5. Una pata de conejo y un botón

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Pasé toda la mañana haciendo cosas. Bajé a la playa a hacer ejercicio. Regué las plantas. Hice comida para dos días que guardé en tuppers y al frigorífico. Todo pasta. Demasiado hidratos; macarrones y raviolis con tomate y atún. No podía estar quieta, ni leyendo, escuchando música o viendo una película. Si lo hacía a los cinco minutos me levantaba y daba vueltas por la casa. La causa ha sido porque llegó el día de ver a Jones. Solo faltaban tres horas.

Quedar por primera vez con un chico al que propuse vernos, me puso nerviosa. Aunque la guindita fue que aceptara. Esperaba el no. Llevaba un rato mirando la cama donde tenía expuesto algunas prendas para elegir. Vestido, falda, pantalón, tops, blusas…

No podía ser tan difícil.

Pero lo está siendo.

Pensé en llamar a Darcey. Lo descarté rápido, me haría mil preguntas. Tampoco a Lizzy, capaz de presentarse o llamar varias veces. Solo me quedaba Brenda. Ella, acostumbrada a trabajar en bares, sobre todo, cuando estuvo en Londres. Salió con varios chicos antes de tener una pareja estable. Mi hermana mayor, no me agobiaría con llamadas y mensajes para saber que tal ha ido. Hará alguna, pero sin presionar.

―¿Helena?

―Brenda, necesito tu ayuda.

―¿Te ha pasado algo? He hablado con mamá hace una hora y me ha dicho que llegó Darcey sin ti. Le dijo que querías quedarte unos días.

Tuve una llamada de mi madre al rato de llegar mi hermana a Sheffield. Comprendía que se preocupara y cogiera el teléfono para saber. No le valió lo que le dijo Darcey y quiso confirmarlo. Para todos resultaba extraño que me quedara sola.

―No me ha pasado nada. Lo que te dijo mamá es verdad. Sé que es extraño porque quedarme sola y tan lejos de casa nunca me ha gustado, pero me apetecía.

―Yo me he alegrado por tu decisión. A veces se necesita salir fuera del cinturón protector familiar, aunque solo vayan a ser unos pocos días. Pero, ¿por qué necesitas mi ayuda?

Me senté en el suelo, a los pies de la cama.

―Verás… ―Tomé aire. Porque si. Porque lo necesitaba―. La tarde que Niall y tú os fuiste, me fui sola a dar un paseo. Conocí a un señor mayor muy simpático y éste me presento a un amigo suyo. Y bueno.., ayer nos volvimos a ver y hemos quedado en vernos a las seis.

―Eso es estupendo y, el amigo de ese señor mayor y simpático, ¿es también mayor?

―¡No! No sé su edad, pero puede que un poco más joven que Niall ―me aclaré la voz en un ligero carraspeo antes de seguir―. La ayuda que necesito de ti es… para que me asesores sobre la ropa que me tengo que poner.

―Helena, nadie mejor que tú para eso.

―Sé coser un vestido y sé que me tengo que poner si asisto a una boda, evento o cualquier celebración. Pero esto es diferente. Quizá pienses que es una tontería y te daría la razón, pero es la primera vez que quedo…

―Quieres impresionarlo ―me interrumpió―, y no quieres caer en exceso y tampoco quedarte corta.

―No quiero impresionarlo. Pero llevas razón en que no quiera caer en extremos.

―Helena, mejor es que te comas el mundo antes de que el mundo te coma a ti ―puse los ojos en blanco―. Yo de ti pecaría un poco de exceso. Y con ello me refiero al top blanco que te compraste los días que hemos estado allí y que luego no te has puesto.

―No sé porqué me lo compré.

―Porque te gustó. Y a nosotras también.

―Es muy…

Hilo y agujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora