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Mis manos con sangre brillaban en la oscuridad, mi respiración estaba irregular y los latidos de mi corazón estaban como un loco corriendo de la muerte. Había hecho algo terrible, no podría perdonármelo jamás; eso era lo que debía pensar, pero era todo lo contrario, estaba feliz con mi acto, con aquel tan horrífico acto que había cometido, no estaba arrepentida, claro que no, jamás pasaría eso, lo hecho estaba ya consumado. Había matado a mi padre a sangre fría, por una buena causa claro, Caín debía morir para que nosotras pudiéramos ser felices y no más un jodido experimento de el. Caín de Nod, hijo maldito de Adán y Eva, el que mato a su hermano Abel, el primer vampiro en el mundo creado por Lilith, el era mi padre, un hombre milenario y conocido por toda la raza humana, y yo, su hija, Nadia de Nod lo había asesinado. El ser su única hija con la marca de Caín me dió la posibilidad de matarlo de una forma tan fácil como respirar. Ahora junto a mis hermanas podíamos estar en paz, sin tenerlo cerca para hacernos la vida miserable, para que Tessa y Ariadna pudieran vivir su amor de manera libre.

Mis hermanas y yo estábamos en el trono de un castillo donde solo habitaban monjes, los cuales estaban hechizados para no delatarnos y poder adueñarnos sin problema del gran monasterio ubicado en Volterra Italia, en el año 982 había nacido, de eso ya habían pasado 25 años, mi cuerpo quedo estancado al cumplir los 18 años, mi naturaleza era una leyenda para la raza humana, sedienta de sangre y no por ser una asesina a sangre fría, debía alimentarme de lo que corría por las venas humanas para poder sobrevivir, también de las almas o su carne de aquellos que vivían a mi alrededor, todo por mi sistema de hibrida, Vampiro-Sirena, no me quejaba de alimentarme de aquello, claro que no, es más, me enorgullecía de serlo, era la inmortal mas poderosa junto a mis hermanas, podíamos ser una bomba nuclear si lo queríamos.

Se suponía que nuestros "tíos" regresarían de una conquista en tierras lejanas en unos días, por lo tanto nosotras estábamos al mando de la realeza vampírica, como debía ser por supuesto, éramos las herederas al trono por sangre y derecho, más sin embargo solo deseábamos salir a explorar el mundo, conocer todo lo que no podíamos ver estando con Caín.
Mi tarde estaba transcurriendo aburrida, el atardecer ya estaba haciendo acto de presencia y como era costumbre ya era hora de mi caminata por el bosque que quedaba a unos cuantos kilómetros lejos del monasterio.

Aquella tarde el viento estaba demasiado fuerte y mi cabello rojo flameaba al compás de el. Las nubes grises opacaban un poco el atardecer que quería ver, me senté en la roca de gran tamaño que siempre ocupaba y respire profundo, los problemas estaban ocupando mi mente, solo quería un momento de tranquilidad, sin ruidos, sin nada que temer o pensar, quería sentirme libre almenos por unos segundos.

Mi vida desde siempre había sido un caos, no tuve tiempo para salir con amigas como lo hacían las chicas de los pueblos que solía visitar, no tuve tiempo para el tan aclamado amor que las muchachas de mi edad anhelaban; aunque en verdad nunca soñé con ese príncipe azul, así como mis hermanas yo no encontraba atractivo lo masculino, los hombres me resultaban un tanto cerdos, sin embargo las mujeres delicadas y femeninas eran algo que siempre admire, sus vestidos que hacían resaltar sus pechos, su figura tan espectacular, siempre me llamaron más la atención las mujeres que los hombres, y aquello lo descubrí mediante el sexo que tuve con una prostituta de Londres, al cumplir 20 años, no la deje que me tocara, no lo hacía con nadie, solo me encargué de satisfacerla yo, descubriendo así que me gustaban las mujeres y amaba ser la dominante... Mi sexualidad no era bien vista a los ojos de los humanos, pues prácticamente era una hija del diablo junto a mis hermanas por fornicar con mujeres siendo mujer. Si tan solo supieran que en el famoso Inframundo que ellos llamaban infierno no existía por qué no habia ningún "diablo".

