Decimoprimera Parte

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-Ese es Raúl Salinas -susurraba Volkov, señalando con disimulo al hombre del que hablaba-. Es un abogado muy famoso, está aquí con su amante, que es la esposa de un ministro.

Víktor se paseaba junto a Horacio, contándole los cotilleos sobre aquellos de alrededor. El pelirrojo asentía atento a la información que le contaba. Aquellos datos eran como armas que debía tener en cuenta en aquella batalla social.

-Buenas noches, Víktor -dijo una voz detrás de ellos-. Un placer volver a verte, Horacio.

-Hola, Nikolai -contestó Horacio con una sonrisa-. Le agradezco de nuevo la ayuda.

-Por favor, no es necesario tanta formalidad -dijo restando importancia al asunto- y tutéame sin problema.

Volkov miró a ambos con curiosidad. ¿Cuándo se habían conocido tanto? No estaba seguro. Sin embargo, no le costó atar cabos sobre la ayuda que le debió haber ofrecido. Así que Nikolai había sido el culpable de aquella apariencia de Horacio. En cualquier caso, no podía ser que tratase con tanta confianza a su amigo y no a él.

-Es cierto -añadió él-. A mí también. Yo hace tiempo que te hablo de manera informal.

Horacio asintió complacido. No lo admitiría abiertamente, pero le costaba mantener la formalidad con el ruso. Se sentía demasiado cercano a él para continuar dibujando aquella línea imaginaria entre los dos. Los tres continuaron su camino, charlando un poco más y haciendo advertencias al novato de la alta sociedad. Así, llegaron finalmente a su asiento.

Tanto Volkov como Horacio habrían deseado sentarse juntos, pero las normas se lo impedían. De este modo, acabaron uno frente al otro en aquella gran mesa de comedor en la que el numeroso grupo cenaba. Víktor estaba situado entre Carlo y Toni Gambino. Mientras Horacio se encontraba junto a Nikolai, la única persona de la estancia, aparte de Volkov, con quien se sentía cómodo. Gracias a él, pudo comer bien, sin equivocarse con el gran número de cubiertos que rodeaba su plato y que confundía al recién llegado.

-Así que se dedica a viajar -dijo Carlo, mirando de forma arrogante a Horacio-. Debe ser una vida interesante pero complicada para alguien con pocos recursos como usted.

Volkov miraba molesto hacia el Gambino, que no dejaba de hacer insinuaciones sobre el estatus de Horacio o su pobreza.

-Lo bueno de ser alguien como yo es que no debo preocuparme por el futuro porque primero debo lidiar con el presente -contestó Horacio con una gran sonrisa-. El lugar en el que me encuentro, los alimentos con los que sobrevivo, dónde voy a dormir cuando se haga de noche y la gente que me acompaña. Puede que alguien como usted no lo entienda bien, pero de esta forma se vive de forma más intensa.

-¿Acaso eso trae algo bueno? -respondió Carlo, visiblemente escéptico.

-¡Por supuesto! Fíjese, hace dos días estaba tras un estafador en las calles de Southampton y hoy me encuentro con ustedes, en este exquisito salón y disfrutando de esta deliciosa cena. Es lo interesante de ser espontáneo. Además, si no se disfruta de la vida, ¿qué gracia tendría vivirla?

Durante un instante apenas imperceptible por el resto, Horacio miró a Carlo con los ojos desafiantes. Sus palabras escondían algo más que ninguno de los presentes pudo entender. Carlo le devolvía la mirada con una ira cada vez más creciente. Aquel intercambio se vio interrumpido por Volkov, que alzando una copa propuso un brindis:

-¡Por disfrutar de la vida! -exclamó, siguiendo el discurso de Horacio.

Todos en la mesa lo siguieron encantados. Después de una animosa charla, la cena llegó a su fin. Horacio había disfrutado de la deliciosa comida de calidad que le servían. Aunque al comienzo había permanecido en silencio, una vez habló para contestar al italiano, se convirtió en el centro de la conversación. Su personalidad y su carisma habían atraído la atención de todos los presentes, que dejaron de lado los temas políticos para escuchar con atención las historias que contaba aquel hombre.

Una vez acabada la comida, los comensales se levantaron para dirigirse a tomar algo y tratar asuntos más graves. El capitán Greco y el señor Jaume invitaron con entusiasmo a Horacio, pero él lo rechazó cortésmente.

-Discúlpenme -dijo-, agradezco la invitación, pero son temas que no me interesan demasiado. Será mejor que me marche. Les deseo una buena velada.

Así se despidió de todos con rapidez. Cuando llegó al lado de Volkov le ofreció una mano para estrecharla. El ruso la aceptó, aunque la verdad era que no deseaba que Horacio se marchara. Por eso, cuando lo vio de espaldas alejándose, se sintió repentinamente solitario y un suspiro escapó entre sus labios. Entonces notó que algo rozaba sus dedos. Un pequeño trozo de papel se ocultaba en la palma de su mano. Con sorpresa, lo ocultó de la vista del resto y echó un vistazo con disimulo: «Si quieres disfrutar de la vida, te espero al pie de las escaleras, frente al reloj».

AU TITANIC - VOLKACIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora