Theodore Fripp
—No puede ser. —Golpeo mi escritorio y arrojo hacia la pared un portador de lápices—. ¡Por todos los sajados horrores del mundo!
—Jefe... —William intenta calmarme, con su típico tono asustadizo—. Ya aparecerá.
—¡¿Cómo es posible que tú y esa bola de manoteros mediocres no puedan hallar a mi hijo si se los pido?!
—Es que no sabemos adónde pudo haber ido. Se nota que todo lo había planeado.
Doy vueltas como una fiera enjaulada y no puedo concentrarme.
—¿Por qué no me habría dicho nada? —me pregunto ya con más calma—. Ha de ser esa última discusión que tuvimos. —Y grito una última vez antes de arrojar al suelo la computadora donde suelo redactar mis historias.
William se hace un lado y se cubre como si hubiera lanzado una granada y esperase su explosión. Se queda con el rostro cubierto y se pone tembloroso. Pero no lo miro más y me quedo en medio de mi paroxismo de emociones internas, en las que nadie, ni yo mismo, podemos interrumpir el flujo de pensamientos. Mi mente tiene una manera de funcionar que agradezco bastante: en lugar de impulsarme a llorar o a buscar mejores formas de lamentarme, encuentro ideas que se gestan, para que después se conviertan en buenos planes. Aunque, al principio, la ofuscación producida por el estrés me impide pensar y me doy con el muro, antes de elegir una idea buena. Y William hace más complicada la tarea, pues se queda ahí mirándome, en tanto espera otra orden. Él es mi asistente, un hombre sin criterio propio que repite lo que le dicen, que busca el mejor grado de seguridad y aprobación en cada tarea que elige; pero es eficiente, y me encanta la eficiencia.
—Jefe, de todos modos le tengo que comunicar que —mira su fiel tableta y pasa su dedo por la pantalla— el pequeño Bernie ya tiene su anuncio de Alerta Amber en la televisión. Muchas personas han llamado para mostrar su preocupación y quieren ayudar. Además, ya se hizo noticia con respecto a su desaparición. No obstante, hay un detalle que me gustaría resaltar: ni la DPI ni la Policía Metropolitana de Caña del Mar quieren crear el expediente de investigación, todo debido a que, al parecer, Bernie ha planeado su escape. El Departamento de Desapariciones otorga al menos dos semanas de tolerancia en casos de esta índole. Dicen que no importa que sea figura pública; esa es, de hecho, la razón principal por la que no quieren intervenir.
—La DPI siempre ha sido la misma. —Meso mis cabellos de pura frustración. Mi voz parece solo un rugido—. Los federales no quieren gastar porque creen que él va a regresar. Pero vivimos un momento donde cualquier lunático radical podría hacerle daño.
—Yo le sugiero, jefe, que debería esperar el lapso. Él apenas se fue hace una semana.
—Llámales a los de Desapariciones y diles que les ofreces todo el dinero que pidan para su presupuesto; que exiges al sajado Morgan White para que lo busque.
—No creo que sea conveniente sobornar a la DPI, jefe; va contra la ley.
—¡Ya lo sé! Estaba exagerando. Yo solo quiero que mi hijo regrese... —Tomo asiento en el escritorio otra vez. Vuelvo a rugir como un animal. Ordeno mis ideas como por diez minutos, tiempo en el que William Fritz ni siquiera pronuncia una sílaba; se encuentra indeciso como le es habitual. De repente, mi mente hace ¡pum! Se me ha encendido el foco—. No, espera. ¡Ya sé!
—¿Qué sucede, jefe?
—Ya sé a dónde podría haber huido.
—¿Adónde?
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El gran destello en el cielo ©
Teen FictionAlicia Huberi es una joven muy inquieta, imaginativa y con una gran preocupación por su futuro. Está cerca de la universidad y debe elegir una carrera, lo que se le complica debido a que no quiere quedarse con solo una opción. Está en medio de un di...