Estaba por irme al castillo cuando un trueno espanto mi tranquilidad, el viento se transformó en un tornado y el cielo oscureció ya no estaba gris, aquel color había desaparecido para dar paso al negro, las nubes poco a poco pasaban a un color rojo, dando un aspecto terrorífico, a lo lejos ví caer dos... ¿Personas?, sí, dos personas cayendo del cielo, cuando ya habían pasado unos minutos el cielo comenzó a ponerse normal, el gris regreso y las nubes estaban en su color normal, el tornado desapareció y yo solo atiné a correr a dónde habían caído esas dos personas... joder yo solo había pedido un día normal y tranquilo.

Mis pasos se estancaron al ver a un chico de tez trigueña totalmete desnudo pero lo más impresionante eran sus alas negras, tan grandes que era imposible no mirarlas, el estaba de rodillas frente a una chica tan pálida como la misma nieve y su cabello rubio tapaba parte de su abdomen y pechos, su cabello era muy largo, sin embargo ella no portaba alas. El chico se puso de pie y me miró, sus ojos eran de un color raro, pero llamativo, tenía un cierto parecido a la chica, sabía que podian ser angeles, pero no sabía por qué estaban en la tierra.

- Se que eres un demonio nocturno, no suelo pedir favores, eso es para los débiles, pero... Porfavor, convierte a mi hermana.- El me miró con los puños apretados y yo alce una ceja.

- Primero dime qué ganó yo si hago eso y quiénes son exactamente ustedes, se que son ángeles, pero por qué cayeron del cielo si aquello está totalmente prohibido.- Me cruce de brazos esperando una respuesta.

- Te cedo mi ayuda ante cualquier cosa, una guerra, lo que sea, pero salva a mi pequeña hermana, ella no es culpable de nada, mi nombre es Lucifer, aquel ángel que era el hijo favorito de Dios, fui expulsado del paraíso por rebelarme ante el y como castigo le quitó las alas a Amelia, mi hermana, no puede aguantar mucho con vida sin ellas y fuera de la ciudad de plata, por eso, te pido porfavor que la conviertas en una de los tuyos, yo no puedo llevarla al infierno conmigo hasta 500 años más.-

Estaba sorprendida, sin embargo su ayuda podía servirme de mucho en un futuro, me servía tener a Lucifer de mi lado, y la compañia de su hermana podría ser algo divertido a mi vida tan aburrida, mordí mi labio y asentí con la cabeza, transformaría a su hermana.

Lucifer se acercó a Amelia y beso su frente, con el mismo amor que yo tenía por mis hermanas, sabía su dolor, sabía que quería mantenerla viva sin importar como, pues yo también sería capaz de todo por las mías.

Lucifer abrió sus alas y emprendió un vuelo a un destino desconocido para mí, sin antes decirme que cualquier cosa solo dijera su nombre, el estaría dónde yo estuviese en cualquier momento.

Me arrodille quedando cerca de la mujer y esta no aparentaba más de 20 años, era hermosa en todo su esplendor, su piel parecía ser tan suave que me daban ganas de explorarla, pero no podía, no era una pervertida enferma. Acerqué mi boca a su cuello sintiendo como el veneno salía de mis colmillos y la mordí pasando todo esté para poder convertirla, ella abrió los ojos y la boca por unos segundos y aproveché para darle de mi sangre acercando mi muñeca a sus labios ella bebio de ahí y sonreí, no era necesario darle mi sangre, pero ya que no la conocía tampoco a su hermano, no sabía si sus palabras eran reales. Amelia al beber de mi sangre sería totalmente sumisa ante mi, me obedeceria en todo y no podría traicionarme.

Tome el cuerpo de la chica en mis brazos, la cuál despertaría en un lapso de 3 a 7 días a más tardar, corrí al castillo lista para darles explicaciones a mis hermanas.

Hoy había sido un día interesante...

Media luna | Bella Swan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora