Capítulo 4

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1875, Londres.


No lo entendía.

Roger no lo entendía.

No entendía por qué despertó en la calle, por qué estaba en un lugar tan distinto a su barrio, por qué ese chico de cabellos rizados vestía de una forma tan antigua y por qué ese mismo chico parecía no conocer a la Reina Isabel. 

Hace a penas unas horas se encontraba durmiendo en su habitación, no había salido de casa, no había salido de fiesta, por lo que no se había emborrachado.

Una de las miles de cosas que más odiaba era tener que hablar con las personas, y sobre todo tener que depender de ellas. Le hacía verse débil, vulnerable y abatido. Pero necesitaba a ese chico, lo necesitaba para ubicarse, para poder volver a casa y entender por qué había acabado en medio de la calle. Dudaba de la salud mental del chico que, si no recordaba mal, se llamaba Brian, ya que le había preguntado el año en el que se encontraban, vestía muy extraño y además, portaba una especie de cestos con patatas.

Definitivamente, no tenía una muy buena salud mental.

Pero lo necesitaba.

— Mira, no quiero ser maleducado contigo, pero creo que deberías consultar a un médico. — Respondió el rizado cuando Roger le dijo que se encontraban en mil novecientos setenta y cinco.

— ¿Que yo debería ir al médico? ¡Eres tú el que está mal de la cabeza! — Se sentía soflamado, ese chico lo estaba humillando y no iba a permitirlo.

— No me grites, yo no te estoy gritando. — Respondió serenamente a la par que agarraba de nuevo ambos cestos. — Buenos días. — Con un gesto de cabeza a modo de despedida, caminó hasta que pudo salir del callejón. Desapareciendo así de la vista del rubio, que se encontraba estático debido a la extraña situación que estaba viviendo. 

Pero no podía rendirse. Rápidamente volvió en sí, decidiendo que no podía dejarlo marchar. Corrió hacia el final de aquel largo y estrecho callejón y miró hacia ambos lados. Sin embargo, no pudo seguir pensando en Brian, pues lo que vio lo dejó sin palabras, o bueno, sí que tenía algunas palabras...

— ¡La puta madre! — Se colocó ambas manos en la boca y abrió ambos ojos como platos.

Carruajes de caballos, hombres con traje y sombrero, mujeres con largos vestidos, edificios antiguos... ¿Qué demonios estaba pasando?

Una broma, sí. Eso era una broma... ¿Pero de quién? Roger no tenía amigos. ¿Y si sus padres habían contratado a una empresa para hacerle una pesada broma y conseguir que no volviese a portarse mal? Seguramente sería eso. 

Se arrodilló y juntó ambas manos mientras miraba hacia el cielo. Con lágrimas en los ojos, pronunció la siguiente oración:

— Por favor, no volveré a hablarle mal a nadie, no volveré a poner miradas desagradables, trataré bien y con respeto a todo el mundo, pero sacadme de aquí, os lo pido por favor. — Pidió entre sollozos.

Sabía que lo que acababa de orar era mentira, era una estafa. En cuanto regresara a casa sería el mismo Roger maleducado de siempre, pero en esos momentos nada le importaba, quería volver a casa y escuchar música, como siempre hacía. Lloraba desesperadamente, sentado y apoyando la espalda en la pared. Miraba hacia todos lados, esperando a que alguien con un vestuario normal apareciese entre la multitud y dijese: "¡Has picado!". Pero no pasó, pasaron los minutos y nadie apareció. 

— Se han pasado dos pueblos... — Murmuró para él mismo, refiriéndose a sus padres e incorporándose nuevamente una vez se cansó de lamentarse. Decidió que era inútil pasearse por los ficticios escenarios que su familia había creado, así que fue en busca de la única persona con la que había establecido una conversación; el chico de cabellos rizados, Brian. Debía pedirle respuestas, saber cuánto recibieron todos esos actores por realizarle la broma y cuánto pagaron sus padres para algo tan elaborado.

· Only 100 years - MaylorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora