8. No dar puntada sin hilo.

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La primera vez que volví a pisar un instituto después del accidente, lo hice junto a Brenda. Ella no quiso marcharse a Londres, su sueño. Quiso quedarse conmigo. Renunció por un largo tiempo a estudiar coctelería. Del mismo modo, hice como ella, no quería dejarla sola y aplacé durante un periodo determinado a estudiar patronaje. Ambas nos matriculamos en un grado de administración.

En el instituto donde estudiábamos había unos escalones mas altos de lo normal. Mi pie se resistía a subirlos por más que lo intentaba. Entonces Brenda me subía a sus espaldas, a caballito. Una vez tuvo una torcedura sin importancia y me negué a que cargara conmigo. Por lo tanto, se dedicó a observar a su alrededor y llamó la atención de un chico. Era el típico de complexión musculosa de machacarse en un gimnasio, y le dijo: «necesito tus manos o, en otras palabras: necesito tus brazos».

Me puse roja como un tomate cuando el forzudo me cogió en brazos. Al día siguiente volvió a buscarlo para lo mismo. Yo me moría de la vergüenza. El tercer día nos esperó en las escaleras sin necesidad de que fuera a buscarlo. Mientras tanto, me esforzaba en los ejercicios para evitar semejantes situaciones. Al cabo de una semana conseguí subirlos sin necesidad de ayuda. Durante  la semana que Brenda no pudo ayudarme, fue el contacto más íntimo que tuve con un chico; hasta que llegó el día de Jones y su moto.

Esa noche, de regreso, nos despedimos como si nada hubiera pasado. El último contacto antes de marcharse fueron sus manos colocando la aguja de nuevo en el nudo del lazo. No sabía qué debía esperar; un beso de despedida, un abrazo, o un simple hasta mañana. No ocurrió nada. El caso es que, me supo a mucho y a la vez a poco. En cuestión de minutos, recibí algo que nunca habría imaginado. Él me concedió un deseo: besos, caricias y un precipitado orgasmo. El «no me pidas más», indicaba que con él, mi ansiada aventura en ese aspecto, terminaba ahí, en una sola noche en mitad de un prado. Sin embargo, no me iba a dejar vencer por la apatía sino lo volvía a ver.

Había otro objeto de dos ruedas que también dejé apartado en un rincón de mi alma. En la casa estaba la bicicleta de tía Grace. Demasiado tiempo sin montar hizo que me tambaleara. Di varias vueltas alrededor de la casa antes de salir e ir al centro. Durante el trayecto, consideré hacer una visita al estudio y exposición de Raven. En medio de un verano que necesitábamos sanar, mi hermana conoció hace unos años, a una persona que se convirtió en su amiga. La hermana de Niall, el novio de Brenda.

Uno de los días que se encontraba toda la familia, ella vino a cenar acompañada de su hija Poppi. Otra mañana estuvimos juntos en la playa, y ya no había vuelto a verlas.

El estudio, al final del paseo marítimo, se hallaba abierto. La última vez que nos vimos, nos invitó a Darcey y a mi, no obstante lo dejamos estar. Fue mi primera vez visitándolo. Estacioné la bicicleta y entré.

Como novata en el arte de la pintura, lo visualicé amplio y llenó de cuadros, en cambio, encontré un espacio reducido, pero lo suficiente para exponer las diez pinturas colgadas en las paredes color almendra. Todas sus obras eran paisajes. El único mueble era una mesa rectangular de cristal, en ella resaltaba un solo objeto de decoración; una lámpara de metal cromado en dorado con dos pantallas esféricas, una blanca y la otra de cristal templado. Había una única puerta en el interior, no visible desde el acceso por la puerta principal, ubicada al girar un recodo donde se situaba la mesa.

Estaba un par de dedos entreabierta. Esperé unos minutos porque me pareció oír unos susurros y no quise interrumpir. Pero un chasquido como cristal estampándose contra el suelo, hizo que decidiera adentrarme. Habría sido agradable poder contemplar el taller de pintura, en cambio, me topé con un escenario inesperado.

Hilo y agujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora