15 de abril - 01:13

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Blake había tenido muy mala suerte. Fue asignado como capitán de uno de los botes salvavidas, como parte de la tripulación del barco. Sin embargo, una vez lleno, cuando se dispuso a subir en la embarcación, fue sustituido por otro empleado con un mayor conocimiento sobre marítima que el cocinero. Se trataba de un marinero joven y asustado que había estado ayudando a llevar personas al bote. A pesar de que su oportunidad de salvarse se había desvanecido completamente, él mismo cedió su puesto al muchacho al margen de las órdenes recibidas. 

Curiosamente, en lugar de permitir que el pánico le consumiera, su instinto le hizo recordar una botella de whisky que había traído desde Escocia y que mantenía reservada en su camarote, a la espera de la oportunidad perfecta para brindar con aquel valioso presente. 

Qué mejor oportunidad que celebrar el día de su muerte y ya que ese iba a ser su destino, por qué no hacerlo un poco menos amargo. ¿No era mejor dejarse llevar y sentirse en las nubes mientras todo se convertía en caos? Además, al menos así lograría dejar a un lado el miedo y disfrutar de la vida en su final. 

De este modo, en cuanto acabó de ayudar con los botes, se dirigió a su camarote y descorchó aquel tesoro líquido de color otoñal. Le dio un trago y en seguida notó el calor que inundaba su interior al paso de la bebida. 

No permaneció mucho tiempo en la habitación, ya que estaba cerca de la zona que se estaba inundando. Así que volvió a la cubierta, donde se paseaba deleitándose con el sabor del whisky. Aún así, faltaba algo. Blake deseó encontrarse en compañía de sus amigos y compartirlo con ellos. Especialmente Horacio. Aquel pelirrojo al que había conocido hacía poco tiempo, pero que se ganó rápidamente su cariño. Era un muchacho talentoso y brillante, divertido y amable. De alguna forma, lo sentía como un hermano. Solo esperaba que se encontrara bien en aquel momento y que hubiese podido salvarse. 
 
Estaba cavilando sobre ello, mientras avanzaba con el whisky en la mano, cuando encontró a un hombre sentado en una butaca en el interior de la biblioteca, situada en una de las cubiertas del barco. Se trataba del doctor William O´Loughlin, un hombre mayor de mirada amable, con el cabello canoso y un bigote adornando sus labios. El cocinero había hablado en varias ocasiones con él y mantenían una cordial relación profesional. Seguramente se había encontrado en su consulta en el momento de la colisión. Después de atender a algunos heridos, había acabado allí, leyendo un libro tranquilamente, en soledad. 

Blake se asomó y llamó suavemente a la puerta, pidiendo permiso para entrar. El doctor interrumpió su lectura, levantó la vista del libro que sostenía y analizó al cocinero con extrañeza. 

—¿Le importaría acompañarme un rato? —preguntó Blake, mostrando la botella. 

—Adelante —contestó el hombre con una sonrisa amable y ofreciéndole un asiento frente a él—, puedo concederle unos minutos antes de terminar de leer esta novela. 
 
—Se siente un poco solitario beber así —comentó el cocinero, ofreciendo al doctor un trago del líquido cobrizo. 

—Desde luego —coincidió William, aceptando el ofrecimiento educadamente—, una bebida tan buena es mejor disfrutarla en compañía. 
  
Así, ambos permanecieron en sus respectivos asientos, en un silencio cómodo, sintiéndose reconfortados con aquel instante de camaradería compartido. Finalmente, Blake rompió aquella calma movido por la curiosidad. 

—¿Qué es lo que está leyendo? —preguntó, echando un vistazo al libro que ahora descansaba sobre una pequeña mesa a un lado. 

—Puede que encuentre esta lectura un poco insólita para un hombre de ciencias como yo, pero se trata de un libro de cuentos. Son cuentos del señor Oscar Wilde —respondió el doctor, tendiendo el libro hacia el cocinero para que pudiese hojearlo—. Era el favorito de mi difunta esposa. 

AU TITANIC - VOLKACIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora