Capítulo 1

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Puerto Rey, Tropicalia, Gamelia. 2022

Alicia Huberi

¿Te has preguntado qué harías si tu tiempo estuviese contado, o si supieras que cierto día todo terminará para ti? Es una pregunta que a veces me molesta porque pienso en la muerte como el final de todo. No es que no crea en Dios o sea una de esas ateas que has leído en Internet, molestando a los demás por sus religiones, sino que lo pienso y me da miedo. Si lo ves bien es aterrador: un día estás en un proyecto muy complicado, tu tarea, viendo las fotos del chico que te gusta, ¡y pum, todo ha acabado! A mí, por ejemplo, me gustaría hacer muchas cosas, y no sería divertido que todas las ideas que se me ocurren acabaran en nada. ¡Quiero hacer tanto y el tiempo es tan poco! ¿Sabes qué es lo peor? Que no hago nada, así de simple. ¿No es gracioso?

      —Qué valiente eres, Alicia —me dice mi amiga, una chica de leve acento cubano y piel como el chocolate. Es bonita: tiene estilo, unas rastas envidiables y llenas de un montón de cosas de colores, y una nariz ancha y labios gruesos. Estamos en las sillas de un local de malteadas y smoothies—. Yo no podría ponerme un tatuaje como tú. Mi tío apenas aceptó estas cosas —alude a sus rastas—. Es tan enojón.

      —Pues mira, tampoco es como que tenga mucho valor. Solo se me dio el impulso. Es más, se me ocurrió sin planearlo. Ni creas que llevaba días pensando en hacérmelo. Además está en la nuca y allí no se ve.

      —¿Y qué dices que es?

      —Dice nueve y tres cuartos.

      —¿Y qué sajados significa eso?

      —¿Cómo no sabes, Luna? Pues viene de Harry Potter, de la estación en la que él baja para ir a Hogwarts. —Hasta uso sus lentes, unos circulares, que según yo combinan muy bien con mis ojos rasgados.

      —Ajá...

      —Y llega a King Cross, luego se mete a través de una columna, o algo así, y aparece en los andenes mágicos, mientras empuja su carrito con una lechuza y sus libros también mágicos.

      —Ah, bueno. No he visto ese programa.

      —No es un programa —mascullo, toda rendida.

      —Oye, ¿y por qué te pintaste el pelo de morado? Falta mucho para el Día de las Culturas.

      —Qué bueno que preguntas. —Sorbo de mi malteada de fresa—. ¡Ese es el regaño! Cuando mi mamá me vea con esto, no sospechará que me he tatuado en la nuca. Prefiero que vea que me he pintado el pelo, a que sepa que me pinté la piel.

      Luna comienza a reírse hasta de su propia cara de póker, pues cuando me pongo a mencionar películas o libros de fantasía, ella se pone como una lela. Es más, me divierte mucho su ignorancia en estas cosas. No es muy dada a tirarse a procrastinar frente al teléfono como yo; Luna sí sale a respirar y a hacer ejercicio. Está bien ejercitada, hasta eso; yo, por el contrario, estoy tan flaca y enana como un hobbit. Espero que sepas de dónde proviene esa palabra. No seas como Luna.

      —¿Crees que la prueba PAU esté difícil? —le pregunto, una vez que mi risa de foca se termina.

      —Uy, espero que no. Todo el año ha sido pesadísimo. Sobre todo el viejo manotero de Química. ¡Cómo me fastidia ese imbécil! ¿Ya viste que nunca se espera a que copiemos del pizarrón?

      —No le digas así. Pobre señor. Apenas si nos escucha cuando le preguntamos nuestras dudas. Pero sí, es la materia más complicada; esa y Matemáticas. Daría lo que fuera para que los malhadados números no existieran. Son tan aburridos.

El gran destello en el cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora