XVII

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Atravesaron las miradas de los transeúntes de Babel, quienes se preguntaban quiénes podrían ser aquellos dos muchachos de un enorme parecido y ropajes extraños.
Ellos también estaban muy confundidos, y también tenían muchas preguntas en su cabeza, las cuales requerían de algún tipo de respuesta inmediata. Las chicas los llevaron a la sede del sumo concilio, atravesando las calles pedregosas de Babel. Cuando llegaron, se citaron con Verónica, quienes al ver a las chicas y a sus dos acompañantes, guardó unos segundos de silencio para contemplarlos. Luego, los muchachos saludaron con una reverencia, doblando la espalda casi noventa grados.

-Saludos, clonados. Sed bienvenidos a Babel. ¿Sois los compañeros de Susan y Alex?-preguntó, frunciendo el ceño.

Los muchachos se extrañaron por un segundo, ya que no estaban acostumbrados al concepto de un nombre. Luego, 02 dio un paso adelante y contestó por 28.

-Sí, mi señora. Somos Beta-02 y Beta-28. Venimos de...

-En esta ciudad no nos llamamos así, y cada uno de nosotros tenemos nuestro propio nombre. Si queréis ser ciudadanos de Babel, tendréis que bautizaros inmediatamente con un nombre humano.-cortó de raíz, interrumpiendo las explicaciones de 02.

Un nombre. Los muchachos se sintieron asaltados por otras nuevas preguntas. Se cuestionaron si era buena idea quedarse allí, pero al examinar por el camino a las chicas, sentían que la libertad estaba en el mismo camino que ellas.

Sue entró en la sala, y observó a los muchachos. La pequeña niña vio como los muchachos la miraban con una curiosidad, y ésta al mismo tiempo pudo darse cuenta de las cicatrices de 02 y pensó en que debía ser un hombre muy fuerte. La chiquilla se colocó gracilmente al lado de su madre, y con una sonrisa natural, vio a las dos chicas triunfantes de su prueba.

-Oye, Susan, el de las cicatrices grandullón, ¿por casualidad no se llamará John?-rió un poco, y todos se contagiaron con la muy dulce y melodiosa risa de la niña.

-En efecto, soy John. Y este de aquí es...

La niña se lo pensó, mirando al joven de cabello largo y mirada distante.

-Tú debes de ser Cody. Debes de ser alguien muy interesante. Seguro que tienes un pasado muy duro.-le dijo, dirigiéndole una mirada comprensiva.

-Me gusta ese nombre, niña. ¿Cómo te llamas?-le preguntó de vuelta. La niña le despertaba cierto interés al muchacho. Él era capaz de ver el alto grado de inteligencia emocional que tenía la niña, y se sentía al mismo tiempo desnudo, ya que, en efecto, sabía que su pasado había sido muy trágico, pero no tan trágico como el de John, cuya mirada era muy pesada por el peso de la culpa. Hace unos años, un más joven John tuvo bajo su mando un escuadrón, y en una de sus misiones perdió a sus antiguos camaradas en una incursión. John cayó en una zanja cubierta de cristales que rajaron su cara, empujado por uno de sus reclutas, quien lo hizo para salvarle la vida de unos infectados, quienes tendieron una emboscada a su escuadrón. Los infectados no se percataron de la presencia de John, pero él tuvo que ver el horror de soportar presenciar la muerte de sus camaradas. Uno a uno fueron cayendo, rodeados, presa de cruentos y despiadados desgarros y mordiscos.

-Me llamo Sue. Y esta es mi madre.

-Yo soy Verónica, y soy miembro del sumo concilio de esta ciudad. Veo que habéis acompañado a las chicas en esta prueba que tenían, así que no veo el por qué no concederos el honor de ser explotadores de ruinas.

Las chicas se miraron y se sonrieron y miraron a los chicos, quienes aún se sentían abrumados, pero poco a poco se empezaban a sentir más integrados en aquella ciudad.

-Acompañadme, voy a enseñaros lo que hacemos con las baterías.-les encomendó mientras atravesaban la sala para llegar a una puerta trasera.

Al atravesar dicha puerta, una enorme factoría se extendió desde lo lejos, en las lomas de una pequeña colina, situada a una distancia un tanto alejada de la ciudad.

-Con esas baterías alimentamos las máquinas de esta ciudad. No sólo la de las factorías a donde nosotros nos dirigimos, sino también la de las unidades médicas, y nuestros prototipos de defensa.

-¿Prototipos de defensa?-preguntó John.

-Nuestras unidades de combate, modelos antiguos y rescatados de lo que antaño fueron los XT-02, unas unidades biomecánicas dotadas de cañones de escopetas perforantes. Actualmente solo tenemos unas cuatro unidades. Pero me temo que si la revolución es latente, pronto necesitaremos más materiales y más ingenieros y constructores.

John sentía como la palabra revolución era algo tan peligroso como al mismo tiempo glorioso. Al cabo de un rato llegaron al interior de las fábricas, cuyas cintas de montaje estaban llenas de armas de fuego. Cañones de doble recámara, ametralladoras, fusiles, y mucha munición. Munición de alta calidad. El olor de la pólvora era tan notorio que apenas se podía respirar decentemente más de 15 minutos en aquellas salas.

-Nosotros usamos estas baterías para recargar la potencia energética de las máquinas que producen nuestras bazas de defensa. A partir de mañana tendréis vuestra propia arma. Como exploradores, os habéis ganado vuestra arma.

La central energética estaba en el centro de las instalaciones, con un montón de cables que distribuían la electricidad a todas las máquinas. Chisporroteaban arcos eléctricos, por lo que no era buena idea acercarse demasiado.

Verónica se dirigió hacia el grupo, y les miró, esta vez preocupada.

-Uno de mis exploradores ha sido seguido por un zumbón rastreador. Quizá haya desvelado nuestra posición a los bastardos del proyecto Génesis. La revolución está en su nacimiento. Sé que es egoísta pediros esto, pero cada vez más somos menos los voluntarios en defensa, pero necesitamos a más gente dispuesta a luchar. ¿Lucharíais por devolver al mundo un lugar mejor?-preguntó, alarmada.

Los muchachos se sintieron abrumados, no entendían muy bien lo que estaba pasando, pero se lo intuían. Las chicas, sin embargo, no dudaron, y asintieron con la cabeza en señal de disposición. Al ver como las chicas estaban dispuestas a luchar, John sintió una valentía extraordinaria y un deseo de venganza. Sintió como quería purgar aquella sociedad que mintió a cada uno de sus soldados caídos y a cada uno de ellos. En cuanto a Cody, la camaradería de su amigo era tan fuerte, que le seguiría hasta el fin del mundo. Además, ya no veía a las chicas como una competencia, sino más bien como otras compañeras de lucha. Cuando John por fin aceptó y se enlistó junto con las chicas a la revolución, Cody no dudó en apuntarse también.

-Veronica. Nosotros somos el escuadrón Delta, y somos especialistas en exploración, combate y espionaje.-mencionó John.

-Escuadrón Delta, bienvenidos a la resistencia. De ahora en adelante, como hijos libres de Babel, trabajaréis para Babel, recolectando materiales para la revolución.

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