Capítulo 2

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Bernard Fripp

—¡Hemos acabado! —dicen todos al mismo tiempo: elenco, producción, director y hasta el guionista, que casualmente se encuentra aquí esta tarde. Por lo general aquel viene tres días a la semana. No suelen acordarse de él. Solo es el escritor—. ¡Felicidades, equipo!

      —Qué alivio —digo a mis compañeros, otros tres chicos de mi edad: Manny, Dave y Jamie.

      Se trata del último día de filmación. Hoy por fin acabamos la segunda temporada del Club de los Medianos, una serie que se transmite por Kino+, y que ha tenido un éxito enorme en todo el globo. Hay un montón de márquetin con el logo: camisetas, tazas, gorras, fundas para teléfono móvil, de todo. Es una gran alegría, estarás pensando; ese chico lo tiene todo: dinero, libertad, felicidad, fama. Sí, a veces pienso que es una ventaja no tener una vida que se diga ordinaria, pero la verdad mi pensamiento te parecerá contradictorio. Y antes de que creas que es un cliché ver a un famosito con anhelos de ordinalidad, permíteme explicarlo.

      Half Club, por su título en inglés, es un programa en el que vivo una vida que no tengo y que en realidad me gustaría tener. La trama, ambientada en los años ochenta, va de un grupo de chicos de Madison, cuatro en total, que se hacen amigos y tienen aventuras en Felicity, un pueblo costero muy bonito. Se supone que fundamos un club basado en nuestras estaturas, porque no somos ni altos ni enanos. Luego, unos mafiosos se deshacen de un botín, del que nos apoderamos pero más tarde decidimos entregar. Las críticas dicen que es una de las mejores series de la plataforma, e incluso el presidente de Kino+ nos trata como a sus hijos. Hay millones de fans, especialmente chicas, que suelen escribir sus fantasías con nosotros y colgarlas en Internet, algo divertido para mí. Sin embargo, a veces reproduzco el programa en mi casa y pienso en que me gustaría ser mi personaje, que quisiera que ellos fueran mis amigos reales y que todas las aventuras que me pasan ahí también lo fueran.

      Los protagonistas nos separamos y me quedo con Manny, que interpreta al chico gordito y gracioso, un estereotipo muy exitoso en este tipo de ficciones. Su personaje es tan diferente a él en personalidad, que lo veo y no deja de resultarme extraño. A pesar de que todos somos del lado angloparlante del país, estamos acostumbrados a utilizar ambos idiomas. Preferimos el español porque nuestra vida se ha desarrollado más tiempo en esta punta de la isla.

      —Qué pesada ha sido esta temporada, ¿no, Bernie? —pregunta él.

      —Sí, Manny. La verdad es que ya estaba muy estresado.

      —Ese cabrón del director —musita de pronto, mirando hacia atrás— es un tipo muy exigente. De verdad que quisiera sajarle la nariz. —Caminamos hacia un montículo de tierra, desde donde se ve mejor la costa. Cabe destacar que en realidad las locaciones no son en Madison, sino en Cálida, un estado colindante. Los estadounidenses son en realidad quienes invierten en la producción—. ¿Quién se cree? Estábamos mejor con Jeremy Finn. Este tipo no hace más que gritar y parar la escena hasta por que pasa una sajada mosca.

      Quiero mantenerme serio, pero se me sale una sonrisa.

      —Es cierto, ¿viste cómo le habló a Jamie? —le pregunto.

      —Sí, pobrecito. Parecía que quería llorar.

      —En la serie él es el que hace los chistes de humor negro y tú el que en este caso lloraría, pero es al revés afuera. ¿No te parece curioso?

      —No lo había pensado —dice, un tanto abstraído.

      —Ya olvídalo, Manny. Por fin podemos respirar libertad. Unas buenas vacaciones de meses nos esperan. A lo mejor me pongo a trabajar en un guion, quién sabe.

El gran destello en el cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora