4. Patrones imaginarios

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―¿Estás segura de que te quieres quedar?―Darcey me pregunta a la vez que arrastra la maleta―. No quiero que una vez me haya marchado me llames diciendo que vuelva a por ti.

―Estoy segura. Nunca lo he hecho. ¿De dónde sacas eso?

―Es la primera vez que te vas a quedar sola a muchos kilómetros de casa.

―Si entro en pánico, llamaré a la vecina ―ironizo.

―Angela se va hoy a pasar unos días a casa de su hija. ―Nos encontramos fuera y miramos en dirección a su casa. La vecina estaba subiendo en un coche―. Corrijo, se acaba de marchar.

―¡No me habías dicho nada!

Darcey apoya su mano sobre mi hombro.

―Ya estás entrando en pánico.

―¡Nooo! Me hubiera gustado despedirme.

Abre el maletero, introduce la maleta y cierra de un portazo. Su rostro de niña buena con cara de ángel no acompañaba a su carácter. Por la mañanas desayunaba doble ración extra de energía que se prolongaba hasta la noche. Cuántas veces cerraba de portazo cualquier puerta, no solo del coche, daba igual la estancia de la casa en las que, también, se incluía las ventanas. Su fuerza no acompañaba a su cuerpo delgado.

―Oye, si alargar tu estancia es por el chico que conociste ayer, te daré un consejo.

―¡No me quedo porque conocí a un chico! Había tomado la decisión antes. Ya te conté lo que ocurrió.

―Si, lo del viejo pescador que le pidió a su amigo o lo que sea que te acompañara ―frunce los labios.

―Es la única verdad.

Me abstengo en contarle que pasé parte del día de ayer pensando en él. El sueño que tiempo atrás tuve, me llevó de cabeza. Intentando comparar cada centímetro de ambos rostros en los pocos minutos que estuve con él. Fue como la nueva golosina del kiosco que veía de pequeña y no puedes comprar porque no llevas dinero. O los zapatos de tacón de aguja que solo podía admirar a través del escaparate. No era la misma comparación, sin embargo quedarse con la duda era frustrante.

―¿Quieres el consejo o no?

Me da opción de elegir cuando ambas sabemos que solo cabía una elección.

―Suelta el consejo.

―Evita hacer el centrifugado.

―Creía que se refería a chicos. Sé poner una lavadora y la que hay funciona bien.

Darcey suelta una carcajada.

―Me refiero a este centrifugado. ―Saca la lengua y comienza a moverla en círculos rápidos.

―Explícate sin mímica.

―Quiero decir que cuando beses evita mover la lengua muy rápido, no mola nada. ¡Ah! Lo mismo para él, si es de esos, aléjalo antes de que sus manos vayan a tus...―me señala el pecho―. No sé en que estarían pensando nuestros padres para que a Brenda y a mi nos dejaran medio huérfanas en ese aspecto. En cambio, tú… ¡Te llevaste la parte que nos correspondía!

―Será mejor que te vayas.

―¿Qué te ha molestado? ¿El centrifugado o lo de tus tetas? Sabes que en lo segundo me das envidia, ¡tu cuerpo está lleno de curvas! Solo es un consejo. Eres una inexperta con un ligero toque de ingenuidad.

Me dieron ganas de decirle mil cosas. Y no era por esas dos razones expuestas.

―Yo... ¿ingenua?

No sé de que me sorprendo. No era la primera vez que me lo dice. Otras veces utilizada; confiada, inocente, crédula… todas significaban lo mismo.

Hilo y agujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora