15 de abril - 00:00

26 5 0
                                    

Dudas, confusión y decepción. Aquello era lo que Horacio había podido ver en Volkov cuando lo habían arrestado y por eso se sentía muy dolido. Un gran peso se había instalado en su pecho, ejerciendo una extraña presión con la que sentía que se ahogaría.

Los guardias lo habían llevado a una sala que parecía ser un despacho y lo habían dejado esposado a un tubo con las manos en alto, pues estaba situado casi en el techo de la estancia. Solo el que parecía ser el jefe de seguridad se había quedado a vigilar al pelirrojo.

Él se mantenía en silencio, con la cabeza inclinada entre sus brazos levantados y mirando el suelo. Evitaba los ojos del guardia que se había quedado con él, pues no quería que lo viese con los ojos llorosos.

En su mente se reproducían una y otra vez todos los acontecimientos de la noche, desde que había estado en la cocina con Blake, pasando por la felicidad que había llegado a sentir en el almacén, hasta el momento en el que giró su rostro cuando iba a darle un beso en la mejilla y, finalmente, cuando lo arrestaron. ¿Cómo había acabado todo tan mal repentinamente?

—Chico, parece que te encuentras mal —dijo el jefe de seguridad amablemente—. ¿Necesitas algo?

—Salir de aquí —respondió Horacio en un susurro inaudible.

El nudo que tenía en la garganta apenas le permitía respirar bien, menos aún hablar. La presión en su pecho parecía aumentar por segundos y al final no pudo evitar comenzar a llorar silenciosamente al sentir que se estaba ahogando.

Su corazón estaba roto.

***

Volkov no se había movido. Aún se encontraba en el mismo lugar, con la vista fija en la puerta por la que acababan de llevarse a Horacio. La voz del pelirrojo reclamando su inocencia aún resonaba en sus oídos. Aquellos gritos desesperados que suplicaban que le creyera y su expresión sorprendida y dolida al ver las dudas que había mostrado...

¿Por qué demonios no había dicho nada? ¿Por qué había dudado de él? Estaba empezando a arrepentirse de todo cuando percibió un movimiento a gran velocidad por el rabillo del ojo, el impacto le hizo girar el rostro y comenzó a sentir un fuerte dolor en la mejilla.

Carlo Gambino le había golpeado con la mano abierta.

Aún en el extraño estado de abstracción en el que se encontraba, pudo ver la expresión enfurecida y arrogante del italiano.

—Espero que aprendas la lección, Volkov —dijo—. La relación anormal que tienes con ese chico ha terminado y vamos a fingir que nunca ha existido. Esta es la última vez que te perdono y no habrá más oportunidades. Recuérdalo.

Toni contemplaba la escena con seriedad y abrió la boca para comentar algo, pero la interrupción de un empleado del barco adentrándose en el camarote no se lo permitió. El hombre parecía algo apurado. Luchaba por mantener la calma, pero ciertos detalles, como el fino sudor que caía por su frente o la sonrisa forzada que adornaba su rostro, no pasaban desapercibidos para los mafiosos y para Volkov.

—Por favor, señores, deben ponerse este chaleco y dirigirse al comedor.

A continuación, el empleado entregó a cada uno de los presentes un chaleco salvavidas y señaló la puerta.

—¿Sucede algo? —preguntó Toni, mirando el chaleco que tenía entre las manos.

—Nada grave —respondió el empleado—. Solo se trata de un simulacro, pero es necesaria la colaboración de todo el mundo.

Los tres caballeros analizaron al hombre y no les costó ver a través de él. Estaba mintiendo. Así que todos siguieron las instrucciones que le había dado, temiendo lo que pudiera estar pasando en realidad.

AU TITANIC - VOLKACIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora