2. El patronaje en la conversación

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De una playa me voy a otra, la cual podías acceder a ella sin pisar una carretera. Un sendero entre vegetaciones y acantilados llevaba a la playa de Swanpool. Mi hermana me aconsejó que llevara la muleta. La tuve que usar durante tanto tiempo tras el accidente de moto que, la odié. Con el tiempo hice las paces con ella y nos volvimos inseparables, me la llevo allá donde voy, solo para casos de emergencia de sobrecarga en mi pierna. Por suerte, rara es la vez que ha ocurrido cuando acabé mi rehabilitación hace unos años.

El camino a la playa lo conocía, sin obstáculos, no era de una gran caminata hasta llegar y decidí no llevarla. Me duele más las horribles cicatrices, esas no las puedo dejar a un lado cuando me apetezca. Son un cuadro abstracto de color y líneas irregulares en mi piel que siempre van conmigo.

En el trayecto me cruzo con una pareja de excursionistas con mochila en la espalda. Me fijo en el brazo del chico que le rodea los hombros a la chica mientras ella emite un ligero bostezo. La escucho quejarse de que está cansada y él la alienta contestando que les queda cinco minutos para llegar. Pienso desde dónde vendrán. Luego pienso el porqué pienso eso. No es la primera vez que me ocurre preguntarme sobre personas que no conozco de nada.

Y entre pensamientos pasa corriendo como alma que lleva el diablo  un niño pequeño. Unos metros detrás, el padre y la madre en la misma carrera.

―¡James! ¡Detente! ―gritan ambos a la vez.

La que se detiene soy yo en vez del niño.

Casi llego a gritar: ¡Corred más para alcanzarlo! Pero más acertado hubiera sido: James, escóndete porque te va a caer una buena.

Luego la ruta sigue tranquila, sin cruzarme a nadie hasta que llego a la playa. He ido a un buen paso tardando menos de lo que esperaba. A pesar  de estar la brisa fresca, tengo que coger una punta de pareo que llevo atado a la cintura del pantalón y pasármela por la frente para retirar un poco de sudor.

La playa es bastante más pequeña que la anterior, la carretera está pegada a ella y detrás un parking. Para las personas que no les guste caminar o enfermas supongo que será su playa ideal.

Cruzo de un extremo a otro para llegar a lo que pensaba que eran rocas, pero no lo son. Son grandes piedras de varios tamaños de forma cuadradas y rectangulares, donde te puedes tumbar para tomar el sol. Forman como escalones de varias alturas que comienza desde la misma orilla hasta la carretera. El tallado se ve tan perfecto en ellas que dudo si es obra de la naturaleza o hecho a propósito para una mejor vista salvaje de la playa. Tras hacer un poco de equilibrismo escojo para tumbarme una de la más grandes.

Cierro los ojos y me concentro en como los rayos de sol penetran en mi piel. Los primeros minutos es de tranquilidad, luego comienza a molestar, pero lo aguanto hasta notar la sensación de que nos hemos fundido. Lo he estado haciendo los días que bajábamos a la playa. Mi madre y hermanas advirtiéndome de que me pusiera protección. Nunca la utilicé. No me gusta la sensación de pringue. Cuando notaba la piel demasiado caliente, me cubría con una camiseta, dando por acabado el baño de sol. Ellas con la confianza en sus cremas, terminaron mas de dos veces con escozor y enrojecimiento.

Si no fuera porque Evan llegaba mañana a Sheffield, le hubiera pedido a Darcey más tiempo, me quedaban días de vacaciones.

El… si no fuera por.., seguía estando presente. No tan insistente como al principio desde el accidente, ya que poco a poco fui soltando lastre, pero en decisiones que todavía quedaban por solventar, le gustaba mostrarse. Y recostada sobre la piedra, trato de tomar una decisión,  si quedarme o no sola unos días.

Cojo aire en profundidad, como si al hacerlo me fuera a ayudar a resolver la duda al agrupar los sentidos en uno solo, el olfato. El olor es más fuerte que otros días, como si estuviera dentro del agua rodeada de peces y algas.

Hilo y agujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora