3. Quiero saber qué es el amor

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Aunque la lluvia cesó, el camino se había convertido en un barrizal. Las ruedas del carruaje se hundieron un par de veces en el barro, teniendo que ralentizar la llegada que ya duraba unos días. Mi prima no estaba acostumbrada a viajes tan largos con unas condiciones climáticas adversas que dejaban mucho que desear, pero se casaba en una semana y las nupcias se celebrarían en la casa de la familia de su prometido. Un novio al que solo vio una vez siendo ella una niña. Las familias de ambos querían sellar alianzas; para ellos un matrimonio era lo más conveniente.

Nos habían informado que quedaba una hora para llegar. Había sido un milagro no haber sufrido un robo de asaltantes o proscritos. Quizá porque el mal tiempo fue una constante desde que salimos o, por la escolta que le puso mi tío a su hija; los dos cocheros y cuatro hombres más que rodeaban el carruaje.

―Pronto descansarás ―le dije.

―Eso espero. Si volvemos a encallar, me vuelvo a casa aunque sea andando.

―Tranquila, no vamos en una embarcación. ¿Sigues nerviosa por la boda?

―No tanto. Estoy nerviosa por volverlo a ver, ¿y si no le gusto? Tenía nueve años cuando lo conocí y ahora tengo veinte.

¿Y si ocurría al contrario? Su prometido era ocho años mayor que ella y la visión que tuvo en ese tiempo de un atractivo adolescente podría haber cambiado. Sin embargo, daba igual si se gustasen o no, estaba pactado desde hacía años.

―Estoy segura de que quedará prendado de ti.

―Te voy a echar mucho de menos. Deberías haberte casado, pero ahora.., ¿no te hubiera gustado saber qué es el amor?

El ahora, eran mis veintisiete años. Ya era tarde. Y muchas veces me hizo esa pregunta y siempre quise gritar: ¡Quiero saber qué es el amor!

Quedaba muy poco para llegar. Beth, llevaba veinte minutos dormida cuando el coche se detuvo, bruscamente.

¿Cuál era el problema? Miré a mi prima, seguía durmiendo.

Me cubrí la cabeza con la capucha del abrigo. Abrí la portezuela y, sin llegar a bajar, observé que las ruedas no estaban hundidas en el barro. No había puesto un pie en el camino y, de reojo, vi la silueta de un caballo. Todo fue veloz, envuelta en volandas. Un brazo que rodeaba mi cintura, me sentó sobre el equino negro y, un cuerpo pegado a mi espalda, respiraba agitado.

Comenzó a galopar. Miré alrededor y, nuestros acompañantes, no parecían sorprendidos, ni se movieron.

―¿Quién es usted? ¡Haga el favor de bajarme!

Me revolví varias veces, nerviosa y con rabia. Solo escuché una risa estentórea que retumbó en mi espalda y, en mi estómago a través de su brazo. No cedió. La primera vez que subía a un caballo. No sabía adónde agarrarme y lo hice a su crin.

El galope estaba siendo vertiginoso. Su cuerpo inclinado sobre el mío, no paraba de golpear mi espalda, como sus piernas enfundadas en cuero curtido, rozando las mías.

―¡Deténgase!

―Mi prometida debe acostumbrarse.

Otra risotada.

―¡Es un salvaje! ¡ Y no soy su prometida!

Tiró de las riendas y con el comando de voz; "so" "quieto", se detuvo. Las manos agarradas a la crin, me temblaban, el corazón apunto de salírseme por la boca. Me retiró la capucha y escuché una exhalación. Si todavía recordaba a Beth siendo una niña, acababa de darse cuenta de que, yo no era rubia.

―Mírame.

Al girar la cara, le rocé la barbilla con mi mejilla. Ya no me temblaban solo las manos. Sentí vergüenza de mirarlo, jamás tuve un acercamiento físico y tan estrecho con un hombre. Me abarcó en una mirada rasgada y verde de tupidas pestañas negras, sintiéndome desnuda cuando descendió a mi cuello. Su garganta intentaba tragar, sin éxito. Me encontraba en las mismas.

―No. No eres Elizabeth.

No era rubia ni con ojos azules.

De un brinco bajó y se alejó en unas cuántas zancadas. Permaneció el tiempo necesario para maldecir o quejarse por su error, y volvió a subirse al caballo.

Dio la vuelta, sin galopar, en dirección al carruaje que habíamos perdido de vista. Seguía en ese contacto estrecho, con su brazo, rodeándome. Con un leve movimiento que hizo, me inclinó a su pecho. La vuelta en un paseo. Me sentía cómoda, en calor, igual que cuando me sentaba junto a la chimenea con Beth. Era agradable. Estaba disfrutando de la cercanía de su cuerpo y su respiración. Un paseo corto que deleité y acabaría para siempre al llegar.

Y un susurro...

Un susurro que me estremeció.

―Desearía que fueras tú.


Ese sueño que tuve, tan vivido. La mirada de Jones era la misma. Me abarcaba por completo las pocas veces que nos miramos. El color de ojos no era el mismo, pero casi. Era de un verde con matices ambarinos, más suaves.

Al preguntarme si nos conocíamos, ¿qué le iba a responder? Si, te pareces a un hombre con el que soñé. Mi respuesta del "no lo sé", le siguió un "quizá nos hemos cruzado alguna vez". Él solo frunció el ceño. Insistí varias veces que podía ir sola a casa, él se negó.

No hablamos en el corto trayecto. No sabía que preguntar y él no parecía muy dado a hablar. Y no sabía si fue al recordar el sueño por lo que me encontraba más nerviosa de lo habitual o por la actitud cortante de él.

Un par de veces lo miro de reojo y me pilla. Él también lo hace, lo pillo. Es lo único que hemos hecho, mirarnos de reojo, hasta que llegamos a la dirección que le había indicado.

―Gracias.

―De nada.

Abro la puerta, salgo y antes de cerrarla, lo vuelvo a mirar. No sé a qué esperar. Son sueños. No hay prima, ni carruajes, ni caballos; para poderle escuchar...desearía que fueras tú.





Al final no lo subí antes, como dije

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Al final no lo subí antes, como dije. Pero si avisé que sería cortito. No quería mezclar mucho ese sueño de (vidas pasadas) con la actual.

No he podido subir la música de este capítulo. Me sale mensaje de error en la Red:(

Un tema de Foreigner, I want to know what love is. Lo intentaré más tarde.

Un abrazo,

Indi💖

Hilo y agujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora