Extra: Familia

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Emilio POV

―Emilio. ―hice un ruido extraño sin querer abrir los ojos, estaba cansado y sentía como si me hubiera metido a la cama hacía cinco minutos. ―Emi. ―volví a emitir ese sonido ahora con el ceño fruncido y sentí sus dedos recorriendo mi rostro. ―Emilio, ya no hay pastelitos de chocolate. ―fruncí aún más el ceño y abrí un ojo para mirarle de reojo, estaba seguro que había comprado un paquete hacía dos días.

―Te compré una caja, porcelana. Quizás están detrás de las verduras. ―murmuré tratando de volver a dormirme, pero sus manos detuvieron mi rostro para que no volviera a acostarme del todo.

―No, ya busqué ahí. ―musitó con ese tono dulce y manipulador que usaba para que hiciera lo que él quería. ― ¿Puedes ir a casa de los chicos a robarle uno a Roy? ―abrí los ojos del todo y sin poder evitarlo sonreí, en que momento mi inocente bolita de algodón se convirtió en un ladrón de medianoche.

― ¿Esperas que haga tu trabajo sucio? ―murmuré con una ceja alzada, él hizo uno de sus bonitos pucheros, mostrándome sus encantadores ojos cafés acuosos por el antojo que le tenía despierto. ― ¿Qué gano yo aquí, bolita ladrona?

―Yo no puedo ir solito a robármelo, está oscuro afuera. Eres mi alfa se supone que me cuides. ―estaba usando las armas fuertes, sabía perfectamente lo fácil que era motivarme cuando decía que era su alfa y aún más cuando fingía necesitarme para protegerlo de cualquier cosa. ―Por favor. ―susurró estirándose para acariciar mi nariz con la suya y solté un largo suspiró.

―Bien, pero es la última vez. ―él sonrió ampliamente y dejo un casto beso en mis labios antes de soltarme por completo para que fuera a buscar su dichoso postre.

Me coloqué una chaqueta y tomé unos zapatos para ir hasta la casa de los chicos, todos seguían viviendo ahí, lo único que había cambiado era que Andrés y Diego ahora compartían habitación, nuestra casa quedaba lo suficientemente cerca para ir caminando, era una de las razones por las que habíamos elegido la casa en primer lugar, nos gustaba tener a la familia cerca, en especial por nuestro guisante que había llorado una semana cuando se dio cuenta que ellos no se habían mudado a la casa con nosotros.

Los chicos nos habían ayudado a llevar nuestras cosas y suponía que él había pensado que los cuartos extras eran los de sus tíos, ya que una de las primeras noches que pasamos aquí, una tormenta lo despertó, él estaba acostumbrado a que podía entrar a cualquier habitación y encontrar a uno de nosotros ahí, pero esa noche abrió todas las puertas sin dar con nadie. Su llanto nos despertó de inmediato y lo encontramos al final de las escaleras aferrado a un osito de peluche que los chicos le habían regalado, llamándolos desesperado en la oscuridad.

― ¿Qué paso? ¿Qué tienes? ―exclamé tomándolo en brazos revisando que no tuviera heridas, Joaquín se acercó a nosotros con la misma velocidad tomando el rostro del guisante tratando de ver si tenía algún rasguño, pero Alex negó ocultándose en mi pecho dejando mi playera empapada por sus lágrimas.

―No hay nadie. ―exclamó llorando contra mi pecho. ―Busque todos, no tan. Digo no ta, Roy no ta, Eduado no ta, Andy no ta. ―sollozó desesperado, no estábamos preparados para que se pusiera así por no encontrarlos, le habíamos explicado que nos mudaríamos de casa, pero quizás no fuimos lo suficientemente claros sobre quienes lo haríamos. ―Se fuelon sin mí. ―Joaquín lo saco de mis brazos ansioso por calmar su llanto y beso su frente acariciando su espalda con cuidado.

―Ellos están en la otra casa, no se fueron sin ti. ―explicó tratando de mirarle a los ojos, pero Alex negó con la nariz roja y los ojos hincados.

―Diles que vengan migo. ―sollozó mirándome por encima del hombro de mi bolita de algodón, miré a Joaquín que parecía a punto de llorar también por ver a nuestro cachorro en ese estado y decidí que al menos por esa noche llamaría a los chicos.

MíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora