CAPÍTULO-5

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El carruaje avanzaba y el silencio entre nosotros nos siguió por el camino, durante el trayecto observé el paisaje, era eso o dejar que mi cabeza tomara el control y ponerme histérica. Estaba en Adimback con un desconocido, Cebrián iba a entregarme a un asesino y las únicas dos opciones eran que me eligiera como su amante o que me matara la bestia, no había ninguna opción atractiva que me diera esperanza alguna. Respiré hondo, si no fuera por las circunstancias en las que estaba envuelta hubiera disfrutado realmente de los arboles y el paseo desierto de gente, era precioso.

Pronto llegamos a un extenso llano cubierto de hierba y rodeado de montañas, justo al centro había una gran mansión de piedra gris clara.

No muy lejos vi lo que parecía ser un establo alargado y resistente, el noble que vivía en esas tierras sin duda era muy importante, porque era enorme, tanto que no pude ni imaginar cuántos caballos cabrían allí.

Recordé mi hogar, mi casa, tan distinta de aquello, a Susan... yo la había salvado y todo eso, todo, lo hacía por ella. Eso me repetía una y otra vez mientras nos acercábamos a nuestro destino, que al menos mi sacrificio valdría la pena.

-Ya hemos llegado.

Bajé del carruaje detrás de él, mis ojos divisaron fugazmente los caballos que habían tirado de él, no eran iguales que los que teníamos en Estenia, me era difícil asimilar que las cosas en territorios estelares eran distintas, que algunos animales habían cambiado de forma y eran más peligrosos, rápidos y fuertes. Las personas no habían tenido ningún cambio físico notable, eran iguales que nosotros, pero su interior no lo era en absoluto.

Unos guardias nos abrieron la puerta de la mansión, ambos iban armados con espadas y vestían un atuendo de cuero gris oscuro.

-¿Lista para morir? -sonrió Cebrián, mirándome, esperando mi reacción.

-Arderás por esto -tensé la mandíbula.

-Puede, pero para eso aún faltan cientos de años –sonrió, cada cien años suyos equivalían a un año de vida humana, su envejecimiento era muchísimo más lento.

Mis manos se convirtieron en puños, si no hubiera sido porque las puertas se abrieron de par en par le habría dado un puñetazo con todas mis fuerzas.

Pasamos el umbral de la puerta, tan grande que parecía diseñada para un gigante, luego entramos, el suelo de la entrada era tan reluciente que podía verme reflejada en él, al fondo había unas escaleras que se curvaban ligeramente a la derecha, supuse que llevaban a las habitaciones, los peldaños eran amplios y la barandilla parecía estar hecha de plata, con pequeños detalles bañados en oro.

No había terminado de observar el lugar cuando una mujer, que aparentaba unos cincuenta años, vino apresurada hacia nosotros.

-El señor aún no ha llegado, pero pasen, la sala de estar está a vuestra disposición.

Su pelo marrón canoso y alborotado estaba cubierto por una especie de pañuelo blanco atado a la cabeza. Llevaba un vestido negro amplio, bajo un delantal gris claro.

Entramos en la sala que nos quedaba a la izquierda y nos sentamos en el sofá, callados, él alargó sus piernas sobre el reposapiés y se puso cómodo mientras yo observaba el lugar.

Había una mesita junto a los dos sofás, una butaca frente la chimenea y una gran alfombra de color dorado. Por la manera en que relucía parecía hecha de oro. Mi vista analizó también el techo, donde colgaba una lámpara enorme y elegante, las luces no eran como en Estenia, necesitadas de fuego, allí eran bolas relucientes de magia. Supuse que la lámpara también era de oro.

-Si quieres un consejo -me advirtió- no hagas que sepa que puedes desobedecernos.

Lo miré, su vista no estaba clavada en ningún punto específico.

-¿O si no qué? -aún seguía molesta por lo que me había dicho antes de entrar, más bien por todo.

-O si no vas a tener un destino peor que el de "la bestia".

Tragué saliva, tenía razón, si alguien se enteraba de mi inmunidad el peor de mis problemas sería la muerte, ya había comprobado su reacción y no pensaba averiguar como reaccionaria el amo de ese lugar.

Pero...

¿Por qué ayudarme?, ¿por qué empeñarse en mi destino?, ¿qué más le daba a él si me pudría?

Estaba dispuesta a preguntárselo cuando la puerta se abrió bruscamente, Cebrián se puso en pie, a mi se me paró el corazón.

Él había llegado.

EN EL CORAZÓN DE UN MONSTRUODonde viven las historias. Descúbrelo ahora