Pasé toda la mañana en la playa tomando el sol y nadando. Comí sobre la arena los macarrones que hice el día anterior. Me entretuve viendo la piragüas y kayaks, recordando a Jones cuando me dijo que hace años hizo unos cursos y, la conversación que mantuvimos después de coser el botón, que derivó a hablar sobre amuletos y talismanes, en tanto que llegábamos a la playa de Gylly. Y sentados sobre la arena, le pregunté si tendrían un poder mágico, protector o de buena suerte para que muchas personas los utilicen.
―« Son una fantasía de objetos decorativos para la casa o como joya para lucir. No creo en ellos y no he utilizado ninguno. Si lo hiciera, recurriría a tu pata de conejo. De momento, he comprobado que es el único amuleto que puede ser útil ».
Cuando observaba su rostro mientras hablaba, me fijé en las diminutas pecas que se extendían sobre su nariz y pómulos. Tan diminutas que daba la sensación que desaparecían de un momento a otro. Tan efímeras como polvo de hadas brillante que se camuflan como maquillaje.
Y efímero fue estar sentados en la playa. Una llamada de teléfono de un amigo veinte minutos después, al que tenía que recoger porque se quedó tirado sin gasolina, hizo que cada uno tomáramos diferentes caminos. Yo me encontraba cerca de casa de tía Grace. Nos despedimos apresurados y con un hasta pronto.
En apenas dos días había hechos cosas que no hice después del accidente de hacía ocho años. Se había activado un primer «clic» en mi cabeza al decidir quedarme. Y un segundo «clic clic» desde la tarde de ayer. Las decisiones que resultarían irrisorias para muchos, en mi caso era un gran expectativa. Estaba decidida a seguir la misma línea y lograr salir de mi zona de confort. O del cinturón protector familiar como lo llamó Brenda cuando hablamos por teléfono. Me sentía aventurera y atrevida como cuando era niña. Estaba sola. Sola. Tomando decisiones sin apoyarme en ningún miembro de mi familia. Y me encontraba feliz. Ya no quería pensar en mis posibles vidas pasadas o en inseguridades, solo en sueños reales que pudiera ordenar o desordenar como me diera la gana.
Tuve una llamada de mi hermana cuando regresé de la playa, preguntando como había salido el día de ayer. Le dije que genial. Que solo fueron dos horas por el imprevisto. Que igual podría volver a verlo como que no. Susurró «mierda» por lo bajo. Luego le dije que me encontraba superbién y ella me dijo: «Eso es fantástico, Helena».
Por la tarde fui a comprar un poco de fruta y dulce. La fruta porque me gustaba llevar al bajar a la playa. Pero por la noche mientras veía la televisión me gustaba comer chocolate. En ese aspecto arrasamos con todo cuando estaba al completo la casa. Compré unos paquetes de bizcochos muy finos y redondos como una galleta, los había de relleno de crema de naranja, fresa y menta, con una de las caras recubiertas con una capa fina de chocolate que crujía al morder.
No tiré de llamada telefónica a mi hermana para decidirme en ponerme un vestido muy corto de vuelo. De color ciruela. Me ayudó Lizzy a confeccionarlo antes de las vacaciones. Se componía de varias piezas. Sacamos el patrón de una revista de moda, lo único que no llevaba era la firma del diseñador. Era juvenil y veraniego a pesar de llevar mangas largas que, se acoplaban a los hombros con la caricia de la seda. Con un ligero toque bohemio una lazada recogía el pecho en una abertura al comienzo de él. Era la primera vez que me lo ponía. Un vestido para ir a cenar y después a una discoteca a bailar. Brenda no me lo había visto los días que estuvo, ese hubiera sido su elección. Y como los «clic» se habían activado, no iba a desaprovecharlo aun cuando solo fuera para hacer unas compras y ver tiendas.
Lo bueno de las vacaciones en la playa fue el color en la piel y por la mañana fue el día que más expuesta estuve al sol. Se me bronceaba la piel con facilidad y no era de las que se ponían roja como cangrejos. Lo bueno es que no hacia falta maquillaje, solo brillo en los labios y rimmel en las pestañas.
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Hilo y aguja
Romance[ Libro II serie Lowell ] Ante la insistencia de su socia, Helena, concierta una cita con una tarotista. Lo que comienza emocionante, agradable y con humor; desemboca en incredulidad, misterio y desazón. A raiz de esa cita, decide en unas vacacion...