "Las Hermanas de la Ruina", y se les dio poder por sobre toda la especie humana.

Pero entonces llegaron los Externos y estalló la Interguerra, y más adelante la Corrupción Absoluta lo invadió todo. Los nuevos dioses y demonios, corrompidos, confundidos y alterados, fueron incapaces de contener sus poderes y llevaron al mundo entero al Abismo. Entonces todo terminó estéril, inmóvil e inalterable por eones extraños, flotando en la inmensidad del oscuro vacío cósmico.

Pero la vida, tal como siempre ha sucedido y sucederá, encuentra la forma de imponerse, al igual que el más vil de los parásitos. Así, el mundo volvió a respirar y la humanidad pudo resurgir nuevamente. Las deidades y los demonios de aquel entonces, conscientes de los errores de sus antepasados, se convencieron que si volvían a intentar convivir pacíficamente, el Abismo regresaría para reclamarlos. Por eso, aceptaron su obligación de extinguirse mutuamente, con la esperanza de que sólo uno de ellos lograra imponerse por sobre toda la existencia para así evitar su entera destrucción. Tal decisión dio inició a la Intraguerra.

Pero ambos grupos estaban desorganizados debido a la inmensa cantidad de facciones que los componían. De esa forma, la Corrupción se presentó por segunda vez, alterando la naturaleza misma de las deidades y los demonios. Desesperados, decidieron usar a las Hermanas de la Ruina, que hasta el momento habían sido olvidadas, para acelerar su proceso de destrucción mutua y así conseguir que alguno de los bandos se erigiera vencedor antes de la inminente llegada del Abismo.

Pero esa insensata decisión les jugó en contra. Las Hermanas habían sido creadas para proteger y servir a la humanidad, lo que las llevó a considerar tanto a deidades y a demonios como obstáculos para su misión. Y cuando la situación no parecía poder empeorar más para el mundo y la existencia, una de las Hermanas de la Ruina descubrió que...»

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Kuroshi acercó la silla al escritorio, completamente enfrascado en el libro que sostenía en sus manos. Siempre que hallaba una buena obra le sucedía algo similar, al punto de perder contacto con la realidad durante mucho tiempo. Él reconocía que aquello era un problema, ya que muchas veces le había costado horas de sueño e incluso lo hacía olvidar tareas más importantes. Pero no encontraba manera de confrontar la obsesión que le causaban las historias capaces de captar su entera atención.

―¡Nii-san! ―exclamó una voz femenina a su lado, repentinamente.

Kuro se sobresaltó mientras el libro se le escapaba de las manos. Logró atraparlo antes de que cayera del escritorio, y frunció el ceño luego de dirigir su mirada hacia la persona que lo había interrumpido.

―Rini... ―El chico chasqueó la lengua―. ¿Qué quieres?

Ella hizo un puchero y colocó sus manos en las caderas.

Okaa-san dice que vas a volver a salir tarde para la escuela. ―Observó el libro que su hermano sostenía en sus manos―. ¿Norowareta shin'en no densetsu? ¿Otra obra que nadie conoce?

Kuro la observó como si hubiera pronunciado la más perversa de las blasfemias y alzó la obra, colocándola a la altura de su rostro.

―¡Es de Kyōki! ¡Zettai Kyōki-sensei! ¡Posiblemente el mejor recopilador de leyendas que ha vivido en este mundo!

―Da igual. Apúrate o realmente se te hará tarde, nii-san.

La chica dio medio vuelta grácilmente y salió de la habitación de su hermano. Él suspiró y observó el libro, lamentando que sólo había podido llegar a leer la mitad del relato. Estaba tentado a continuar leyendo unas cuantas páginas más, pero su sentido común le advertía que hacer eso volvería a hipnotizarlo.

Se resignó a guardarlo para después y dejó la obra a un lado. Se levantó de la silla y observó su habitación, encontrándola poco interesante tal como lo era su monótona vida. Además de su escritorio y su cama, lo único destacable era una lámpara de piso en una esquina y el ropero insertado a la pared. Pensó que, tal vez, podría intentar pedir permiso a sus padres para remodelarla y darle un toque único que la hiciera digna de apreciar.

Súbitamente se puso pálido, mientras recordaba algo sumamente importante que tenía planeado hacer ese preciso día en la escuela. Se palmeó las mejillas para despertar por completo y olvidar el libro que aún intentaba tentarlo, tras lo que tomó su chaqueta escolar y su maletín para partir cuanto antes.

Siguió la rutina que caracterizaba su día a día: desayunar sin dejar de observar el lento pero imparable avanzar del reloj, salir apresuradamente luego de ponerse los zapatos, correr hasta la estación y enfrascarse en una simbólica lucha por no morir aplastado por la multitud, y así finalmente llegar a su destino con tan pocos ánimos como energía le quedaba. A pesar de todo ello, esa ocasión era especial por lo que ni la tortura que representaba su travesía a la escuela logró desmoralizarlo.

El camino desde la estación y su instituto no era demasiado largo, por lo que no le costó mucho llegar al lugar, encaminarse directamente a su salón y caer rendido en su asiento en la fila trasera junto a la ventana. Se estiró perezosamente y tomó su mochila para sacar algunas de las variadas novelas que siempre llevaba consigo, pero justo en ese momento el profesor ingresó al aula. Resignado, Kuro lanzó un suspiro y se dispuso a resistir las horas que quedaban.

HametsuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora