Capítulo 25

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1875, Londres


— No, yo te quiero más. — Tocó la nariz de su nuevo novio, el cual descansaba sobre su regazo.

— Yo te amo. — Contestó John abrazando a Freddie.

— Por favor, me vais a dar diabetes. — Interrumpió Roger, el cual se encontraba sentado al lado de la pareja y con los brazos cruzados. Deacon y Mercury rieron.

— Déjalos ser felices, Roger. — Habló Brian entrando al salón con varias tazas de té y sentándose al lado del rubio.

Los cuatro se encontraban en la casa del rizado, eran las cinco de la tarde de un feliz viernes y charlaban y reían alegremente.

Desde que el pequeño John había podido decidirse entre esas dos personas, la nueva pareja era bastante empalagosa y eso molestaba ligeramente a Taylor, quien intentaba ocultar su rabia hablando con su Brian.

Los días habían pasado, la confianza había aumentado entre Roger y Brian, los besos y caricias también.

Las cursilerías de sus amigos cada vez eran mayores, por lo que decidieron abandonar el hogar y salir a dar un paseo.

— Necesitaba salir de ahí. — Suspiró el rubio exageradamente, causándole una carcajada al mayor.

— Oh, vamos, no seas exagerado. — Roger le regaló una mirada de amor-odio, aunque se iba más hacia el segundo término.

Los jóvenes continuaron paseando en silencio, escuchando el cantar de las aves, los murmurios de los pueblerinos y el sonido de los cascos de los caballos chocar contra el suelo.

— ¿Alguna vez has subido a una de esas? — El ojiazul señaló una carroza negra que era tirada por dos preciosos caballos percherones y dirigida por un hombre bastante elegante. May dejó escapar una carcajada.

— Claro, ¿por quién me tomas? — Taylor no contestó, se quedó observando con detalle los movimientos que hacían aquellos preciosos caballos. Brian se percató de ello. — ¿Quieres subir?

El futurista dejó de mirar a los animales y miró al rizado con cierto brillo en los ojos.

— ¿Harías eso por mí? — El castaño sonrió y sacó una cartera del bolsillo interior de su chaleco. Revisó el dinero y se lo volvió a guardar. 

— Tenemos dinero suficiente para media hora. — El menor abrazó emocionado al mayor como si de un niño pequeño se tratara. 

Ambos caminaron por las calles de Londres en busca de una persona que ofreciera paseos, pero todas las personas a las que preguntaban respondían lo mismo: "¿Qué? ¡Ni hablar, es mi carruaje y son mis caballos!"

Iban a darse por vencidos, pero entre un bullicio de personas vislumbraron un hermoso carruaje dorado que era portado por cuatro caballos frisones. El pelaje de aquellos animales deslumbraba con la luz solar, sus largas y negras crines se movían al ritmo del trote y sus patas formaban una preciosa danza.

El rubio y el castaño se acercaron a ver aquella exhibición que atraía a tantas personas y, sin darle más vueltas, Brian le preguntó al hombre que si ofrecía paseos.

El señor, el cual estaba un poco sobrepasado de peso, dirigió su mirada hacia el rizado y, inmediatamente, eliminó su sonrisa.

— ¡Tú! — Después miró a Taylor. — ¡Vosotros dos! — Señaló.

Las personas se alarmaron y también miraron a los jóvenes.

— ¡Os dije que me quedaría con vuestras caras, maricones del diablo! — Ante aquella última oración, los presentes produjeron ruidos de sorpresa y asquead.

· Only 100 years - MaylorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora