Capítulo 24

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Y sí este es el día lector, aquel dónde al levantarme de la cama el frío parece más intenso, el pesar en mi pecho, las ganas de llorar y de tirarme al suelo. Pero no hago ni le presto atención a ninguna de ellas.

Al terminar de ducharme voy hasta mi armario, luchando contra las ganas de ignorar la otra parte de este y solo centrarme en la ropa que tengo en frente. Al final pierdo la batalla conmigo misma y deslizo la otra puerta encontrándome con sus cosas. 

Su guitarra recargada contra el fondo del armario y una caja llena de su ropa. Deslizo mis dedos rasgando suavemente las cuerdas, haciéndola sonar, sintiendo lo frías que están y nuevas que se sienten, como si nadie la hubiera tocado en mucho tiempo. Tomo una sudadera, una que le regalé, completamente negra excepto por las rosas que tiene bordadas a los extremos de cada brazo.

Camino hasta la cocina, dónde casualmente parece haber una reunión para el desayuno.

Me tomo mi tiempo, sirviéndome un vaso de jugo, bebiéndolo en silencio y sirviendo un plato con cereales para después sentarme con ellos en la mesa. Jake me sonríe al igual que Dylan, les devuelvo el gesto y me centro en mi cuchara sumergiéndose en la leche.

—¿Qué harás hoy, cariño? —pregunta papá tomando con su tenedor un bocado y llevándolo a su boca.

—Ir a la escuela —respondo obvia pero sin sonar grosera.

Él asiente y parece que o logra encontrar más palabras para decir. Mamá es la siguiente en hablar, siempre con demasiado tacto e interés.

—¿Irás al cementerio?

—Deborah... —musita papá. Obviamente a ella le importa un carajo. 

Ellos continúan susurrándose cosas mientras como mi cereal. Al final termino y les aviso que iré sola a la escuela, ambos asienten y después de despedirme delos mellizos salgo de casa.

Me coloco un auricular en cada oreja subiendo el volumen para olvidar mi alrededor, tomo el camino largo de siempre evitando a toda costa el supermercado. 

Al llegar me toma unos segundos decidirme a entrar. Camino por el césped siendo mis pisadas el único ruido en este lugar, está totalmente solo. Mis pies se mueven sabiendo a dónde ir y me quito los auriculares al llegar a él.

Trevor Fletcher Allen, 17 noviembre 2000 — 27 julio 2019.

Aparto las hojas secas frente a su lápida y me siendo en el césped, sintiendo como este se pega a mi piel desnuda, húmedo y frío.

Abrazo mis piernas intentando no llorar antes de hablar, me aferro a la tela de su sudadera. Ya no huele a él, ni se siente tan cálida como sus abrazos, tampoco se siente cómodo, seguro, ni familiar.

Alzo la vista al cielo intentando controlar las lágrimas en mis ojos. De nuevo el cielo luce triste, con un tono azul opaco, las nubes lo cubren casi por completo pero el sol sale entre estas.

—Hola —musito—. Se cumplió un año.

Vuelvo la vista a su lápida, parece que la alguien la limpió recientemente, el grabado de cada letra puede verse a la perfección. Paso mis manos por la superficie fría, y trago saliva intentando seguir.

—Un año desde que me dijiste que nunca te irías e incluso me pediste a mi que no me alejara de tu lado. No lograste cumplir tu promesa —continúo. Las lágrimas comienzan a caer incontrolables por mi rostro, ni siquiera hago el intento por detenerlas o limpiarlas todas—. Te extraño pero sé que quizás estés mejor, allá las cosas ya no duelen, ¿cierto?

Paso la manga de la sudadera por todo mi rostro y tomo una bocanada de aire.

Una mariposa blanca se posa sobre su lápida, no se asusta ni vuela al instante, se queda un rato ahí, todo el tiempo que me la paso sollozando en silencio hasta que encuentro las palabras de nuevo.

Sola #1 [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora