Mío

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Emilio POV

En el momento en que salieron esas palabras de sus labios supe que iba a tenerme en sus manos de nuevo en el momento en que lo decidiera. Mi alfa todavía le deseaba como un sediento a una botella de agua y yo estaba tan jodidamente enamorado de él, que solo era cuestión de tiempo para rendirme a sus brillantes ojos marrones, y su sincera confesión fue exactamente la pieza faltante.

No le di una respuesta, ni lo hice tan grande como me hubiera gustado hacerlo, no hubo un beso que nos dejara sin aliento, ni profundas promesas de amor, tan solo tomé su mano y le llevé conmigo hasta la sala donde todos estaban comiendo, puse dos cojines para nosotros a un costado de la mesa dedicándoles una mirada a cada persona que estaba ahí, recibiendo una sonrisa de María señalando a Joaquín con nuestro cachorro en brazos como si supiera exactamente lo que había pasado.

La cena fue tranquila, Joaquín no hablaba prácticamente nada, pero María estaba decidida a que eso cambiara, así que le hacía preguntas sobre el Guisante, resaltando el hecho de que el pobre cachorro tenía tres meses y no le habíamos elegido un nombre, causando un ligero sonrojo en mi bolita de algodón.

―Se me olvido pensar en un nombre. ―musitó casi con pena mirando al cachorro ahora en mis brazos, el Guisante tenía ambas manos en la boca y miraba a Joaquín fijamente con cierta diversión, pues ya había tratado de quitarlas en más de una ocasión. Sonreí pensando que quizás pensaba que era un juego.

― ¿Hay algún nombre que les guste? ―exclamó María robando papas fritas del centro de la mesa, Joaquín me miró esperando una respuesta, pero me limité a encogerme de hombros, no había pensado demasiado en ello y estaba tan acostumbrado a llamarlo Guisante que sentía que ya lo habíamos nombrado. ―Bueno, quizás un nombre de familia.

―No, no quiero que se llame como nadie de mi familia. ―masculló de inmediato el castaño a mi lado con el ceño fruncido idéntico al gesto que hacía el cachorro cada que le quitaba las manos de la boca.

―Quizás el abuelo de Emilio, ¿cómo se llamaba? ―musitó Andrés antes de beber de su cerveza y todas las miradas cayeron sobre mí, mi abuelo había sido lo más cercano que había tenido a un buen padre, si siguiera aquí seguramente habría consentido a nuestro cachorro a manos llenas y me habría dado esos consejos que tanto necesite durante el proceso, sonreí sin poder evitarlo y levanté al Guisante para mirarle a la cara.

―Alejandro. ―musité mirándole fijamente, como si pudiera descubrir si aquel nombre le iría bien, pero el Guisante solo me miraba fijamente hasta que Joaquín le quito las manos de la boca una vez más y explotó en algo parecido a una carcajada, la primera que le había visto hacer. Todos en la mesa le miraron con sonrisas llenas de ternura y al mirar a Joaquín tenía los ojos iluminados.

―Nunca había hecho eso. ―murmuró conmocionado mirándome emocionado y sonreí con sinceridad, así de simple el Guisante paso a ser conocido como Alejandro, aunque todos comenzaron a llamarle Alex de inmediato.

Al terminar la cena, Eduardo se ofreció a llevar a María a casa en la camioneta y Andrés salió a trabajar prácticamente al mismo tiempo, mientras Joaquín subía a dormir al Guisante y Diego y yo nos dedicamos a limpiar la mesa en completo silencio, nuestra relación estaba tensa desde la última vez y ninguno estaba dispuesto a ceder o al menos escuchar lo que el otro tenía para decir. Sabía por Andrés que el rubio no había estado del todo de acuerdo con la decisión del grupo respecto a Joaquín, pero acepto que era lo que la mayoría quería.

―Yo me encargó de los platos, puedes irte a dormir. ―musité tirando las últimas bolsas a la basura y dedicándole una mirada desinteresada, estaba de buen humor, no quería arruinarlo discutiendo un tema en el que claramente no lograríamos ponernos de acuerdo.

MíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora