Mamá aplica una bolita de algodón sobre una rodilla de Bernie. Tenía una cortada medio profunda que había sangrado hasta el pie. Se queja con siseos y gruñidos igual que un gato estresado. Aprieta los dientes, mientras le salen lagrimitas de auténtico ardor. Está cobijado por una manta, con los pies metidos en una palangana llena de agua caliente. Yo estoy en las mismas, víctima de los temblores y los escalofríos, aguardando por mi curación. Para hacerme más amena la espera, me río de él y de sus llantos.
—Si no sabías montar bici, Alicia, ¿por qué te atreviste a venirte en una con Bernie? Pudieron haberse matado —nos regaña ella, aunque con un poco de humor en sus palabras. Quiere burlarse de mi amigo y no puede, para no humillarlo—. Además, tonta, se te ocurre quitarte los lentes para conducirla así. ¡No puedo creerlo!
—Mamá...
—¿Y de dónde diablos sacaste una bicicleta? Malhadada pazguata, estás llena de sorpresas.
—Ya te dije: Luna me la prestó para que fuéramos más rápido y seguros a ver a Papá. Allá afuera parece que pasó un huracán, o que hubo guerra civil, que, de hecho, sí hubo una en cierta forma.
—Lo sé, y está bien. —Se calla unos segundos—. ¿Y ella te enseñó a montar una?
—Sí.
—Bueno, pues para la próxima practica más antes de irte en la lluvia, sobre todo con una persona abordo. No serás la única que se va a lastimar.
—Ya sé —digo, irritada, pero Bernie y yo nos lanzamos una mueca de complicidad.
—¡Listo, muchacho!
—G-gracias, señora.
—Les daré unos remedios para el resfriado, niños. Acá tengo unos tés. No hagan una locura mientras voy a la cocina. ¡Y quita esa sonrisita de la cara, pazguata, que sigues tú!
—Ni modo que me la quite del pie —me burlo, pero ella ya se había ido.
Bernie me escucha y se divierte con mi arriesgada contestación. Pero, como si ambos entendiéramos la gravedad de la situación, nuestra felicidad se desvanece.
—Oye, Bernie...
—No nos encontrará. William es inofensivo y muy tonto. No te preocupes. —La seguridad con la que dice esto y se voltea me deja una advertencia más allá de la propia situación. Creo que él no quiere hablar más del tema. No me queda otra opción más que confiar en sus palabras.
No sabía que un resfriado iba a ser el comienzo de la época más especial de mi vida, al menos durante la «estelariasis». Estos días han sido de pura dicha: en tanto mi padre ha estado en el hospital, nos contacta por el móvil que los médicos le permiten tener. Su mejoría es inevitable y se acerca el día que regresará. Sus condiciones, o así le dicen las enfermeras, es que no nos abrace o bese una semana posterior a su alta, porque este tipo de radiación permanece en su piel; pero una vez que aquella se vaya al interior de su cuerpo, todo estará bien. Aun así el mal seguirá en su interior, por así decirlo, y para que se vaya para siempre deberán pasar mínimo tres años. Es una locura, ¿no? ¿Cómo puede existir algo así en este planeta, o en este universo? Son increíbles las maravillas que tiene la naturaleza, y lo peligrosas y hermosas que resultan al mismo tiempo.
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El gran destello en el cielo ©
Teen FictionAlicia Huberi es una joven muy inquieta, imaginativa y con una gran preocupación por su futuro. Está cerca de la universidad y debe elegir una carrera, lo que se le complica debido a que no quiere quedarse con solo una opción. Está en medio de un di...