¿Cuántas veces me he despertado sin recordar mis sueños? Muchas. Pero desde hace unas semanas, he tenido tantos que podría escribir un libro. Saltaba de uno a otro sin encontrar conexión entre ellos. Algunos relacionados con el trabajo: compañeros y amigos. Otros involucraban a mi hija Elsie, quien llora en los sueños a pesar de ser una bebé tranquila y dormilona. Lo más extraño era con los caballos, espadas y puñales. sobre las armas lo entendía ya que era una afición que desarrollé desde que conocí a Malachy. Él tiene un taller de forja en el campo, en las afueras de Londres. Una antigua casa que restauró hace años y también convirtió en su hogar.
Sin embargo, no encontraba relación alguna con los caballos ni con el paisaje de montañas y prados en el que se divisaba una casa solariega de una época que no era la actual. Tampoco reconocía a las personas que habitaban en ella. El lugar y rostros eran difusos y se desvanecían aún más al despertar. Solo uno me resultaba familiar, aunque tampoco estaba seguro de por qué unos de esos rostros me recordaba a Helena y que relación tenía con ese ambiente tan medieval.
Me encontraba en casa de Malachy. Llegué tarde y no quise despertarle. Tenía la confianza de entrar y salir, ya que tenía un juego de llaves de su casa y taller. Quise avanzar en un trabajo de una daga que yo mismo había diseñado. Pasaron las cinco de la madrugada y decidí dormir en el sofá de su comedor. Jinny estaba fuera de Londres por trabajo, llevándose con ella a nuestra hija. Siempre que su profesión se lo permitía le gustaba viajar con ella.
Me desperté con el chirriante repetitivo sonido desagradable de un clink, clink. Al principio era lento, pero luego se aceleró.
Clink, clink, clink, clink.
No hizo falta que abriera los ojos para saber que Malachy estaba revolviendo su café con esa maldita cucharilla. Lo peor de todo es que lo hacía a propósito para fastidiar. ¡Cómo lo disfrutaba! Ese ruido me sacó de otro de mis extraños sueños, donde se mezclaba la música y el bullicio del Black Rose con el sonido de los cascos de los caballos al galopar, risas de niños y peleas amistosas. Me estaba dejando llevar por una sucesión incoherente de imágenes. Incluso me había dejado crecer mi bigote y perilla y no me había cortado el pelo en más de un mes.
—Ni te imaginas lo odioso que puedes llegar a ser —dije, con la voz todavía enronquecida al despertar.
—Sabes que los Domingos hago la limpieza. He subido las persianas, barrido el suelo y ni tan siquiera has pestañeado. En cambio, te molesta un simple cucharita.
—Eso no es solo una cucharita —comenté con sarcasmo soltando una carcajada a propósito.
Malachy sabía exactamente cómo sacarme de mis casillas.
—Nunca imagine que un objeto metálico tan pequeño y sin filo pudiera convertirse en un arma destrucción.
—¿No puedes disfrutarlo sin que yo tenga que lidiar con un ruido tan molesto y constante?
—¿No te gusta tomar un buen café al ritmo de clink, clink, clink? —Me encontraba abrazado a un cojín y apunto estuve de lanzárselo—. Quizá debería hablar con algún DJ para que mezcle su música con el ruido de mi cucharilla.
—Un éxito rotundo —hice un gesto con las manos como si estuviera anunciando un evento—: ¡El café más espumoso y musical del año!
Al levantarme, noté que estaba cubierto por una manta. No recordaba haberme tapado.
―Me levanté a las seis para ir al baño y vi la luz de la lámpara que estaba encendida. Pensé que me la había dejado prendida, hasta que te vi durmiendo en sofá.
Las discusiones con Malachy nunca duraban más de diez minutos. Él sabía cómo sacarme de mis casillas en cuestión de segundos, pero representaba la figura paterna que no tuve, y nunca imaginé que alguien pudiera llenar ese papel de manera tan reconfortante.
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Hilo y aguja
Romance[ Libro II serie Lowell ] Ante la insistencia de su socia, Helena, concierta una cita con una tarotista. Lo que comienza emocionante, agradable y con humor; desemboca en incredulidad, misterio y desazón. A raiz de esa cita, decide en unas vacacion...