CAPÍTULO 12

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ALAN

Tenía 20 años cuando hice la mayor estupidez de mi vida. Jamás me había sentido decepcionado de mí mismo como en esa ocasión.

No sé qué mierda pasó por mi cabeza ese día. Deseaba tenerla entre mis brazos, besarla, acariciarla y penetrarla tan fuerte que sus gritos despertarán a los demás. Por alguna razón siempre odiaba pensar en que alguien más le hiciera lo que yo quería hacer con ella, hasta esa noche.

Su confesión me tomó desprevenido, no sabía que decir o cómo reaccionar. Era la primera vez que Rose tenía sexo y yo tendría el honor de ser el primero en su vida. Pero como todo hombre indecente, tenía que arruinarla y de la peor manera.

Me arrepiento de mis palabras. 

Sí, tengo sentimientos por ella, la quiero, la deseo como loco y sé que ella también lo hace, pero como dije, lo arruiné. Decirle que no correspondería sus sentimientos fue lo peor que pude haber hecho.

Hacerle creer que no la quería, tener sexo con ella y luego seguir mi vida como si nada hubiera pasado me hizo entender que no la merecía. Así que la dejé ser feliz con alguien más.

Cuando Rose nos contó lo que el bastardo de su ex le había hecho, sentí unas ganas enormes de tomarla ahí mismo y romperle la nariz a ese tipo. Hasta que mi deseo se hizo realidad.

Regresé a casa y comencé los preparativos. Me di una ducha y me arreglé para estar presentable. Monté mi Jeep y me puse en marcha rumbo al departamento de Rose que para mi suerte quedaba a 20 minutos de nuestra casa.

Al llegar, subí al ascensor que me dejó en el quinto piso. Avancé hasta su departamento y toqué el timbre esperando a que saliera. Eran las 8 en punto.

La puerta se abrió y mis ojos se iluminaron por lo que tenía frente a mí. Rose llevaba un vestido largo, ajustado color rosa, pero casual y elegante al mismo tiempo —y sexy, muy sexy— descubriendo sus hombros y con una abertura en su muslo derecho. Además de unas zapatillas transparentes que la hacían ver más alta, casi a mi estatura.

Su cabello rubio estaba suelto, sus mechones caían hasta su espalda y podía percibir su aroma a rosas impregnarse en mi cuerpo. Era una droga para mí, una mezcla de fragancia y ella.

Se veía hermosa, casi podía sentir la baba deslizarse por mis comisuras.

—¿Terminaste? —inquirió, haciendo que volviera la vista a sus ojos.

—Estás preciosa —dije sincero, escaneándola nuevamente por un segundo.

—Siempre lo estoy Alan —sonrió maliciosamente.

Salimos del departamento y la llevé a cenar a un nuevo restaurante cerca de la playa. Era un lugar casual, no estaba tan atestado de gente como pensé y eso me pareció perfecto.

El piso era de piedra, las mesas de madera adornadas con un florero como centro de mesa. Lámparas amarillas colgando del techo de cristal que permitía apreciar el hermoso anochecer, además de contar con plantas decorativas dándole un aspecto romántico pero elegante, sin perder la sencillez.

Ordenamos mariscos y comenzamos a platicar de distintas cosas, desde lo encantador del lugar, el clima, nuestra infancia y todo lo que pasó para llegar a este momento.

—Debo admitir que me sorprendió tu invitación —le dio un sorbo a su copa de vino para después dirigirme la mirada —¿Perdiste una apuesta y debo ayudarte a cumplirla?

Solté una pequeña carcajada por su gran imaginación.

—¿Te molestaría si eso fuera verdad? —intenté no reírme mientras la miraba serio

Mi universo en la tierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora