Octava Parte

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Las personas de primera clase que paseaban por la cubierta reservada para ellas en aquella mañana soleada se volvían continuamente al percibir a un sujeto que destacaba entre ellos. Un joven pelirrojo claramente humilde con ropas viejas y que no eran de su tamaño caminaba junto a un caballero extranjero, de cabello blanquecino y porte elegante.

Horacio aún no podía creer que estuviera allí con el señor Volkov. Cuando lo vio aparecer aquella mañana y le invitó a dar un paseo se sintió la persona más feliz del mundo. No le importaba realmente dónde estaban, ni las miradas molestas de los caballeros con los que se cruzaban o los gestos de reproche de las señoras. Sus sentidos estaban enfocados únicamente en aquel hombre que se encontraba a su lado y a quien no podía dejar de observar.

—Así que se dedica a viajar, señor Pérez —le decía el ruso.

—Por favor, llámeme Horacio —contestó—. Así es. Mi vida es ir de un lado a otro y sobrevivir al día a día. Ya sabe, ver mundo y aprender de la experiencia. De mis padres apenas tengo recuerdo, pero siempre estuve con mi hermano. Ambos viajábamos juntos desde niños. Un día él desapareció y tuve que continuar solo. Estuve deprimido un tiempo, pero me gusta pensar que siempre hay algo más, las cosas buenas suelen aparecer cuando uno menos lo espera.

—Suena a que ha tenido una vida difícil —comentó Volkov.

Horacio no dijo nada, pero el silencio respondió por sí mismo. Se detuvieron un momento, mirando el oleaje que golpeaba el casco del barco en su avance. 

—Sin embargo, me alegra haber embarcado —murmuró Horacio para sí mismo—. Este viaje está siendo algo inolvidable.

—Tengo que darle las gracias —dijo Volkov— por lo que hizo anoche. No me conocía de nada y me tendió la mano.

—Fue un placer —contestó sonriendo.

Al mirar hacia el ruso, pudo verlo brillar con la luz del Sol que le llegaba. En su instinto de artista, Horacio deseaba en aquel momento sacar una hoja del cuaderno que llevaba en la mano y comenzar a dibujarlo, pero se contuvo al recordar la noche anterior cuando lo vio al borde del abismo, tan desesperado. ¿Cómo un hombre como aquel que parecía lleno de luz podía vivir con aquella oscuridad?

—Sé lo que debe estar pensando —dijo repentinamente Volkov—. ¿Qué puede saber un tipo rico de lo que es el sufrimiento realmente?

—Se equivoca —contestó rápidamente—, aunque sí me preguntaba qué debe haberle pasado para creer que no tenía salida.

***

Volkov se mantuvo un instante pensativo, mirando a aquel chico que siempre parecía tener las palabras adecuadas. Sentía que podía leer sus pensamientos, como si fuera completamente transparente para él. Probablemente por esa razón decidió confiar en él.

—No lo sé —contestó con un tono angustiado—. Supongo que era por todo. Siento que me precipito hacia un lugar sin retorno y no puedo detenerlo, que otras personas tienen el control de mi vida.

Víktor alzó la mano para mostrarle la alianza de compromiso que portaba en el dedo. Una excelente joya de diseño que debía costar una buena cantidad de dinero. Notaba el roce de aquel anillo como si le quemase la piel.

—Comprendo —susurró Horacio.

—Los Gambino han preparado toda la boda al completo, con cientos de asistentes y yo ni siquiera conozco a la persona con la que me voy a casar. Sin embargo, sé que es mi deber, es lo que debo hacer.

—Es lo que debe hacer —dijo el pelirrojo—, pero, ¿es lo que quiere hacer?

Nuevamente, Volkov se quedó sin palabras. Abrió la boca para responder y la volvió a cerrar varias veces. Entonces comprendió que por mucho que aquel hombre pudiera escucharle, no formaba parte de su mundo. No, él no entendía nada. Así que, finalmente, respondió ofendido:

—Es usted muy grosero. Será mejor que dejemos esta conversación.

—Quizás, pero es una pregunta muy sencilla: ¿es lo que quiere o no? —insistió Horacio nuevamente.

—Mire, eso no es asunto suyo. Es usted un entrometido. Horacio, señor Pérez, será mejor que me despida. Le he buscado para agradecerle y ya lo he hecho, así que eso será todo.

—Sí, lo ha hecho y también me ha insultado.

—¿Cómo? Bueno... sí, pero se lo merecía.

—No lo voy a negar.

—Si me disculpa, me marcho —Volkov se dio la vuelta para marcharse, pero inmediatamente volvió a mirarlo—. ¿Qué digo? Esta es mi parte del barco, usted es quien debe marcharse.

A pesar de decir esas palabras, Víktor realmente no deseaba que se separasen aún, no quería terminar de hablar con Horacio. La expresión divertida del pelirrojo, quien había comenzado a reírse al ver cómo el ruso se hacía el ofendido, comenzó a contagiarse en el otro, que estaba empezando a sonreír sin tan siquiera darse cuenta. Entonces, su mirada captó la carpeta de cuero que Horacio llevaba en la mano.

—¿Qué es eso que lleva consigo siempre?

Horacio se lo tendió y Víktor lo tomó entre sus manos y comenzó a pasar los folios con curiosidad, contemplando los dibujos de su interior, mientras tomaba asiento cerca. Manos sutilmente perfiladas, un niño con ojos curiosos, un padre abrazando a su hija, una anciana... Todos ellos tenían algo que le llamaban la atención. No eran simplemente dibujos, era como si hubiese captado algo en ellos, de forma que con una simple mirada podía entender los sentimientos de aquellos que habían sido retratados.

—Vaya —comentó el ruso—, son muy buenos. ¿Son suyos?

Horacio, que se había sentado junto a él, asintió.

Al pasar las siguientes páginas, aparecieron unas mujeres desnudas posando de distintas formas. Eran figuras esbeltas y delicadas. Al ver a aquellas hermosas mujeres entre las hojas del artista e imaginarse cómo él las había estado contemplando para retratarlas, por un breve instante, Volkov notó algo extraño, como un pequeño pinchazo que se esfumó inmediatamente.

—Esta chica aparece mucho —pensó en voz alta—, seguro que era su amante.

—No, en realidad, aunque tenía unas manos preciosas. Mire, esta es una de mis favoritas —añadió entusiasmado, señalando el retrato de una señora mayor sentada en una mesita de café con los dedos repletos de anillos—. Cada noche se sentaba en aquella mesa de la cafetería y esperaba a su amado, que había desaparecido hacía muchos años. Siempre usaba esas antiguas vestimentas ya raídas como si para ella no pasara el tiempo. 

Y así, Horacio comenzó a relatar varias historias que conocía, mientras Víktor no podía apartar la mirada de él. Era hipnótico escucharlo hablar con tanto entusiasmo, observar sus ojos con los que parecía ver más allá de lo que había ante ellos.

AU TITANIC - VOLKACIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora