1. Kit de costura

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Contemplar.

Cualquier cosa.

Desde las hojas de un árbol meciéndose mientras trepan por su tronco una fila de hormigas,  perseverantes, trabajando en equipo para el bien de la colonia; a las nubes con forma de algodón, desde las grisáceas a las más blancas e inmaculadas.

Una vez vi una nube enorme, parecía un volcán en erupción. Mi padre investigó para saber como se llamaba semejante fenómeno: cumulonimbo. Yo era muy pequeña y me costó aprender el nombre, pero una vez lo hice no se me olvidó, pese a que ya no volví a ver ninguna igual.

Y a Lizzy, amiga de mi madre, observar como trabajaba. Cada vez que la visitábamos me quedaba abstraída al ver como marcaba con tiza el papel para hacer un patrón. Luego cogía las tijeras y lo cortaba dando forma a la falda, vestido o camisa que estuviera confeccionando. La maestría al utilizar la aguja, los puntos perfectos, como si los hubiera medido de antemano para quedar impecables. Y el hilo, conducido por la pequeña y puntiaguda aguja de metal, produciendo un especial sonido al traspasar el tejido.

En una de las visitas cuando contaba seis años, dije: ¡Quiero coser como Lizzy! Y bajo  su atenta mirada di mis primeras puntadas. Cada vez me fue gustando más y más hasta llegar a ser mi pasatiempo favorito que se convertiría en profesión.

Si. Cualquier cosa que observaba de la naturaleza me producía bienestar, llegando a estar sumida durante un largo tiempo, así como ver a mi familia disfrutar de unos días de verano en la playa de Gyllyngvase, en la casa que heredaron de mis tíos y que siempre nos referíamos a ella como la casa de la tía Grace y el tío Joseph. Era curioso que, pese a ya no estar entre nosotros, los percibíamos a cada momento, quizá, porque en la casa permanecían todos sus recuerdos.

En los últimos años pocas veces habíamos coincidido en vacaciones. El trabajo siempre fue el inconveniente principal y ese verano durante unos días, lo hicimos. Mis padres, los abuelos, mi hermana pequeña Darcey y, Brenda, la mayor, junto a su novio Niall. Ellos dos se hospedaban en la casa de verano del padre de Niall, situada en las afueras.

Lo que tiene veranear cerca del mar es que son reconfortantes. Hasta los días que salen nublados. Sin embargo, lo bueno acaba pronto y, poco a poco, la casa de Grace se fue quedando vacía. Los primeros en marchar fueron mis abuelos y padres. Darcey y yo llevábamos dos días solas en la casa por el único motivo de quedarnos hasta que se fuera Brenda. Queríamos apurar las ultimas horas en estar juntas. Horas que pasaron a minutos.  Brenda se marchaba esa tarde. Le quedaba unos días de vacaciones que los finalizaría en Londres para ver a su amiga Katia y antiguos compañeros del Black Rose, lugar donde trabajó. Aprovechamos ese último instante en pasarlo en la playa cuando terminamos de almorzar.

Había extendido un pareo donde nos sentamos. Brenda, en medio nuestra, fue asediada por las manos de Darcey y mías sobre su barriga. En realidad no éramos tres mujeres, sino cuatro. La pequeña Brandi nacería en noviembre.

—Todavía tengo la cara de susto de la familia al soltar que estabas embarazada.

Brenda, esboza una sonrisa ante mi comentario.

―A mi no se me olvida la de Niall, las palabras se le atascaron en la garganta. No como la seguridad de la primera vez cuando lo conoció la familia y anunció vuestro compromiso y boda ―añade Darcey.

―Especialmente, Brenda, tu ocurrencia de soltar en medio del denso silencio que se formó que fue por culpa del globito pinchado ―le recuerdo.

―¡Ahí ya no pude más, lo siento! Pero no pude contener el ataque de risa. Cada vez que vea a mi sobrina, me vendrá a la mente un neumático agrietado. ―Darcey se carcajea con lágrimas en los ojos.

Hilo y agujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora