En todo momento, desde que llegamos, nos trataron como si fuéramos de la familia. Aquel era un hogar bullicioso, con un matrimonio y siete hijos. Vivían en una enorme casa rodeada de una pequeña muralla, en medio del campo y cerca de un rio. Todo alrededor era tierra de los Thorsen. La mayoría de aldeanos trabajaban para ellos. Por las venas del patriarca de la familia corría sangre escandinava, y hacia diez décadas que sus antepasados vivían en tierras inglesas. Inicialmente, se dedicaron al comercio y, con el tiempo, fueron adquiriendo tierras y se establecieron en la agricultura y ganadería. A excepción de Halfdan, que se casaría con una mujer que no era de origen escandinavo, y su padre Harald, quien también se casó con una inglesa, las generaciones anteriores, tanto hombres como mujeres, siempre habían contraído matrimonio con personas de su misma raza.
La tarde del tercer día desde que llegamos, salí apresurada después de que Beth se quedara dormida tras la comida, debido a un terrible dolor de cabeza. Yo también necesitaba despejar mi mente, así que caminé sin rumbo fijo y pensando en el destino que le deparaba a mi prima. Unas horas antes, escuché una conversación entre padre e hijo en las caballerizas. Hablaban sobre el viaje que harían a Dinamarca una vez realizada la boda. Al principio, pensé que se referían al viaje de novios, pero luego mencionaron unas tierras de un familiar en las que planeaba vivir varios meses.
Elizabeth desconocía el plan. Apenas se estaba acostumbrando a la idea de vivir lejos de su hogar, mucho menos irse a otro país. Durante la conversación, sacaron a relucir los nombres de mis tíos, lo cuales habían mostrado su conformidad respecto al destino de su hija. Mi tío también tenía tierras, centraba su vida en los negocios y en ampliar su riqueza constantemente. Sin embargo, a medida que habían pasado los días y conocía a la familia, me di cuenta de que ellos, en realidad, era el objetivo principal de mi tío y utilizar a su hija era un negocio muy conveniente para seguir prosperando.
Consideré que Beth pudiera aceptar, dejándose utilizar, ya que parecía suspirar en la compañía de Halfdan desde que lo volvió a ver después de tantos años. Cada vez que nos encontrábamos a solas, me hablaba de las virtudes de su futuro esposo, su habilidad con los caballos, su manejo de las tierras y la forma en que la trataba con respeto y afecto. En más de una ocasión mencionó sus ansias de ser besada, aunque lo justificaba y esperaba el día de la boda para dar ese paso. Elizabeth estaba completamente enamorada.
Sin embargo, las pocas veces que los observé juntos, él parecía tratarla como una hermana que como su prometida. Su imagen de él difería de la que yo tenía. La mía era salvaje y emocionante, pero también dulce y reconfortante.
Beth no tuvo conocimiento del altercado en el carruaje y la confusión que ocurrió el día de nuestra llegada, en la que me vi involucrada. Desde aquel incidente, apenas cruzamos unas pocas palabras, solo me concentraba en atender a Beth. Pero a pesar de no tener conversaciones, sentía que él me observaba. Durante los desayunos, siempre me pasaba la jarra de leche fresca o la miel para untar el pan recién horneado, antes de ofrecérselo a su prometida. Eran detalles que yo esperaba que pasaran desapercibidos debido a la algarabía que reinaba en la mesa, pero que me causaban un nerviosismo creciente.
No fui consciente del tiempo transcurrido desde que salí a caminar y, sin proponérmelo, llegué a la costa, que se encontraba bastante alejada de la casa. Me quedé observando el mar, sin prisas, y al viento que jugaba con el bajo de mi vestido, creando un baile de volantes inexistentes. Nunca tuve la oportunidad de bañarme en el mar, ni en un rio o lago y perdí la posibilidad de aprender a nadar. Y es lo que más me apetecía hacer en ese momento: bañarme. El agua, al llegar a la orilla, parecía susurrarme al oído.
«Atrévete... nadie te va a molestar... es tu oportunidad... siente las sensaciones...».
Conforme me iba susurrando, me deshice del cinturón de piel que rodeaba mi cintura, me descalcé y miré a ambos lados. La playa estaba tan desierta como un noche sin luna. Me quité el vestido, el calzón y las calzas, y las fui apilando hasta que quedé completamente desnuda. Avancé casi de puntillas, sintiendo las cosquillas heladas y la arena húmeda envolviendo mis pies. A medida que avanzada, sentía un nudo en el estómago. Había una extraña sensación entre placentera y temerosa, al pensar que una de esas olas que rompían contra mi cuerpo podría engullirme irremediablemente. Crucé los brazos sobre el pecho, al igual que hacía de niña cuando mi madre me lavaba la espalda, mientras yo le hacía mil y una preguntas. La mayoría de sus respuestas consistían en salpicarme con el agua de la bañera mientras nos reíamos.
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Hilo y aguja
Romance[ Libro II serie Lowell ] Ante la insistencia de su socia, Helena, concierta una cita con una tarotista. Lo que comienza emocionante, agradable y con humor; desemboca en incredulidad, misterio y desazón. A raiz de esa cita, decide en unas vacacion...