1.

12 1 0
                                    

Narrador Omnisciente: 

Sintiendo el peso del cansancio en cada musculo de su cuerpo, y restándole importancia al eco que hacían sus tacones de punta contra el suelo, Camille Hilliard empujó suavemente la puerta principal de aquel pequeño departamento que compartía con su madre, aquellas paredes frías que llamaba hogar.

Un aliviado suspiro salió de sus labios mientras arrojaba sus zapatos por algún lugar del hogar. Llaveó la puerta y se recostó por esta hasta dejarse caer en el suelo. Se maldecía internamente, mañana era su primer día de clase nuevamente e iría con las ojeras mas grandes que alguien haya visto.

El silencio reinaba y las frías paredes la envolvían en penumbra, un alivio para sus ojos que tuvieron que tuvieron que soportar las brillantes luces de la cafetería donde había pasado las últimas ocho horas sirviendo café y limpiando mesas. 

Con pereza, se levantó del suelo y arrojó las llaves sobre la mesada de la cocina, de su brasier sacó un pequeño fajos de billetes, su propina de esa tarde, y la colocó en una jarra de vidrio, en donde ella y su madre reunían todo el dinero ganado.

Camille caminaba por el pasillo hacia su habitación en silencio, intentando convencerse de que, de alguna manera, sobreviviría a otro largo día. Si bien sabía que mañana tenía clase, no podía evitar pensar en lo mucho que necesitaba un par de horas más de sueño.

La joven de diecisiete años se dejó caer exhausta en la cama, ni siquiera se había tomado la molestia de cambiarse, necesitaba aprovechar cada minuto, cada segundo de lo que quedaba de la noche para dormir, aunque eso significara tener de despertar a las siete de la mañana para bañarse y llegar a tiempo a la secundaria, rogando que la ducha tenga agua caliente, su secador funcione y haya algo para desayunar.

Quizás le rogaría a Dios llegar a las ocho de la mañana de buen humor y sin un colapso mental.

Las horas pasaron como minutos, Camille sintió que apenas había cerrado sus ojos cuando la alarma sonó, indicándole que otro día debía iniciar.

Quince minutos en la ducha, veinte mas para secar y alisar su cabello, aunque no le tomó más que segundos abrir su refrigerador y ver nada más que media botella de jugo de naranja y -sobras del día anterior.

—Amo mi vida...— murmuró sarcástica. Si no era suficiente para ella la falta de descanso y tener que pasar las siguientes ocho horas de su vida en clase, ahora debía agregar a su lista de que haceres ir de compras antes de que su madre y ella mueran de hambre.

Cada día entendía mas lo que significaba estar viva, pero no vivir. Ver a jóvenes de su edad pasear en autos costosos con sus amigos luego de un largo día haciendo absolutamente nada más que broncearse, emborracharse y divertirse, lograba hacer que Camille sintiera un gran rencor, no hacia su madre, sino hacia ella misma, como si hubiera cometido el mas grande de los delitos, como si perder su adolescencia entre trabajos y responsabilidades no fuera ya suficiente pesar para su mente y corazón.

Estudiantes felices de reunirse con sus amigos, voces resonando en los pasillos, anécdotas de felices vacaciones en familia, noches de desvela, historias de romance, algunas de tristeza, abrazos y alegría la rodeaban mientras ella caminaba en silencio a su casillero.

Al guardar sus cosas, se llevó la sorpresa de unos brazos rodeándola. No pudo evitar sobresaltarse, pero, solo segundos después reír y abrazar a la persona detrás de ella.

—¡Adivina a quien le traje un regalo de Londres!— la alegre voz de una de sus mejores amiga llenó sus oídos de alegría.

—¡Te dije que no era necesario!— Camille exclamó con cariño y vergüenza para volver a abrazar a su amiga —Eloise, no me gusta que gastes tu dinero en mi... Muchas gracias, de verdad.

LIFEBOAT | ELI MOSKOWITZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora