Décima Parte

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—¡Sabía que te quedaría bien! —exclamó Nikolai.

El ruso observaba a Horacio atentamente, analizando y contemplando el resultado de su obra con satisfacción. Le había prestado un traje suyo, haciendo un par de arreglos, ya que Horacio tenía una estatura media normal no había sido muy complicado y había logrado en un momento que le quedara a la perfección.

—Me sienta como un guante —comentó Horacio, mirándose en el espejo—. Muchas gracias.

Sus habituales ropas humildes no dejaban ver realmente la forma de su cuerpo musculoso. Sin embargo, aquel traje oscuro y de diseño le hacía resaltar los mejores puntos de su aspecto. La camisa blanca, acompañada de un chaleco del mismo color, hacía resaltar su piel morena y la chaqueta y pantalones negros hacían destacar su figura. El cabello rojo bien peinado hacia atrás y sus ojos bicolores se llevaban toda la atención en contraste con un traje tan monocromático.

—Perfecto —dijo Nikolai—, hora de entrar en la cueva del lobo.


«Sin duda alguna, la apariencia lo es todo» pensaba Horacio para sus adentros. En cuanto llegó a la puerta del comedor, un portero la abrió para él con galantería. Un espacio enorme se abría ante él, con una gran escalinata que bajaba hacia las mesas en las que la delicada vajilla esperaba ser utilizada. Las damas y los caballeros de primera clase caminaban de un lado a otro, encontrándose con los suyos y organizándose. Horacio se sentía como un infiltrado entre aquellas personas y, sin embargo, todos lo saludaban como si fuera parte de aquel mundo tan distinto al suyo. Las miradas arrogantes de desprecio que siempre le lanzaban ahora se habían convertido en expresiones amables y corteses. Era impresionante lo que un solo traje podía lograr.

Después de descender por la escalinata, se situó cerca de una columna, imitando la pose de algún caballero que por allí andaba. Allí se camuflaba en el entorno, mientras esperaba ver una cara conocida.

No pasó mucho tiempo cuando vio aparecer a Víktor Volkov desde lo alto de la escalinata, tan deslumbrante que no pudo evitar quedarse embobado mirándolo descender. Mientras lo contemplaba a los pies de la escalera, su corazón comenzó a latir con velocidad y Horacio supo que ya no había vuelta atrás: se había enamorado.

***

Al principio, Volkov se asomó con timidez desde arriba. Había mucha gente y se había acostumbrado a estar siempre con las mismas personas. Sin embargo, aquella noche sería diferente. Estaría Horacio y su sola presencia le hacía sentir algo que no sabía cómo describir. En cuanto sus ojos captaron al pelirrojo se encaminó hacia él. Aunque su semblante se mantenía serio, aquella sensación confusa volvía a invadirle.

Allí estaba él esperándolo, elegantemente vestido. Lo vio algo perdido durante un segundo, hasta que sus miradas se cruzaron. Una vez llegó hasta él, le tendió la mano a modo de saludo. Horacio la tomó con delicadeza e hizo una breve reverencia con la cabeza.

—Señor Volkov —dijo con cortesía y luego con una sonrisa pícara añadió— siempre he querido hacer algo así.

A continuación, Volkov le ofreció el brazo, siguiéndole el juego, y Horacio lo aceptó agradecido. Así, caminaron juntos hacia el resto de asistentes, que esperaban en un rincón cercano.

—Carlo, Toni —llamó Víktor a los Gambino que se encontraban conversando—, os recuerdo al señor Pérez.

Volkov señaló a su acompañante, que saludó a ambos. Carlo lo miró con sorpresa al comprobar su apariencia.

—Vaya, si no lo hubieras dicho, no lo habría reconocido —comentó con cierta ironía—. Parece uno de nosotros.

El ruso miró de reojo a Horacio y vio que ponía una mueca de diversión. Sin duda debió estar pensando alguna respuesta a ese comentario, pero tuvo la sensatez de no decir nada en voz alta.

«Creo que esta noche va a ser entretenida» pensó Volkov, mientras acompañaba al grupo hacia el lugar de la cena. 

AU TITANIC - VOLKACIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora