Capítulo 24

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Nos hemos pasado toda la tarde junto a Mamá, en tanto esperamos a las autoridades. Allá afuera oímos a un sinfín de vehículos que pasan vigilando las calles. De nuevo sobrevuelan helicópteros también, pero nadie viene a nuestra casa por el asunto en cuestión. En el reloj se mueven las manecillas como si llevaran más potencia. Casi nadie piensa en comer o en ir al baño; lo hacemos de vez en cuando, aunque nuestra idea es quedarnos alrededor de Mamá, que en vez de mejorar su estado, parece empeorar: de pronto le sangra un poco la nariz o tiene mareos espontáneos que se le quitan si se cambia de posición. Nos pide agua y le traemos, nos pide que le platiquemos y también lo hacemos, así como amenizamos la situación con alguna broma o chiste que la haga sentir viva todavía. A veces, cuando llega a sentirse mal, tiene la manía de creer que se va a morir y se la pasa diciéndole a mi padre que le encarga mis cuidados y un montón de estupideces más. Se imagina su tumba, nos pide lo que deberá llevar su epitafio y se ríe con sus visiones futuras. Por fortuna no padece fiebre, así que sus ideas son meras ocurrencias, como siempre.

      No obstante, es preocupante cómo se va toda la tarde y llega la noche, y de las autoridades nadie sabe nada. Bernie también se preocupa y da discursos sobre lo mediocre que es el gobierno; con su seguridad al hablar de estas cosas, hasta nos convence de que si él se sentara en la silla presidencial, allá en el Palacio Dorado de Corona, sería un mejor presidente que el actual.

      Claro que esa es nuestra impresión. La altivez no es propia de él.

      Por un lado me encanta que sea así de mordaz, pero, por el otro, siento que es el lado más salvaje de su persona, por así decirlo, y me da un poco de temor. Siento que con esa visión tan crítica va a analizar todo lo que hago mal en mi vida y me dirá la razón de por qué soy ahora un fracaso. Espero que no me hable con aquella sinceridad. Y, durante todo este embrollo, nosotros seguimos yendo a la cocina o al baño, sin que nada más pase. Solo sé que mi padre y Bernie se ponen de acuerdo en que es una espera mortal, nociva y sumamente tensa. Yo estoy que quiero vomitar.

      Ya bien entrada la noche, ninguna actualización se da, al menos en cuanto a la ambulancia o médicos que se supone que vendrían; por el contrario, Mamá mejora su estado de salud y toma una ducha, o cena lo poco que su cuerpo le pide, porque había tenido desde su primer síntoma una falta muy rara de apetito, como cuando estás enfermo del estómago. Es un padecimiento extraño, y más si se la pasa diciéndonos que lo único que puede oler es un aroma metálico. Por fortuna, Papá se acuesta con ella en el mismo sofá donde ha estado, para darle más tranquilidad.

      Una vez que decidimos acostarnos, Puerto Rey se vuelve una vía auténtica de helicópteros y vehículos que pasan en las calles. Bernie y yo vemos todo desde mi habitación. Las camionetas son grandes, como autobuses, que llevan linternas enormes en sus toldos y las rotan como faros. De ahí salen sujetos con los mismos trajes que habíamos visto en la televisión. Y, al tiempo, el cielo se ha estado iluminando con aquellas auroras. Antes eran ocasionales, ahora son del diario.

      Bernie mira hacia arriba, en busca de una señal o un detalle que le aporte más información, y se encuentra con la supuesta Estela, o al menos eso cree.

      —Allí, allí.

      —¿Dónde, Bernie? No la veo.

      —Allí, arriba de la antena de esa casa. ¿Ya la viste? Esa estrella azul está rara. No parece ser de las que normalmente se ven en el cielo nocturno.

      —¡Ya la veo! Sí. Te refieres a esa que está a un lado de la antena vieja, ¿no?

      —Sí, esa.

      —Guau. Tienes razón. Es muy brillante; parece un avión que viene para acá pero que nunca llega.

      A lo largo de la tarde Internet había estado fallando; sin embargo, ahora sí que funciona. Indagamos juntos en las notas que publican debajo del buscador y hallamos varias que dicen que ya es posible ver a Estela en el cielo. Las fotografías con telescopio nos muestran a un brillo similar a nuestro sol, pero en un fondo negro. Tiene una coloración, no sabría decirlo, como entre violeta y de una tonalidad azulosa. A su alrededor hay un aura luminosa también, como la que tiene la luna llena. La información junto a las imágenes dice que los astrónomos calculan cerca de dos meses o un poco más para que Estela se convierta en un segundo sol, de menor intensidad; esto quiere decir que las noches podrían ser otro día, y que los días serían más radiactivos de lo normal, por lo que la tasa de cáncer de piel o enfermedades relacionadas aumentaría. Por no mencionar también la crisis financiera que están dejando los apagones tecnológicos, misma a la que ya le llaman «estelariasis». Los artículos sostienen de igual manera que en cinco meses, más o menos, Estela se iría para siempre.

El gran destello en el cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora